El Partido Comunista argentino y sus políticas en favor de una cultura obrera en las décadas de 1920 y 1930 Analizaremos las políticas que se trazó el Partido Comunista para promover la cultura obrera, especialmente en el campo de la educación y el divertimento. Examinaremos los distintos emprendimientos encarados por el Partido, analizando las características del discurso, de los valores y del sistema de representaciones simbólicas que se hallaban detrás de ellos. Asimismo, indagaremos en el lugar ocupado por los escritores y artistas vinculados al partido.
Palabras clave: cultura obrera, Argentina, educación, Partido Comunista, socialismo
El Partido Comunista (PC) ocupó un capítulo importante en la historia del movimiento obrero de la Argentina durante el cuarto de siglo que concluyó hacia mediados de la década de 1940. Con la implantación molecular de sus células fabriles y sus agrupaciones gremiales, el PC se convirtió en un impulsor principal de la movilización de los trabajadores. Durante esos años, logró agrupar a miles de militantes, montó una densa red de agitación y propaganda, y lideró numerosos conflictos y organizaciones sindicales, en especial, dentro del proletariado industrial.
[2] Esta inserción comunista también se expresó en el plano sociocultural. En este campo, el PC promovió prácticas y formas de agregación relacionadas con la instrucción y la recreación, sostuvo una red de bibliotecas, centros culturales, escuelas y clubes deportivos obreros, además de impulsar actividades para los niños y las familias de los trabajadores, a través de agrupaciones infantiles, eventos artísticos o celebraciones. Los intelectuales y artistas del partido se pusieron a disposición del éxito de estas iniciativas. Estas acciones fueron entendidas como experiencias constitutivas de una
cultura obrera, a la que el PC le incorporó algunos rasgos y espacios específicos. La
subcultura obrera comunista, que impugnó muchos de los presupuestos de la
cultura popular, representó una posibilidad de socialización alternativa a las que circularon en la Argentina de entreguerras.
En verdad, esta apuesta cultural comunista recogía una rica tradición histórica, que había sido habilitada tanto por el anarquismo como por el socialismo desde fines de siglo XIX. Desde aquellos tiempos, como se ha señalado, era posible detectar que “... los trabajadores creaban sus espacios de sociabilidad: efectuaban representaciones teatrales, bailaban, cantaban, se educaban, entonaban sus himnos, desplegaban sus símbolos”.
[3] Es bien conocido el despliegue cultural que el Partido Socialista (PS) sostuvo en el seno de la clase trabajadora: centenares de bibliotecas obreras, centros de estudios, escuelas libres y ateneos de divulgación; una universidad popular, la Sociedad Luz, fundada en 1899, que desde 1922 dispuso de un espléndido edificio propio en Barracas, en el que impulsó cursos de los más variados temas; coros, conjuntos teatrales y musicales; miles de conferencias y visitas a museos; proyecciones cinematográficas; editoriales que encaraban una intensa obra difusora; un despliegue permanente de campañas sanitarias, higienistas, antialcohólicas y de profilaxis sexual. Ángel M. Giménez, el orientador de la política cultural del PS, estipulaba hacia 1926: “Todo centro socialista debe tener: a) Una biblioteca pública, bien organizada, la que deberá ser complementada con lecturas comentadas y conferencias; b) Una sección coral y cuadro artístico y musical; c) Una biblioteca y recreo infantil; d) Una sección de propaganda antialcohólica, de higiene social y de excursiones; e) Una sección deportiva”.
[4] Todos estos emprendimientos revelan la presencia de una verdadera estrategia del PS en el tema, ambiciosa, coherente y sistemática, aunque afectada, como reconocía José Aricó, por un “carácter abstractamente pedagógico y privilegiador de la divulgación científica”.
[5] Como afirmaba Juan Carlos Portantiero acerca de estas redes de socialización: “Detrás de una concepción ostensiblemente iluminista –educar al trabajador como parte de la formación de una cultura política democrática– se advierte la preocupación, a la manera de la socialdemocracia europea, por constituir una suerte de ‘sociedad separada’ que abarcaba desde recreos infantiles hasta tiendas cooperativas, pasando por escuelas de oficios y ateneos de divulgación científica”.
