Hola de nuevo! Allá por 2012 -13 inicié hace tiempo un prólogo de las distintas facciones del juego para novelar. Enlazo link a modo rescate de las profundidades del foro para quien le interese: https://www.caballerosdecalradia.net/t529-hijos-de-calradia-prologos-facciones .A continuación iré pubicando capítulos a partir de lso precedentes que se exponen en lo narrado en el enlace (el prólogo). Lo que sigue ahora es la historia que se sucede partir de ese prólogo. Con que entretenga a alguien me daré más por satisfecho. Agradezco críticas, opiniones, comentarios...etc. Disculpad posibles erratas. Muchas gracias!!
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CAP. I
Había cabalgado incesantemente durante varios días, hasta que al fin penetró las puertas de la ciudad. Normalmente Rivacheg era una ciudad viva y alegre a mediados de primavera, cuando el blanco que decoraba los tejados y las calles empedradas se derretía, el sol iluminaba sus fachadas claras y sus gentes aprovechaban para pasar el día en las calles. En esta ocasión, y a pesar de la agradable temperatura, el lugar parecía más frío que en pleno invierno. Los guardias que custodiaban los grandes portones de la entrada principal le habían examinado al pasar con desconfianza, y la gente, que circulaba rápidamente con la cabeza gacha, no se detenía a conversar, como si tuvieran prisa por llegar a su destino, o la calzada quemara al pisar. Burdok tiraba de las riendas de su caballo a medida que se adentraba en la plaza principal, caminando instintivamente con cautela y observando a su alrededor, contagiándose poco a poco del ambiente enrarecido. El lugar estaba extrañamente semidesierto y con algunos de los puestos desatendidos. ¿Dónde estaba la gente? Normalmente, a estas alturas del año, el deshielo de los caminos y las travesías templadas permitían abrir las rutas, así que comerciantes de todos los puntos cardinales acudían a la ciudad para abastecerla y hacer negocio. Los provisionales tenderetes de madera deberían estar a rebosar con mercancía suficiente, al menos, hasta finales de verano. Concentrado en estos pensamientos, no había deparado en el golpeo de los cascos del equino contra el empedrado, que retumbaba con un fuerte eco sobre el ligero y discreto murmullo que aún sobrevivía en el lugar. Se detuvo en seco unos instantes para observar la plaza y el animal relinchó levemente, así que las escasas miradas que aún poblaban la plaza se centraron sobre el hombre. Burdok había sido hasta hace poco un cabecilla de mercenarios cuyos méritos habían forjado un escaso aunque respetado renombre entre los círculos castrenses de la zona. Incluso, aunque no oficialmente, se le había considerado el máximo responsable de una de las secciones de la frontera del reino. Todo perdido, a manos de un enemigo desconocido que tan sólo dejó un medallón metálico con unas extrañas letras inscritas. Ahora ese medallón estaba en manos del jefe de la ciudad. ¿Quién había asaltado la embajada del Rey Yarogelk el Grande en tiempos de paz? Necesitaba respuestas. Y hombres. Y dinero. Sobretodo necesitaba dinero. Burdok estaba arruinado. Al menos, el pequeño depósito de agua, más parecido a un gran pozo, estaba lleno. Las canalizaciones funcionaban bien. Sumergió las manos repetidas veces y se sació. Estaba muy fresca. Mucho mejor que los restos de nieve que llevaba bebiendo días, pensó. El animal se acercó instintivamente a imitar a su dueño. Al igual que Burdok, parecía gozar con aquel líquido.
- ¡Eh, alto! – Dos guardias, los únicos que custodiaban la plaza –hasta eso era raro, normalmente la guarnición del mercado no bajaba de la docena, sin contar los matones privados de los que disponía la cofradía para custodiar el orden y disuadir ladrones- se acercaron apresuradamente hacia el depósito con las manos sobre las empuñaduras de sus espadas envainadas. No era para menos. Aunque mejor armados que Burdok, eran unos retacos bisoños comparados con él. En el peto de cuero rajado y parcheado del veterano exjefe de mercenarios, su rostro quemado por el sol y su hoja de matarife desgastada, se leía mucha más experiencia que en la reluciente malla que vestían los soldados. Y eso sin contar su hedor, decorado con sangre seca. Sí, sangre ajena y propia, producto de aquella escaramuza que le truncó la suerte. - ¿Es qué no has leído la nota? – Señaló uno de los guardias, el que le había dado el alto, hacia la cofradía, cuyo edificio presidía la plaza del mercado. Se podía acceder al mismo mediante unas simétricas escaleras en curva que nacían en una de las orillas de la plaza. Las escaleras terminaban por desembocar, ambas, en el mismo punto; las puertas, dónde había clavados varios papeles, entre ellos, se presuponía la nota señalada por el guardia.
