¡Saludos, guerreros de Calradia!
En esta nueva entrada sobre las facciones de Bannerlord, le echaremos un vistazo al Imperio. En cierto modo, el Imperio es el eje central del juego, así que vamos a dividir este blog en dos partes. Al principio del juego, el Imperio está dividido en tres facciones, las cuales están enzarzadas en una guerra civil. Pero, antes de describir las tres facciones y los ideales que defienden, echemos un vistazo a cómo se inició el conflicto...
Hace un millar de años, los calradoi eran una de las doce tribus que vivían en la colina entre el mar del sur y los bosques battanianos. Con el paso del tiempo, fueron subyugando a sus vecinos y obligándolos a confederarse en ciudades estado. Puede que fuesen un poco más feroces que los demás, que simplemente tuviesen suerte, o que fuese la tradición lo que los separó..., pero los calradoi no tenían reyes. Desde que el héroe Echerion mató al tirano de Cypegos, se prohibió la institución de la monarquía; en teoría, al menos. Había una asamblea de ciudadanos libres que se reunía ocasionalmente, un senado permanente de ancianos (en la práctica eran los mayores terratenientes) y, cuando era absolutamente necesario, un mando supremo que podría ser investido brevemente como emperador. Aunque dicho título implicaba poco más que tener derecho a liderar a un ejército.
Se empezaron a extender desde el corazón de las colinas de Calradoi. A medida que lo hacían, sus tradiciones políticas, que nunca fueron escritas, empezaron a cambiar. Pronto, el ejército estaba más tiempo en el campo de batalla que fuera de él. Y, con el tiempo, los emperadores dejaron de retirarse al final de las campañas. Por su parte, los senadores conquistaban provincias y se hacían con grandes estados. La capital se movía de un lugar a otro y la asamblea de ciudadanos se convocaba cuando quería el emperador. En la práctica, se trataba de un campamento militar en el que se confiaba que los veteranos pudiesen acabar con cualquier rival. El tema de la sucesión siempre fue peliagudo. Por lo general, el emperador nombraba a un heredero, el senado ratificaba su elección y el pueblo (es decir, el ejército) lo aclamaba. Pero esto no siempre se desarrollaba con normalidad y tranquilidad, hasta el punto de que la sucesión se dirimía en una guerra civil.
Hace veinte años, un general llamado Arenicos se puso el manto dorado de los emperadores y se colocó sobre la frente la corona de laurel que no era una corona. Su historial militar, su diligencia a la hora de acabar con los magistrados corruptos e ineficaces y la confianza que transmitía con un simple discurso lo convirtieron en un gobernante muy popular. También tenía el don de serlo todo para todos. Pasó a la historia como un hombre del pueblo y del ejército, pero también trabajó codo con codo con los terratenientes y les hizo creer que podría restaurar el poder del senado. Alabó los ideales republicanos de Calradia, considerándolos la cima de los logros de la humanidad, pero se casó con la hija de un rey menor de las tierras al este del Imperio para conseguir una importante ruta comercial, formó un cuerpo de guardaespaldas de élite formado por mercenarios extranjeros, que tan solo le eran leales a él, e hizo la vista gorda cuando los cultos empezaron a venerarlo como monarca sagrado. Hablaba de una Calradia resucitada, pero le dejaba los detalles del plan a su consejo.
Se cernía una sombra sobre el reino de Arenicos: su reticencia a elegir heredero. Se creía que estaba analizando a la gente, en busca de alguien que le llamase la atención, pero que ese alguien nunca llegaba. Por lo general, los emperadores buscaban a sus sucesores en tres lugares: su familia, los ancianos del senado y los rangos superiores del ejército. Su único descendiente, Ira, era una niña. En Calradia hubo emperatrices en el pasado, pero Ira tenía un comportamiento salvaje e irreverente. Su derecho a gobernar fue defendido por su madre, Rhagaea, la esposa extranjera de Arenicos. Sus partidarios decían: «Es bueno que la progenie del emperador lo suceda en el trono. Si nos unimos bajo nuestra lealtad a la familia imperial, se pondrá fin a las guerras civiles». Una facción de nobles poderosos, bajo el liderazgo del honorable pero estirado aristócrata Lucon, exigió que fuese el senado quien eligiese al nuevo emperador: «Comprendemos las políticas y las leyes. Volvamos a los viejos tiempos. Volvamos a tener el poder». Por su parte, el famoso Garios, vencedor de guerras contra Battania y contra los aserai, dijo que esperaba que se les permitiese a sus veteranos aclamar a un nuevo emperador. Tal y como les dijo a sus hombres: «La corrupción del poder nos roba nuestra fuerza. Dejemos que seáis vosotros, los soldados que os desangráis por esta tierra, quienes elijáis a sus gobernantes».
Se agotaba el tiempo. Arenicos se hacía viejo. Tenía que tomar alguna decisión y cuanto antes. Y así, cuando regresaba a su palacio, en la ciudad sureña de Lycaron, después de una campaña victoriosa en las fronteras, pidió un tiempo a solas en su habitación, para ver si se le pasaba el dolor de cabeza. Cuando su guardia entró a ver cómo se encontraba unas horas después, estaba muerto en el suelo sobre un charco de sangre. Al instante, Lucon convocó una reunión de senadores en su cuartel general en el norte y se autoproclamó emperador. Garios, que estaba combatiendo en la frontera battaniana, se puso ante una asamblea de soldados que le pidieron que se pusiese el manto púrpura. Y Rhagaea emergió del palacio y se dirigió a la gente que se había reunido al enterarse de la muerte del emperador. Levantó ante ellos la túnica del emperador asesinado, manchada de sangre. La multitud gritó que ella debería ser la emperatriz, que la familia del emperador debería seguir gobernando y que ella debería vengarse de los asesinos..., aunque, en estos momentos, apenas se rumoreaba el nombre de posibles culpables. Volvía a acechar una guerra civil. Y esta vez, con los tres bandos al mismo nivel y con las tres facciones ansiosas por combatir, podría parecer que sería la guerra más cruenta de la historia.
El Imperio es la última facción (o bueno, las tres últimas facciones) que repasaremos en esta serie. Se basa en la clásica tradición de Grecia y Roma, así como en sus sucesores medievales, los bizantinos. Obviamente, hubo muchos cambios en los más de 2000 años de historia. Aunque la República Romana se convirtió en un imperio de facto bajo el reinado de Augusto, había restos vestigiales (como el Senado) que perduraron hasta el siglo XIV. Mientras tanto, lo que empezó siendo un estado burocrático, con prefectos y gobernadores que tenían ciclos muy cortos en el poder, evolucionó hacia un feudalismo de facto en el siglo XI, con magnates bizantinos gobernando feudos y con las mismas obligaciones que cualquier conde o duque occidental. Las reglas de sucesión, por su parte, nunca se grabaron en piedra, algo que le viene como anillo al dedo a nuestros propósitos en el juego. Si un jugador quiere alzarse con el poder, tendrá diversas maneras de ganar legitimidad. Los últimos días de la República Romana, la época de César, Antonio, Octavio, Cleopatra, Catón el Joven y Cicerón, tuvieron un gran impacto en el pensamiento político occidental y son una gran fuente de inspiración literaria, así que hemos cogido a varios personajes de esa época. Pero también son personajes fascinantes los gobernantes bizantinos, tales como Justiniano o Alejo Comneno, que lograron salvar al imperio de la destrucción. Igual que emperatrices como Zoe o Irene.
La semana que viene hablaremos un poco sobre las nuevas características y los nuevos tipos de tropas que emplearemos para representar al Imperio en el juego.