[6] Era la propuesta del que aparecía concebido como un “partido de la modernidad”, influido por un legado positivista, que mostraba una confianza ciega en la asociación entre la ciencia y el progreso. De estas fuentes provinieron los comunistas, quienes se habían escindido del PS en un período demasiado cercano.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]El PC intervino con iniciativas semejantes a las practicadas por los socialistas en el ámbito sociocultural. La organización recordaba una y otra vez a sus militantes el esmero con el que debían asumir su intervención en esa área: “Las fracciones comunistas deberán crearse en otras instituciones que también tengan influencia sobre las masas trabajadoras, por ejemplo, en las Bibliotecas culturales, clubes deportivos de barrio, sociedades de fomento, etc., en donde existe un amplio campo de acción, si se sabe aprovechar inteligentemente”.
[7] Sin embargo, detrás de estas actividades podía apreciarse un sentido algo distinto al del PS. Para el PC, el concepto clave a destacar era el de
cultura obrera.
Este último término fue usado por los propios comunistas en aquella época, pero, al mismo tiempo, fue una categoría de amplia utilización en la historia de los movimientos sociales y en los propios estudios históricos. Desde una visión global, el concepto alude a un conjunto de actitudes, creencias, patrones de comportamiento, imaginarios y rituales, articulados en torno a una identidad obrera, que traslucen una conciencia de clase proletaria.
[8] En un sentido más estricto, permite englobar el entramado de hábitos, prácticas y formas de asociación político-culturales que tenían como protagonistas principales a colectividades de trabajadores, con el objetivo de garantizar y extender su recreación e instrucción de un modo independiente al de la burguesía. Para los comunistas y buena parte de la izquierda en la Argentina de los años veinte y treinta, este emprendimiento era no sólo deseable sino posible, porque las diferentes formas de “ocio alienado” generadas en la cultura de masas, no habían alcanzado, todavía, una hegemonía total en el imaginario de las clases subalternas y, más específicamente, en el de la clase obrera, aunque era evidente el enorme espacio que iban adquiriendo. Sus expresiones eran múltiples, entre otras, el creciente impacto de la radio que invadía los hogares y permitía modos nuevos de comunicación y propaganda; la aparición del cine sonoro; la multiplicación de las revistas populares y la literatura de kiosco generadas por una nueva y pujante industria editorial; la progresiva profesionalización del fútbol; la supervivencia del circo, el vodevil y las formas de teatro menor.
[9] De este modo, pudieron subsistir, cada vez con mayor dificultad, prácticas generadas por sectores proletarios, que intentaban competir con estas diversificadas ofertas de distracción.
Las iniciativas para el “sano” entretenimiento en el tiempo libre de los trabajadores ¿Cómo divertir a los obreros y a sus familias, de manera “sana y racional” y lejos de las influencias burguesas? Un camino era el de las reuniones sociales. Eran permanentes las funciones artísticas dirigidas “a los obreros”, organizadas por el PC de manera central, local o por sus organismos socioculturales. Es ilustrativo citar ejemplos de ellas a través de los años. Como la velada cinematográfica organizada en un salón de Berisso la noche del 1º de mayo de 1925, cuyo programa contenía: “1.º ‘Un glorioso cuarteto’, cómica en tres actos, por Chiripa. 2.º ‘El XV preludio de Chopin’, 7 actos de Russ Film. 3.º Conferencia por la compañera Mica Feldman. 4.º ‘Fuera de combate’, cómica en tres actos, por los pibes. 5.º ‘El padre Sergio o La tentación del pecado’, 7 actos de la Russ Film. 6.º ‘Dibujo animado’, en un acto”. O el festival organizado por la Biblioteca Obrera Renovación de Villa Crespo en octubre de 1926, en el que se prometía: “1.º ‘La Internacional’ (coro); 2.º Conferencia del compañero Edo. Ghitor sobre ‘Cultura obrera’; 3º. ‘Hijos del pueblo’, drama en un acto; 4.º ‘Proletarios somos’, ronda infantil con música y trajes simbólicos; 5.º Declamaciones y monólogos, por varias compañeritas; 6.º ‘El Puente de Avignon’, ronda infantil”. O el festival realizado en 1929, que ofrecía: “... la hermosa película soviética ‘El milagro del soldado Ivan’, comedia basada en un argumento de León Tolstoy y la informativa ‘Cómo se educan los niños en Rusia’. Habrá una conferencia a cargo del compañero Pedro Romo. El baile familiar será amenizado por la reputada orquesta ‘Red Star’ (‘Estrella Roja’)”.