- ¿Leer? – Burdok pensó en alto, paseando la palma de su mano involuntariamente por el mentón. La barba comenzaba a abrirse paso, y el tacto era extremadamente áspero. Necesitaría un afeitado pronto. Y un corte de pelo. Todo ese vello le resultaba tremendamente incómodo. Igual que leer. Burdok leía lo justo, despacio, y en ocasiones, mal. Había aprendido a fuerza de necesidad, para rellenar algún asunto con sus clientes relacionado con sus honorarios…
- No se puede coger agua de los depósitos si no nos presentas antes tu permiso. – Informó el guarda, casi sistemáticamente, sin hacer mucho caso al veterano que tenía frente a él. Burdok no terminaba de encajar la noticia. ¿Había entendido bien? ¿Permiso para coger agua allí? ¿Desde cuando? Aunque llevaba mucho tiempo trabajando en aquel reino, ese no era su idioma materno, y en ocasiones, aunque cada vez más escasas, tenía algún problema para entenderlo correctamente, pero no era el caso. El soldado se había expresado de manera bastante clara. Se resignó. No le convenían problemas con la autoridad, pero antes de poder decir nada, el soldado se fijó más detenidamente en el rostro de Burdok. - No eres de por aquí, ¿verdad? – Preguntó retóricamente. Estaba claro que no parecía foráneo del lugar. Allí casi todo eran rubios o con el pelo castaño claro, liso y lacio, con los pómulos más prominentes, los ojos claros, piel blanca y el mentón más cuadriculado. Burdok, en cambio, tenía el pelo ligeramente ondulado, de color castaño oscuro, la mirada parda, la piel tostada y la cara más bien redondeada, a pesar de su incipiente delgadez. - ¿Qué haces aquí? – El soldado finalmente preguntó con extrañeza.
- Visito a mi hermana. – El veterano no mintió, aunque no reveló todas sus intenciones. – Tiene una posada aquí, justo en la calle que hay detrás del establo. - Su hermana regentaba aquel lugar, que financió con el dinero que Burdok le mandaba desde el frente. En parte, su visita se debía a comprobar como iba aquella inversión.
- Un momento… -El guarda volvió a examinarlo detenidamente. - ¿Eres el hermano de “la Morena”, la tabernera?
- Posadera. – Aclaró Burdok.
- ¡Posadera dice…! – Los soldados no pudieron contener una leve carcajada. - ¡Yo se quien eres! –Las risas se acrecentaron- ¡Mira compañero! -Dijo aludiendo al otro soldado…- ¡Este el cabecilla de los mercenarios que huyó de una banda de rapiñadores en la frontera norte! -Se mofó, y finalmente fue cesando su risa- Vamos a hacer una cosa. No te arrestaremos. Ya tienes bastante. Un favor. Una multa y este asunto del agua está olvidado. Entre soldados.
- ¿Una multa? – Burdok comprendió de que iba el asunto. Omitió el hecho de que le llamaran cobarde. La cosa no había sido así pero no tenía tiempo para explicárselo a dos imbéciles. Le estaban pidiendo un soborno. Era una práctica habitual no arrestarse entre soldados si se podía evitar, siempre que no hubiera un superior delante o no fuera una orden directa. Observó detenidamente a los hombres. Eran más altos que él, pero demasiado idiotas como para sobrevivirle. La hoja de su cuchillo era pequeña, y el hueco que dejaba la malla entre la parte superior del pecho y el principio del arnés del casco metálico, lo suficientemente grande. No debería tener dificultad matar a los dos niñatos en aquel momento, pero comprendió que tras matarlos sería complicado salir de la ciudad de una pieza si asesinaba a dos guardias en mitad de la plaza a plena luz del día. No había hecho tanto viaje para eso.
- No tengo dinero. – Dijo armándose de paciencia. No comprendía que ocurría, y eso no le gustaba. ¿Le estaban vacilando unos niñatos? ¿A él? El otro soldado miró al caballo y abrió la boca.
