--HIJOS DE CALRADIA--
PRÓLOGO:
Dos mil doscientos cincuenta y siete años después del nacimiento del Profeta, las tierras de Calradia continúan convulsionadas por la inestabilidad y la guerra. En el Sur, el recién autoinvestido Sultán Hakim continúa extendiendo su poder sobre las diferentes tribus del desierto mientras es proclamado por los suyos como el Hijo del Sol y la Arena.
Los conflictos han impedido que el Gran Muro se termine a tiempo, y las noticias de riqueza y tierras fértiles atraen a miles de guerreros salvajes montados venidos de más allá del mundo conocido. Las Ciudades Rhodok, antaño corazón de la civilización y cultura Calradiana son gobernadas por ambiciosas familias burguesas que nunca terminan por resolver sus diferencias, mientras las viejas y conservadoras dinastías pertenecientes al Reino de Swadia, incapaces de resistir el azote de las circunstancias, tratan de aferrarse a sus obsoletas instituciones feudales, rifando la corona a emperadores débiles.
Los viejos y eruditos se estremecen a sabiendas del futuro que sus descendientes forjan y esperan. El mundo está cambiando, y el poder vaga huérfano. La oportunidad está ahí para el que intente tomarla...
1. SOBRE EL INFORME DE LAS TIERRAS SITIAS AL NORTE.
Excelentísima Santa y Sagrada Dignidad Celestial:
Bien está lo que bien acaba. A pesar de los recibimientos hostiles que tuvieron lugar al inicio de las Misiones, los bárbaros del norte por fin han sido iluminados con las escrituras del Profeta, y ya no hay cabezas de sus mártires siervos expuestas en las plazas.
No tienen una estructura clara y mucho menos civilizada, pero como dijo el mismo Profeta, todos y cada uno de los hombres guardan algo de bondad en su interior, y nuestro cometido ha sido cumplido al transmitirles con éxito dichas enseñanzas.
Los líderes de los principales núcleos urbanos ya son fieles seguidores del Profeta, y el comercio que allí se desarrolla , ahora que nuestros lazos de credo son más estrechos ,florece, y fomentan la llegada de comerciantes cargados con valiosos metales de sus minas a nuestras tierras, mientras que los nuestros llevan refinados artículos que atraen a sus élites. Tengo que manifestar infinita gratitud y alabar la sabiduría de Su Santa y Sagrada Dignidad Celestial cuando, haciendo uso de su innata iluminación, envió un cargamento de vinos venidos de las tierras Rhodoks, y me mandó entregar a mi anfitrión, el Caudillo Aedin, Señor de Thir. Se sirvió de este en un banquete, y por su comportamiento y el de sus invitados, intuí que la cosecha fue buena. Me ha ordenado agradecer tan noble gesto por parte de Su Santa y Sagrada Dignidad Celestial. He observado también que ha expuesto las vasijas que lo contenían, de excelente gusto, en el pabellón principal, como si de tesoros se tratase, y he de reconocer que así parecen en contraste con la fría y malcuidada piedra que conforma este edificio.
Vuelvo al asunto central. Hay que reconocer que las zonas más rurales y míseras continúan siendo peligrosas para aquellos que siguen la verdadera fe del Profeta. Tienen la costumbre de, llegada la primavera y derretida la nieve, cuando asoma el primer resquicio de hierbajo, arremolinarse en torno a él para adorarlo, llegando incluso a adoptar posturas embarazosas. Sus cosechas, cuando estiman que es oportuno gastar energía en producirlas, no suelen crecer mucho más que eso. Cuando presencian la cría de sus ganados o sus caballos se produce también un motivo de celebración, observando el acto y animando al macho para que realice con éxito la cópula. Me ha llamado la atención que, cuando muestran gratitud a sus dioses (creen tener innumerables, y no haré perder a Su Santa y Sagrada Divinidad Celestial en nombrarlos) a diferencia de otras creencias infieles o la nuestra propia, nunca orientan su cabeza hacia los Cielos, si no que permanecen casi besando la tierra. Intuyo que esto se debe a su naturaleza minera, o tal vez pueden pensar que estos indignos seres en los que dicen creer se hallan en la profundidad de la Tierra. En cualquier caso es indiferente, ya que la Divinidad del Profeta estoy seguro ha condenado semejantes comportamientos a la extinción.
Sería sabio pues, advertir a los distintos Señores y Distinguidos que usted crea conveniente, que estos asentamientos son inseguros para sus gentes. Yo en su lugar ordenaría colgar carteles en los mercados advirtiendo el peligro que entraña pararse a reposar, pedir indicaciones o perderse cerca de las aldeas, tratando de evitarlas. Seguro que esta información es tomada en muy alta estima por los aliados de Su Santa y Sagrada Divinidad Celestial.