[10] Sin duda, la predilección era montar espectáculos múltiples, en donde se combinaban distintas expresiones artísticas. En el formato de este tipo de eventos, es posible reconocer ciertos elementos rutinarios. Se empezaba entonando el himno “La Internacional”. Seguía la puesta en escena de alguna obra teatral, de carácter dramático o una comedia. La otra alternativa era la exhibición de una película cinematográfica soviética de la Russ Film. Las más requeridas eran las que había realizado el joven director Serguei Eisenstein como parte de la Proletkult: “Huelga” (1924), “El acorazado Potemkin” (1925), “Octubre” (1927) y “Lo viejo y lo nuevo. La Línea General” (1929), films en los que, respectivamente, se mostraba la explotación y lucha de la clase obrera, se conmemoraban las revoluciones de 1905 y 1917, y se narraba la vida de una campesina koljoziana en lucha contra los kulaks. Continuaban unas recitaciones poéticas. Luego la orquesta tocaba varias piezas musicales, en algunas ocasiones, de carácter clásico o erudito, en otras, de tipo popular criollo o provenientes de las comunidades de inmigrantes, alternadas con algún número cómico. Se cerraba con un baile familiar. En el medio, sin excepción, una conferencia fijaba la posición comunista frente a algún tema. Las reuniones se realizaban en salones teatros comerciales o vinculados al movimiento social y colectividades de extranjeros. Entre los porteños, los usualmente alquilados eran los siguientes: XX de Septiembre, Giuseppe Garibaldi, Unione e Benevolenza, Casa Suiza, Mandolinístico, Augusteo, Ideal, L’enfants de Beranger, Italia Unita y Círculo Gallego; en Avellaneda, el Roma. Desde enero de 1929, cuando el PC inauguró en la Capital la Casa del Proletariado, un gran salón ubicado en Independencia 3054, la mayoría de los eventos recreativos comunistas se realizaron en ese lugar.
Las jornadas de divertimento tenían un límite que no debía trasponerse: el carnaval, la antigua celebración inspirada en el Rey Momo (aquel dios de la burla, expulsado del Olimpo por sus bromas sarcásticas), que estaba instalada en la
cultura popular. Para los comunistas, el carnaval implicaba el embrutecimiento de las masas y un ataque a los principios de la lucha de clases. Si sus seguidores no entendían estas verdades, el partido no dudaba en amonestarlos: “La Biblioteca Obrera de Villa Industriales (Lanús) ‘Día a día más luz’, juntamente con los círculos Zepelín y Los Rojos del Diamante, organizó varios bailes carnavalescos. Con tal motivo dirigió un llamado a los trabajadores. Si resulta repudiable que una biblioteca de carácter proletario se complique en las fiestas de carnestolendas, secundando así a los comités vecinales y demás organismos políticos, llegando a unirse a sociedades de marcado tinte carnavalesco, es aún mucho más censurable que para el éxito de la fiesta de Momo llegue a quererse explotar el sentimiento clasista de los obreros”.
[15] Hasta el golpe militar de 1930, pudo mantenerse el carácter festivo de estas movilizaciones. Luego, la represión impidió su realización o las inundó de violencia. Tanto la manifestación del 1° de Mayo como la del 7 de noviembre, en las que confluían las reivindicaciones proletarias y los planteamientos y consignas del ideario comunista, eran prácticas rituales dotadas de una fuerte carga simbólica, en las que se destacaban determinados valores: masividad, disciplina, carácter proletario y familiar, voluntad por ocupar el espacio público de la ciudad. Así, el 1º de mayo de 1932, los infantes comunistas se exhibieron en la conmemoración del Día Internacional de los Trabajadores y un emocionado obrero relataba la experiencia de la jornada: “Vestidos con guardapolvos y pañuelos rojos, llevando sus estandartes, y con las caras radiantes de alegría salieron de sus respectivos barrios los pioners [...]. Centenares y centenares de obreros se fueron a sus casas admirados por la fuerte organización de la niñez trabajadora”.