- Nos valdría esto. Como fianza. En realidad, si tienes unas monedas… ya sabes, para chicas…
- Estoy vacío. – A Burdok se le agotaba la paciencia. El dinero se agotó hace tiempo.
- Pues el animal. –Sentenció el guardia. - Y yo que tú iría a hablar con tu hermana, a ver si te puede prestar algo. -Dijo con fingida ingenuidad. - Nosotros cuidaremos al animal mientras…. –Sonrío sarcásticamente al decir esto- Si tienes mañana el dinero después de las campanadas del mediodía estaremos por aquí. Si no… -Se encogió de hombros. – Lo tendremos que vender.
Burduk bebió agua una vez más con discreción mientras los soldados parecían cotillear al tiempo que guiaban al caballo en dirección opuesta a él. ¿Estarían hablando de su hermana?. No dijo nada al irse, levantó la mano con resignación y resentimiento, tratando de ocultar una temible ira interna que amenazaba con consumirle por unos momentos. Unos niñatos le habían requisado el caballo por beber agua en la plaza de la ciudad. Tantos años de combate para terminar siendo víctima de un abuso como ese. Pero eso no era lo peor. ¿Por qué unos soldados conocían tan bien a su hermana? ¿Desde cuándo había que pagar por beber agua? ¿Por qué estaba todo el ambiente tan enrarecido y tenso? Comenzó a ponerse de un horrible humor, pero al menos su hermana tendría respuestas. Se puso en marcha hacia la posada. Bien pensado, el caballo ya había cumplido su cometido. Ni tan siquiera era suyo, lo había tomado “prestado” del ejército real, cuando aún era alguien para hacerlo. Sería una carga. Mientras trataba de consolarse con estos pensamientos atravesó malhumorado las callejuelas contiguas a la plaza con brío, mirando al frente, casi esperando que algún listo le observase de mala manera para poder descargar toda esa tensión y frustración contra su cara, pero no ocurrió. Aquello continuaba desierto. Miró hacia el sol, que asomaba levemente entre un par de edificios bajos. Era a media tarde. Había un enorme letrero de madera asomando en lo alto de próxima esquina, colgado del primer piso de una fachada. Era el letrero de su posada. Llevaba un par de años sin ver a su hermana. Sólo esperaba que no se hubiera dedicado a la prostitución… Que una mujer tenga cierto renombre entre los soldados nunca suele resultar algo decoroso. Tocó la puerta con fuerza un par de veces seguidas. No hubo respuesta. Volvió a hacerlo, tres y cuatro. Mismo resultado, así que comenzó a aporrear la puerta violenta y seguidamente, al tiempo que gritaba. Por suerte, no había nadie en la calle, así que se pudo abstener de miradas indiscretas y comentarios.
- ¡¡¡Linzs!!! ¡¡Abre la puerta!! ¡¡Soy yo!! ¡¡Linzs!! ¡¡Abre!! - Burdok creyó distinguir unos pasos, como si bajaran desde el segundo piso de la posada, dónde estaban los dormitorios. Cesó los golpes un instante y pudo escucharlos: Sí. Bajaba alguien.
- ¿Quién…? – una tímida voz femenina asomó tras la puerta.
- ¡Burdok! –Chilló desesperado. - ¡Ábreme! – La mujer abrió dos cerrojos y la puerta cedió lentamente. El hombre terminó de hacerla a un lado, violentamente. Encontró a su hermana, algo asustada, tras ella. Apenas había cambiado, quizá se le notaba la piel más gastada, pero eso era todo. Tal vez no le había ido tan mal. La posada no tenía mal aspecto, todos los taburetes se tenían en pie, había dos o tres por las cinco superficies para comer; dos mesas y tres barriles. Era un sitio pequeño pero decente. Había comida a la vista, dos pollos sin piel, colgando, y una gran cubeta con agua ¡Agua! Se acordó de la plaza; en su posada no tendría que pagarla, ya lo habría hecho su hermana. El lugar era algo lúgubre y polvoriento, por el que apenas entraba la luz. Las ventanas eran un invento arriesgado para los pisos inferiores, así que la poca luz natural provenía de las del piso de arriba, que se colaban por el hueco de la escalera. El resto emanaban de pequeñas lámparas colgadas a modo de apliques en las paredes de yeso ennegrecido. Al menos no parecía un sitio del todo indecente. Volvió a mirar a su hermana. Estaba delgada, pero era su constitución natural. El pelo ondulado y moreno, los ojos castaños, el puente de la nariz largo pero estrecho, los labios finos pero carnosos… Estaba igual de guapa, ¿tenía más pecho? Se avergonzó de pensarlo. ¡Era su hermana! Pero no lo hacía por eso, sencillamente quería comprobar su estado de salud. La cadera le había ensanchado ligeramente, pero talvez eran imaginaciones. Llevaba una humilde falda color gris que se extendía hasta debajo de las rodillas, un camisón blanco cerrado hasta el cuello y unos sencillos zapatos abiertos negros, muy dados de sí. Al menos nos vestía como las libertinas de la ciudad. Tras el rápido examen visual, Burdok recordó por qué estaba de tan mal humor.