Para facilitar esta tarea, estoy tratando de convencer a mi anfitrión para que, cuando el tiempo lo permita, comience a construir una vía de piedra hacia el sur, tal y como hicieron con gran genio nuestros antepasados, ya que es sabido que estas obras perduran hasta nuestros días.
Concluyo ya, aprovechando para contestar a su pregunta en relación con mi familia. Mi mujer no pudo superar las fiebres y falleció hará unas semanas. Me siento demasiado viejo como para buscar otra. En lo que concierne a mis hijos, en breves tendré que comenzar a prepararme para asistir al nombramiento del mayor como guarda de mi anfitrión. Los caudillos no tienen lesgislación alguna que fije su número ni comportamiento, tan solo nombran tantos como estimen oportuno y puedan permitirse, pues se consideran la élite de entre sus hombres, y se encargan de salvaguardar su vida. No termina de ser un honor, pero sí es verdad que deposita confianza en mí al permitir que mi propio hijo sea uno de los encargados de salvaguardar su vida. Sin duda, una muestra de agradecimiento y un gran gesto diplomático que confirma sus buenas intenciones para con Su Santa y Sagrada Dignidad Celestial y todos sus siervos y seguidores.
En un rato me personaré en el patio de armas, junto al resto de los relevantes de esta tierra, para asistir al rito que oficiaré yo mismo. Oraremos al Profeta por la vida de mi anfitrión y todos sus fieles guerreros. Entonces, mi hijo habrá de desnudarse en ayunas sobre el firme helado. Habrá de estar así, en presencia de todos los invitados, hasta que mi anfitrión lo considere oportuno. Esta será la segunda vez que oficie semejante rito, y normalmente mi actual señor lo tendrá así hasta que su piel aparente el mismo congelamiento y color que la nieve. Entonces, el guarda más veterano aprovecha el momento; el protagonista, con sus sentidos colapsados como consecuencia de la temperatura no percibe el momento en el que el otro individuo se acerca por detrás, y con un sello candente, sujeto con mucha pericia y unas tenazas, lo aproxima a la congelada nalga izquierda del aspirante hasta hacer contacto con su piel. Confío en que mi hijo de muestras de virilidad y no chille demasiado, pues si lo hace, será descartado. Desconozco el origen de esta costumbre así como la razón por la que mandan marcar en tan indigna parte, pero los guardias suelen exhibir su seña delante de algunas mujeres para yacer junto a ellas. Comenté a mi señor que este tipo de actos van en contra de la Divina palabra del Profeta, pero se mostró inflexible a negociar en lo referente a lo que parece una antigua tradición.
Sellaré y daré por concluido este informe, manifestando mis mejores deseos para Su Sagrada y Santa Divinidad Celestial, así como para su hija, cuya belleza y virtudes hacen indigno cualquier elogio. Ruego, por último, que proporcionéis algo de comida y bebida a mi mensajero, al que ya conocéis.
Fdo.:
El Obispo Gerduard, Fundador y Maestro de la Orden del Profeta Blanco.
2. SOBRE LA DECADENTE PROSPERIDAD EN LOS ESTADOS RHODOK:
El manto del Señor Protector Graveth se extendía sobre la bulliciosa y aparente Ciudad Libre de Jelkala. Sus ciudadanos, orgullosos y cargados de optimismo, hacían alarde de su metrópoli y su historia que, reflejada en los edificios y obras públicas construidas con decoro y arte, formaban su paisaje urbano. Graveth Gynn, perteneciente a una de las familias más acaudaladas y prósperas de los Estados Rhodok, había establecido una compleja red clientelar llevando a cabo generosas donaciones al pueblo, y formando una milicia propia cuyas soldadas eran responsabilidad de su bolsillo.
Comprada la lealtad del pueblo, y repartiendo un generoso botín a sus soldados a costa de la competencia en materia de política y negocios, se había garantizado para sí el monopolio de los productos y rutas más provechosas, dejando un margen de mercado para la nueva baja burguesía, formada ahora por antiguos mercenarios dignos de su confianza.
Kilómetros más al Oeste, el aroma a viñedos empapa las colinas que el invierno no terminaba de conquistar. Sobre ellas, la piedra que mostraban las murallas de Veluca, más parecía tallada en mármol por su cuidado, haciendo que el eco de su pasado prevaleciera los siglos manteniendo la ciudad aparente juventud.
Con sus carnes comidas por el hambre, los oscuros harapos de una lóbrega figura avanzaban amparándose en la noche y el silencio. Las antorchas, centinelas de la magnífica Gran Biblioteca, santuario de eruditos y refugio para el conocimiento, habían quedado ya atrás. Su respiración y el ladrido de unos chuchos eran la única sinfonía que podía percibir, hasta que ahogado en su propio grito cayó al suelo.
- Sin armar jaleo, dame lo que tengas ahí. – La confusión no le permitió reconocer más que la voz del que no podía ser ningún chiquillo, más sí un hombre maduro.