[19] El apego a estas celebraciones y manifestaciones constituía una vieja tradición obrera europea. Operaban como una autopresentación regular y pública, una exhibición de autodominio, una invasión del espacio social burgués y una conquista simbólica, en las que se procuraba “demostrar el poder ante todos”.
[20] Por otra parte, para los comunistas existía otra iniciativa sociocultural muy valiosa dirigida a ocupar el tiempo libre de los trabajadores: la actividad deportiva, en especial, el fútbol. Por aquellos años, el PC impulsó la formación de decenas de clubes obreros, por supuesto, de tipo amateur. Esto continuaba una tradición asociativa que, desde principios del siglo XX, había forjado una serie de instituciones deportivas promovidas por sindicatos, sociedades mutuales y comunidades vecinales. Varios de estos clubes fueron creados por anarquistas y socialistas (como Argentino Juniors y Chacarita Juniors). Los clubes obreros promovidos por el PC surgieron a partir de 1923 y, para 1926, alcanzaban el medio centenar en el ámbito de la Capital (en los barrios de Barracas, Constitución, Nueva Pompeya, La Boca, Balvanera, San Cristóbal, Boedo, Almagro, La Paternal, Villa Crespo, Villa Luro, Villa Devoto, Flores, Parque Chacabuco, Vélez Sarsfield, Liniers y Mataderos) y del Gran Buenos Aires (Avellaneda, Lanús, Quilmes, Haedo, Ramos Mejía, Ciudadela y Adrogué). Otra veintena se desparramaba en otras provincias del país, especialmente, en las de Santa Fe, Córdoba y Tucumán. Estaban mayoritariamente dedicados al fútbol y, ocasionalmente, al atletismo, el
basketball y el ajedrez. En muchos casos, proponían actividades culturales y tenían sus propias bibliotecas. También era frecuente que organizaran festivales y conferencias sobre las virtudes del deporte obrero en teatros públicos barriales.
Al revisar los nombres de los clubes comunistas, puede observarse su singularidad frente a los otros de carácter popular surgidos durante las primeras décadas del siglo XX, que mayoritariamente recurrieron a denominaciones como Argentino (para diferenciarse de las primeras instituciones inglesas); Unidos o Defensores (que aludía a un agrupamiento y representación territorial); Estudiantes, Juniors o Juventud (que realizaba un recorte generacional); y un conjunto heterogéneo en donde se encuentran algunos nombres ingleses, otros que surgen del ambiente simbólico religioso, muchos asociados a las fechas patrias o a próceres de la historia argentina y una gran cantidad vinculados a los vecindarios o localidades de origen.
[21] Los clubes del PC, en cambio, prefirieron otros apelativos, propios de la liturgia anticapitalista: un panteón en el que aparecen líderes marxistas (Rosa Luxemburgo, Sportivo Lenin) o figuras ajenas a él (como el geógrafo anarquista Elisée Reclus, el escritor Emilio Zola o el creador de la imprenta Gutenberg); la iconografía del socialismo y la clase obrera mundial (Hoz y Martillo, 1º de Mayo, Sol de Mayo, Hijos del Pueblo, La Internacional, La Chispa, La Antorcha); todas las conjugaciones posibles de “rojo” (Estrella Roja, Alba Roja, Deportivo Rojo, Aurora Roja); y una serie de valores universales de redención (Justicia, Salud y Fuerza, Unión y Trabajo, Valor y Verdad, Deportivo Luz, Claridad). Aquí hubo un campo común con el PS, quien, para denominar a esa veintena de clubes que había montado por aquella época en sus comités barriales, también recurrió a personajes marxistas o del progresismo laico, y a imágenes proletarias emblemáticas (Marx, Engels, Bebel, Jaurès, Pablo Iglesias, Ingenieros, Del Valle Iberlucea, Darwin, Ameghino, 1º de Mayo, entre otros). Acompañando una tendencia general, tampoco hubo clubes comunistas que aludieran a una identidad étnica, nacional o idiomática, que en el fútbol argentino se hicieron más comunes luego de 1930. De este modo, los numerosos obreros inmigrantes comunistas se enrolaron en clubes cuyo principio articulador fue siempre el lugar donde se ubicaba el sitio de trabajo, el sindicato o la vivienda. El horizonte clasista aparece implícito o explícito en todos ellos; así, hasta los que usaron el término
juventud, lo acompañaron del adjetivo
obrera.