- ¿Por qué está la posada cerrada? – Burdok se temía lo peor. ¿Llevaría ahora un horario nocturno? ¿Estaba haciendo algún tipo de “servicio especial” que le impidiese tener las puertas sin cerrojos?
- Buenas tardes hermano. – Dijo la muchacha malhumorada, cortante, sin ocultar cierto temor. - ¡Llevamos dos años sin vernos y entras como un energúmeno!
- Contéstame. – Insistió enérgicamente.
- Es que ahora mismo no puedo atenderla… -Habló temblorosa.
- ¿Te estás prostituyendo? -Dijo iracundo. Miró alrededor y agitó las manos. - ¡Esto es un prostíbulo! ¡Lo imaginé! ¡Tienes clientes arriba! – Burdok parecía volverse loco por momentos. Le vino a la cabeza la imagen de unos soldados, parecidos a los que estaban en la plaza, abusando de su hermanita. Inició unos pasos hacia la escalera para ir al piso de arriba, pero su Linzs se interpuso.
- Calla… No chilles… Ahora no podemos subir. - Susurró ella, tratando de domarlo, al tiempo que lo miró furiosa, rechinando los dientes. Estaba asustada, pero lo más importante era que su hermano se tranquilizara. Siempre lo había considerado un bruto, pero la guerra le debió empeorar el carácter. El veterano continuó hecho una furia.
- ¡Cállate tú, puta! – Burdok levantó la mano y agarró a su hermana del brazo. Respiró profundamente, apretó los dientes y finalmente la bajó. Soltó a su hermana con desprecio. –Explícame ahora mismo… - Volvió a tomar una gran bocanada de aire, tratando de relajarse- … por qué te conocen tan bien unos guardias de mierda de plaza. ¡¿Qué has estado haciendo con el dinero que te dí?! ¿Acaso lo perdiste todo y tienes que abrirte de piernas para toda la guarnición? ¡Déjame subir ahora mismo! ¡Si hay alguien ahí arriba lo mato!
- Arriba hay alguien… Pero ahora no debemos subir. -Dijo mirando al suelo. Le dolía el brazo por dónde su hermano le había agarrado. Había que tratar de hacerle entrar en razón. Burdok era un bruto, no un idiota. Y estaba vivo. Cuando dejó de recibir paga se temió lo peor. Estaba arruinado, no muerto. Los rumores eran ciertos; huyó. Sabía que de ser así aparecería tarde o temprano, y le tendría que contar la verdad. - ¡Cuándo te tranquilices te lo explicaré todo! – Suplicó finalmente. Los ojos de Linzs, que llevaban unos instantes tratando de contener una lluvia de lágrimas, finalmente cedieron ante la presión de las circunstancias. El nudo en la garganta pareció ceder lentamente a medida que sus mejillas se humedecían. Burdok tomó asiento en el primer taburete que creyó oportuno. Miró al barril que había en la mesa y aproximó otro taburete junto a él, bruscamente.
- Está bien. Siéntate ahora mismo conmigo. -Dijo tosco. - Porque teníamos mucho de que hablar, pero ahora más aún si cabe. Trae pan. Y cerveza. O vino. O lo que tengas. – Pensó que sería buena idea darle una oportunidad a su hermana antes de subir, encontrarse cualquier sorpresa insospechada y montar una escabechina.
- Ahora mismo… - La joven asintió obediente, al tiempo que se dirigió rápidamente hacia la barra del saloncito. Linzs estaba partiendo una hogaza cuando un llanto procedente del piso de arriba rompió el incómodo silencio, produciéndole una parálisis. Al tiempo, la silueta de su hermano, que hasta ese momento se mostraba inquieta, quedó petrificada como una sombra inerte al otro lado del interior de la posada, hasta que reaccionó:
- ¿Qué coño…? – Burdok alzó la mirada instintivamente hacia la parte superior de la escalera.