- ¡Soy pobre! ¡Soy pobre! ¡Piedad! - Alzó la voz temblorosa mientras se dolía en la espalda del golpe, y con la otra sostenía un viejo libro con tapas de duro cuero, tratando con todo su cuerpo que las hojas del interior no cayesen.
- ¡Silencio he dicho! – Amenazó el agresor con una daga en la mano, que si pudo distinguir. La víctima, temblorosa, cerró los ojos, se aferró al objeto y suplicó más:
- Lo juro, lo juro... ¡Soy pobre! – Y la paz volvió súbita, por lo que se creyó muerto. Conmocionado volvió en sí y notó el vaho, que era suyo, era su aliento. La espalda le dolía, al igual que los rasguños en las palmas de las manos, y notó un calor extraño emanando por su cuerpo. Sintió entonces la presión sobre sí, y halló la razón de la anormal temperatura tiñendo en rojo sus ropajes. El líquido, que lo impregnaba todo, se dejaba correr contra la piedra, tan oscuro y mortal que apenas podía distinguirse. Cuando se incorporó, dejó caer el cadáver. Jamás había tenido la muerte tan cerca.
Cuando se volvió para tratar de ver que había sido, escuchó una voz femenina.
- Y se que eres pobre, no lo repitas más veces. – Tiró entonces un cuchillo de cocina al suelo, y el metal resonó chirriante.
- ¿Qué quieres? – Pregunto el hombre asustado.
- Ya nada. – Dijo seca. La Luna pidió permiso, y con su tímida luz brillaron sus cabellos rubios y se descubrió una mirada salvaje y parda como las hojas que caen a merced del viento en otoño. Terminaban de agraciarla un cuerpo que se imaginaba esbelto bajo aquella larga y pobre falda, un mentón fino y nariz algo chata, armonizados con unos carrillos y labios que bien pudiera querer conquistar un buen señor tierra que de mujeres así.
-¿Nada? – Preguntó extrañado, más para sí que para ella.
- Nada dije. Ya tengo lo que quería – miró con desprecio al inerte tendido en el firme – Has sido un buen cebo, te estoy agradecida.
- ¿Cómo cebo? – Se intrigó.
- Llevaba días buscándole, y sabía que no iba a ser fácil encontrarle. Me debía dinero, cosa que no me puedo permitir. Así que en vez de buscarle a él y te seguí a ti. No eres el primero al que despoja de bienes por esta zona, pero si el último.
- El perro que guarda del ratón en vez de salir tras el gato... Muy ingenioso.
- Supongo que a eso lo llamaréis ingenio. ¿Eres filósofo o algo? – Preguntó ella al ver el libro.
- Médico. – Dijo orgulloso.
- Y pobre. Eso es que no eres de fiar, pero supongo que no me queda otra alternativa... – Quedó pensativa- ¿Qué sabes de partos y preñadas?
- A eso me dirigía antes del infortunio. - Releyó para sí en libro escrito en la Lengua Noble, utilizado hace siglos por los habitantes del antiguo Imperio, utilizado hoy por las élites y los para redactar sus memorias y tratados. Traducido ponía “Infecciones y complicaciones derivadas cuando una mujer da a luz”. – Te advierto que he de realizar un trabajo para una persona distinguida, y se enojará mucho si no aparezco. Espero que no te quieras ver implicada.
- Calla. –Dijo sin dar importancia. - ¿Qué ha llamado la atención de tan distinguida personalidad, si puede saberse?
- Yo utilizo métodos antiguos. Los que usaban durante la época imperial. Llegué a la Gran Biblioteca en busca precisamente de un ejemplar como este. Los métodos antiguos dan mucho mejor resultado en medicina, y eso me está haciendo ganar cierto renombre en determinados círculos. Lo que gano lo invierto en estos conocimientos, que tengo guardados a buen recaudo. Me interesa más ser recordado por mis proezas en medicina que por acumular riqueza, así que no soy pobre por incompetente, como te puedo demostrar.
- Que noble –espetó sin ocultar cierta burla – pues te pido que haga uso de ella ante círculos, quizá no tan distinguidos. Se trata de una compañera que deberá dar a luz si no esta noche, mañana, no te tomará mucho, y podrás descansar y comer a cambio. Ese es el trato.
- Supongo que tampoco me conviene negarme ante tan agresiva y certera fémina.
- Supones bien. Ahora que lo sabes, te advierto que es mejor que hagas bien tu trabajo, esta mujer es muy apreciada por nuestro jefe. Podría enfadarse mucho si algo sale mal. Le da... Mejor dicho, le daba grandes beneficios. Y a pesar de todo no la ha abandonado y la ha permitido seguir viviendo con el resto. ¿Cómo es tu nombre?
- Jeremus. Mi apellido no tiene importancia, por el momento. ¿Tu jefe? ¿Y tu cómo te llamas?
- Depende de lo que paguen, cariño...
Última edición por Dosjotas el Lun Sep 05, 2016 3:35 pm, editado 2 veces