En comparación a su símil socialista, la FDO mostró un desarrollo más vasto. Organizaba un campeonato de fútbol de cinco divisiones, en el que intervenían los equipos nombrados. Tenía su propio reglamento de disciplina, que fijaba las reglas del juego y definía la organización interna de los clubes y su relación con la Federación.
[25] También poseía una agrupación de
referees(encargada del seguimiento de las pautas de comportamiento) y un boletín en donde se resumían sus actividades; periódicamente, realizaba congresos nacionales.
La Internacional tuvo desde mayo de 1925 una sección deportiva diaria en sus páginas; allí se informaba acerca de los eventos realizados por cada club, se presentaba el
fixture de encuentros, se comentaban los
matchs y se ofrecía la tabla de posiciones de los campeonatos. La mayoría de los clubes y la propia federación estaban controlados por el PC, y funcionaban al lado o en los comités barriales del partido. Pero había algunos independientes, que tenían una tradición propia; ése era el caso, por ejemplo, del Club Juventud Obrera de Villa Castellino, fundado en 1914 por un grupo de operarios de la vidriería Papini.
La FDO poseía un discurso específico: reivindicaba un deporte
rojo y proletario, y lo contraponía a la mercantilización y a la corrupción que habría sufrido bajo el régimen capitalista, en donde el amateurismo perdía espacios frente al avance de la práctica profesional, en la que los jugadores encontraban un medio para obtener réditos económicos. El PC se enfrentaba a esta perspectiva, levantando la consigna de “¡Contra los clubes empresas! ¡Por el deporte popular y obrero!”.
[26] Claro que esta defensa del amateurismo tenía razones bien diferentes de la que sostenían los sectores aristocratizantes. Éstos, en la visión del PC, querían salvaguardar el carácter aficionado de la actividad para mantenerla bajo el dominio de los ricos, los únicos que podrían disponer libremente del tiempo de ocio necesario para desarrollarla.
Desde fines de los años veinte, los comunistas experimentaron grandes dificultades en esta experiencia deportiva obrera. La actividad se resintió debido a la propia crisis interna que afectó al PC hacia diciembre de 1927, cuando tuvo lugar la ruptura del grupo encabezado por la principal figura del partido, José F. Penelón. La división se reprodujo en el propio seno de los clubes y de la FDO de la Capital. Durante 1928 varios de aquellos se disolvieron o se alinearon con los penelonistas. Desde entonces, las FDO del interior del país siguieron en manos del PC, pero, en la más fuerte, la de Buenos Aires, los clubes comunistas quedaron en minoría y en incómoda convivencia, como “fracción roja”.
[30] Lo que siguió fue peor: como tantas otras instituciones socioculturales y órganos de prensa asociados al PC, la FDO fue formalmente disuelta por el gobierno de facto a fines de 1930, mientras que en varias de las sedes de sus clubes se sufrieron allanamientos y detenciones policiales.
[31] Hacia marzo de 1932, al recuperar márgenes de legalidad, los comunistas pudieron volver a poner en marcha la FDO. Se reorganizaron y fundaron nuevos clubes, que durante algunos meses tuvieron un intenso despliegue social, cultural y político. Hasta agosto de 1932, pudieron mantenerse estas iniciativas, pero, en los meses siguientes, languidecieron en medio de la persecución policial, las torturas y las deportaciones que volvieron a afectar a la militancia comunista.