- Vaya… Al final se ha despertado…
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CAP. I
Había cabalgado incesantemente durante varios días, hasta que al fin penetró las puertas de la ciudad. Normalmente Rivacheg era una ciudad viva y alegre a mediados de primavera, cuando el blanco que decoraba los tejados y las calles empedradas se derretía, el sol iluminaba sus fachadas claras y sus gentes aprovechaban para pasar el día en las calles. En esta ocasión, y a pesar de la agradable temperatura, el lugar parecía más frío que en pleno invierno. Los guardias que custodiaban los grandes portones de la entrada principal le habían examinado al pasar con desconfianza, y la gente, que circulaba rápidamente con la cabeza gacha, no se detenía a conversar, como si tuvieran prisa por llegar a su destino, o la calzada quemara al pisar. Burdok tiraba de las riendas de su caballo a medida que se adentraba en la plaza principal, caminando instintivamente con cautela y observando a su alrededor, contagiándose poco a poco del ambiente enrarecido. El lugar estaba extrañamente semidesierto y con algunos de los puestos desatendidos. ¿Dónde estaba la gente? Normalmente, a estas alturas del año, el deshielo de los caminos y las travesías templadas permitían abrir las rutas, así que comerciantes de todos los puntos cardinales acudían a la ciudad para abastecerla y hacer negocio. Los provisionales tenderetes de madera deberían estar a rebosar con mercancía suficiente, al menos, hasta finales de verano. Concentrado en estos pensamientos, no había deparado en el golpeo de los cascos del equino contra el empedrado, que retumbaba con un fuerte eco sobre el ligero y discreto murmullo que aún sobrevivía en el lugar. Se detuvo en seco unos instantes para observar la plaza y el animal relinchó levemente, así que las escasas miradas que aún poblaban la plaza se centraron sobre el hombre. Burdok había sido hasta hace poco un cabecilla de mercenarios cuyos méritos habían forjado un escaso aunque respetado renombre entre los círculos castrenses de la zona. Incluso, aunque no oficialmente, se le había considerado el máximo responsable de una de las secciones de la frontera del reino. Todo perdido, a manos de un enemigo desconocido que tan sólo dejó un medallón metálico con unas extrañas letras inscritas. Ahora ese medallón estaba en manos del jefe de la ciudad. ¿Quién había asaltado la embajada del Rey Yarogelk el Grande en tiempos de paz? Necesitaba respuestas. Y hombres. Y dinero. Sobretodo necesitaba dinero. Burdok estaba arruinado. Al menos, el pequeño depósito de agua, más parecido a un gran pozo, estaba lleno. Las canalizaciones funcionaban bien. Sumergió las manos repetidas veces y se sació. Estaba muy fresca. Mucho mejor que los restos de nieve que llevaba bebiendo días, pensó. El animal se acercó instintivamente a imitar a su dueño. Al igual que Burdok, parecía gozar con aquel líquido.
- ¡Eh, alto! – Dos guardias, los únicos que custodiaban la plaza –hasta eso era raro, normalmente la guarnición del mercado no bajaba de la docena, sin contar los matones privados de los que disponía la cofradía para custodiar el orden y disuadir ladrones- se acercaron apresuradamente hacia el depósito con las manos sobre las empuñaduras de sus espadas envainadas. No era para menos. Aunque mejor armados que Burdok, eran unos retacos bisoños comparados con él. En el peto de cuero rajado y parcheado del veterano exjefe de mercenarios, su rostro quemado por el sol y su hoja de matarife desgastada, se leía mucha más experiencia que en la reluciente malla que vestían los soldados. Y eso sin contar su hedor, decorado con sangre seca. Sí, sangre ajena y propia, producto de aquella escaramuza que le truncó la suerte. - ¿Es qué no has leído la nota? – Señaló uno de los guardias, el que le había dado el alto, hacia la cofradía, cuyo edificio presidía la plaza del mercado. Se podía acceder al mismo mediante unas simétricas escaleras en curva que nacían en una de las orillas de la plaza. Las escaleras terminaban por desembocar, ambas, en el mismo punto; las puertas, dónde había clavados varios papeles, entre ellos, se presuponía la nota señalada por el guardia.
- ¿Leer? – Burdok pensó en alto, paseando la palma de su mano involuntariamente por el mentón. La barba comenzaba a abrirse paso, y el tacto era extremadamente áspero. Necesitaría un afeitado pronto. Y un corte de pelo. Todo ese vello le resultaba tremendamente incómodo. Igual que leer. Burdok leía lo justo, despacio, y en ocasiones, mal. Había aprendido a fuerza de necesidad, para rellenar algún asunto con sus clientes relacionado con sus honorarios…
- No se puede coger agua de los depósitos si no nos presentas antes tu permiso. – Informó el guarda, casi sistemáticamente, sin hacer mucho caso al veterano que tenía frente a él. Burdok no terminaba de encajar la noticia. ¿Había entendido bien? ¿Permiso para coger agua allí? ¿Desde cuando? Aunque llevaba mucho tiempo trabajando en aquel reino, ese no era su idioma materno, y en ocasiones, aunque cada vez más escasas, tenía algún problema para entenderlo correctamente, pero no era el caso. El soldado se había expresado de manera bastante clara. Se resignó. No le convenían problemas con la autoridad, pero antes de poder decir nada, el soldado se fijó más detenidamente en el rostro de Burdok. - No eres de por aquí, ¿verdad? – Preguntó retóricamente. Estaba claro que no parecía foráneo del lugar. Allí casi todo eran rubios o con el pelo castaño claro, liso y lacio, con los pómulos más prominentes, los ojos claros, piel blanca y el mentón más cuadriculado. Burdok, en cambio, tenía el pelo ligeramente ondulado, de color castaño oscuro, la mirada parda, la piel tostada y la cara más bien redondeada, a pesar de su incipiente delgadez. - ¿Qué haces aquí? – El soldado finalmente preguntó con extrañeza.
- Visito a mi hermana. – El veterano no mintió, aunque no reveló todas sus intenciones. – Tiene una posada aquí, justo en la calle que hay detrás del establo. - Su hermana regentaba aquel lugar, que financió con el dinero que Burdok le mandaba desde el frente. En parte, su visita se debía a comprobar como iba aquella inversión.
- Un momento… -El guarda volvió a examinarlo detenidamente. - ¿Eres el hermano de “la Morena”, la tabernera?
- Posadera. – Aclaró Burdok.
- ¡Posadera dice…! – Los soldados no pudieron contener una leve carcajada. - ¡Yo se quien eres! –Las risas se acrecentaron- ¡Mira compañero! -Dijo aludiendo al otro soldado…- ¡Este el cabecilla de los mercenarios que huyó de una banda de rapiñadores en la frontera norte! -Se mofó, y finalmente fue cesando su risa- Vamos a hacer una cosa. No te arrestaremos. Ya tienes bastante. Un favor. Una multa y este asunto del agua está olvidado. Entre soldados.
- ¿Una multa? – Burdok comprendió de que iba el asunto. Omitió el hecho de que le llamaran cobarde. La cosa no había sido así pero no tenía tiempo para explicárselo a dos imbéciles. Le estaban pidiendo un soborno. Era una práctica habitual no arrestarse entre soldados si se podía evitar, siempre que no hubiera un superior delante o no fuera una orden directa. Observó detenidamente a los hombres. Eran más altos que él, pero demasiado idiotas como para sobrevivirle. La hoja de su cuchillo era pequeña, y el hueco que dejaba la malla entre la parte superior del pecho y el principio del arnés del casco metálico, lo suficientemente grande. No debería tener dificultad matar a los dos niñatos en aquel momento, pero comprendió que tras matarlos sería complicado salir de la ciudad de una pieza si asesinaba a dos guardias en mitad de la plaza a plena luz del día. No había hecho tanto viaje para eso.
- No tengo dinero. – Dijo armándose de paciencia. No comprendía que ocurría, y eso no le gustaba. ¿Le estaban vacilando unos niñatos? ¿A él? El otro soldado miró al caballo y abrió la boca.
- Nos valdría esto. Como fianza. En realidad, si tienes unas monedas… ya sabes, para chicas…
- Estoy vacío. – A Burdok se le agotaba la paciencia. El dinero se agotó hace tiempo.
- Pues el animal. –Sentenció el guardia. - Y yo que tú iría a hablar con tu hermana, a ver si te puede prestar algo. -Dijo con fingida ingenuidad. - Nosotros cuidaremos al animal mientras…. –Sonrío sarcásticamente al decir esto- Si tienes mañana el dinero después de las campanadas del mediodía estaremos por aquí. Si no… -Se encogió de hombros. – Lo tendremos que vender.
Burduk bebió agua una vez más con discreción mientras los soldados parecían cotillear al tiempo que guiaban al caballo en dirección opuesta a él. ¿Estarían hablando de su hermana?. No dijo nada al irse, levantó la mano con resignación y resentimiento, tratando de ocultar una temible ira interna que amenazaba con consumirle por unos momentos. Unos niñatos le habían requisado el caballo por beber agua en la plaza de la ciudad. Tantos años de combate para terminar siendo víctima de un abuso como ese. Pero eso no era lo peor. ¿Por qué unos soldados conocían tan bien a su hermana? ¿Desde cuándo había que pagar por beber agua? ¿Por qué estaba todo el ambiente tan enrarecido y tenso? Comenzó a ponerse de un horrible humor, pero al menos su hermana tendría respuestas. Se puso en marcha hacia la posada. Bien pensado, el caballo ya había cumplido su cometido. Ni tan siquiera era suyo, lo había tomado “prestado” del ejército real, cuando aún era alguien para hacerlo. Sería una carga. Mientras trataba de consolarse con estos pensamientos atravesó malhumorado las callejuelas contiguas a la plaza con brío, mirando al frente, casi esperando que algún listo le observase de mala manera para poder descargar toda esa tensión y frustración contra su cara, pero no ocurrió. Aquello continuaba desierto. Miró hacia el sol, que asomaba levemente entre un par de edificios bajos. Era a media tarde. Había un enorme letrero de madera asomando en lo alto de próxima esquina, colgado del primer piso de una fachada. Era el letrero de su posada. Llevaba un par de años sin ver a su hermana. Sólo esperaba que no se hubiera dedicado a la prostitución… Que una mujer tenga cierto renombre entre los soldados nunca suele resultar algo decoroso. Tocó la puerta con fuerza un par de veces seguidas. No hubo respuesta. Volvió a hacerlo, tres y cuatro. Mismo resultado, así que comenzó a aporrear la puerta violenta y seguidamente, al tiempo que gritaba. Por suerte, no había nadie en la calle, así que se pudo abstener de miradas indiscretas y comentarios.
- ¡¡¡Linzs!!! ¡¡Abre la puerta!! ¡¡Soy yo!! ¡¡Linzs!! ¡¡Abre!! - Burdok creyó distinguir unos pasos, como si bajaran desde el segundo piso de la posada, dónde estaban los dormitorios. Cesó los golpes un instante y pudo escucharlos: Sí. Bajaba alguien.
- ¿Quién…? – una tímida voz femenina asomó tras la puerta.
- ¡Burdok! –Chilló desesperado. - ¡Ábreme! – La mujer abrió dos cerrojos y la puerta cedió lentamente. El hombre terminó de hacerla a un lado, violentamente. Encontró a su hermana, algo asustada, tras ella. Apenas había cambiado, quizá se le notaba la piel más gastada, pero eso era todo. Tal vez no le había ido tan mal. La posada no tenía mal aspecto, todos los taburetes se tenían en pie, había dos o tres por las cinco superficies para comer; dos mesas y tres barriles. Era un sitio pequeño pero decente. Había comida a la vista, dos pollos sin piel, colgando, y una gran cubeta con agua ¡Agua! Se acordó de la plaza; en su posada no tendría que pagarla, ya lo habría hecho su hermana. El lugar era algo lúgubre y polvoriento, por el que apenas entraba la luz. Las ventanas eran un invento arriesgado para los pisos inferiores, así que la poca luz natural provenía de las del piso de arriba, que se colaban por el hueco de la escalera. El resto emanaban de pequeñas lámparas colgadas a modo de apliques en las paredes de yeso ennegrecido. Al menos no parecía un sitio del todo indecente. Volvió a mirar a su hermana. Estaba delgada, pero era su constitución natural. El pelo ondulado y moreno, los ojos castaños, el puente de la nariz largo pero estrecho, los labios finos pero carnosos… Estaba igual de guapa, ¿tenía más pecho? Se avergonzó de pensarlo. ¡Era su hermana! Pero no lo hacía por eso, sencillamente quería comprobar su estado de salud. La cadera le había ensanchado ligeramente, pero talvez eran imaginaciones. Llevaba una humilde falda color gris que se extendía hasta debajo de las rodillas, un camisón blanco cerrado hasta el cuello y unos sencillos zapatos abiertos negros, muy dados de sí. Al menos nos vestía como las libertinas de la ciudad. Tras el rápido examen visual, Burdok recordó por qué estaba de tan mal humor.
- ¿Por qué está la posada cerrada? – Burdok se temía lo peor. ¿Llevaría ahora un horario nocturno? ¿Estaba haciendo algún tipo de “servicio especial” que le impidiese tener las puertas sin cerrojos?
- Buenas tardes hermano. – Dijo la muchacha malhumorada, cortante, sin ocultar cierto temor. - ¡Llevamos dos años sin vernos y entras como un energúmeno!
- Contéstame. – Insistió enérgicamente.
- Es que ahora mismo no puedo atenderla… -Habló temblorosa.
- ¿Te estás prostituyendo? -Dijo iracundo. Miró alrededor y agitó las manos. - ¡Esto es un prostíbulo! ¡Lo imaginé! ¡Tienes clientes arriba! – Burdok parecía volverse loco por momentos. Le vino a la cabeza la imagen de unos soldados, parecidos a los que estaban en la plaza, abusando de su hermanita. Inició unos pasos hacia la escalera para ir al piso de arriba, pero su Linzs se interpuso.
- Calla… No chilles… Ahora no podemos subir. - Susurró ella, tratando de domarlo, al tiempo que lo miró furiosa, rechinando los dientes. Estaba asustada, pero lo más importante era que su hermano se tranquilizara. Siempre lo había considerado un bruto, pero la guerra le debió empeorar el carácter. El veterano continuó hecho una furia.
- ¡Cállate tú, puta! – Burdok levantó la mano y agarró a su hermana del brazo. Respiró profundamente, apretó los dientes y finalmente la bajó. Soltó a su hermana con desprecio. –Explícame ahora mismo… - Volvió a tomar una gran bocanada de aire, tratando de relajarse- … por qué te conocen tan bien unos guardias de mierda de plaza. ¡¿Qué has estado haciendo con el dinero que te dí?! ¿Acaso lo perdiste todo y tienes que abrirte de piernas para toda la guarnición? ¡Déjame subir ahora mismo! ¡Si hay alguien ahí arriba lo mato!
- Arriba hay alguien… Pero ahora no debemos subir. -Dijo mirando al suelo. Le dolía el brazo por dónde su hermano le había agarrado. Había que tratar de hacerle entrar en razón. Burdok era un bruto, no un idiota. Y estaba vivo. Cuando dejó de recibir paga se temió lo peor. Estaba arruinado, no muerto. Los rumores eran ciertos; huyó. Sabía que de ser así aparecería tarde o temprano, y le tendría que contar la verdad. - ¡Cuándo te tranquilices te lo explicaré todo! – Suplicó finalmente. Los ojos de Linzs, que llevaban unos instantes tratando de contener una lluvia de lágrimas, finalmente cedieron ante la presión de las circunstancias. El nudo en la garganta pareció ceder lentamente a medida que sus mejillas se humedecían. Burdok tomó asiento en el primer taburete que creyó oportuno. Miró al barril que había en la mesa y aproximó otro taburete junto a él, bruscamente.
- Está bien. Siéntate ahora mismo conmigo. -Dijo tosco. - Porque teníamos mucho de que hablar, pero ahora más aún si cabe. Trae pan. Y cerveza. O vino. O lo que tengas. – Pensó que sería buena idea darle una oportunidad a su hermana antes de subir, encontrarse cualquier sorpresa insospechada y montar una escabechina.
- Ahora mismo… - La joven asintió obediente, al tiempo que se dirigió rápidamente hacia la barra del saloncito. Linzs estaba partiendo una hogaza cuando un llanto procedente del piso de arriba rompió el incómodo silencio, produciéndole una parálisis. Al tiempo, la silueta de su hermano, que hasta ese momento se mostraba inquieta, quedó petrificada como una sombra inerte al otro lado del interior de la posada, hasta que reaccionó:
- ¿Qué coño…? – Burdok alzó la mirada instintivamente hacia la parte superior de la escalera.
- Vaya… Al final se ha despertado…
Última edición por Dosjotas el Lun Sep 05, 2016 2:14 am, editado 1 vez