Para promover la acción de estos grupos infantiles proletarios del PC, existía un órgano de prensa específico:
Compañerito. Tuvo dos etapas: la primera, en la que el PC declaró una tirada de unos 25.000 ejemplares, se extendió entre mayo de 1923 y el golpe militar de 1930, y se editó como “Periódico mensual para los niños”; desde julio de 1932, reapareció como “Periódico de los niños explotados. Editado por la Federación Infantil de Pioners”. La publicación se adjudicaba la misión de construir, en los menores proletarios, valores opuestos a los impartidos por el Estado, el sistema educativo, la Iglesia y algunos medios de comunicación. Desde sus primeros números, los objetivos quedaron expuestos: “Para luchar contra la explotación de los niños en las fábricas, contra las mentiras de las escuelas, contra el patriotismo que en ellas se inculca, contra el pulpo religioso”. En un formato pequeño y con un diseño ágil –textos cortos y muchas ilustraciones–,
Compañerito recorría un espectro temático que iba desde la reivindicación inmediata de ciertos derechos hasta el discurso más utópico de transformación social. En el segundo sentido, se encuentra una saturación de textos e ilustraciones que proyectan imágenes de la sociedad futura, en clave de mística doctrinaria: en un número, un dibujo muestra a chicos de distintos lugares del mundo, entrelazados, haciendo una ronda alrededor de una bandera roja, con una frase que reza “Pronto llegará el día en que los niños de todos los pueblos de la tierra podrán estrechar sus manos en torno de la única bandera de fraternidad”; en otro, tras la consigna “Niños proletarios contemplando ansiosos la salida del nuevo sol, la Sociedad Comunista”, se observa a una madre abrazada a sus hijos, que asisten alborozados al amanecer resplandeciente de una hoz y un martillo.
[32] Compañerito se posicionaba como rival de las revistas infantiles “burguesas”, como
Billiken (impulsada por la Editorial Atlántida, de Constancio C. Vigil, con cierta orientación conservadora y católica), a la que llamaba a boicotear, tanto por su contenido como por sus manejos empresarios.
[33] El órgano infantil del PC denunciaba los prejuicios que impedirían la adquisición de una “auténtica” conciencia proletaria: “La burguesía trata con sus revistas y periódicos, como el Billiken, el Purrete, etc., embaucar a la niñez trabajadora por medio de sus mentiras, como la patria, la religión, las novelas fantásticas, pero no le habla del hambre y la miseria que sufrimos y cómo acabar con esto”.
[34] Compañerito también incorporaba motivos profanos: reproducía cuentos y poemas infantiles, cartas enviadas por escolares, juegos de ingenio, ejercicios para repasar la tabla de multiplicar, dibujos y chistes. En cada material, se filtraba un lenguaje o sentido común de clase y una pedagogía proselitista en clave obrerista.
Las experiencias ilustradas Uno de los instrumentos privilegiados para el desarrollo de las experiencias de formación cultural comunista fue la Biblioteca Obrera, que casi siempre ostentaba también el título de Centro de Cultura o Asociación Cultural. En las décadas de los veinte y los treinta, aún se mantenía esa larga tradición existente en el país, particularmente en Buenos Aires, con respecto a este tipo de instituciones.
[35]Desde las últimas décadas del siglo XIX y, por lo menos, hasta la aparición del peronismo, una de las primeras tareas que encaraba todo nuevo sindicato o federación gremial era constituir su propia biblioteca. Los anarquistas, los
sindicalistas y, especialmente, los socialistas conformaron centenares de ellas en sus locales y centros. Para ilustrar con algunas cifras la permanencia de este fenómeno, señalemos que, hacia marzo de 1932, existían unas 400 Bibliotecas Obreras creadas por el PS, con un promedio de 3.000 a 6.000 volúmenes cada una, repartidas por casi todas las provincias y territorios nacionales (entre ellas, 56 en Capital Federal y 180 en la provincia de Buenos Aires); el Vigésimo segundo Congreso Ordinario del PS, de mayo de 1934, calculaba que esa cifra se había elevado a 772 (además de 19 centros culturales).
[36] La literatura que circulaba en las bibliotecas comunistas procedía, en buena medida, de La Internacional, la editorial del PC, cuyo catálogo se reproducía diariamente en el órgano oficial del partido. Hasta fines de los años veinte, esta editorial funcionaba en Independencia 4168/70, local central que operaba como librería y sede de La Impresora, donde se confeccionaban los materiales partidarios. Sólo una parte de catálogo era impreso por
LI; la mayoría eran libros que el sello sólo se dedicaba a comercializar. Ya desde 1925, en el listado se ofrecían más de un centenar de obras, cifra que se duplicó y triplicó en los años siguientes. La mayoría de los títulos se inscribía en una literatura socialista y anticapitalista: obras de Marx, Engels, Lenin, Rosa Luxemburgo, Paul Lafargue, Clara Zetkin, Radek, Bujarin, Kollontay, Lunacharsky, Stalin y Trotsky (por razones obvias, sólo hasta mediados de 1928), entremezcladas con algunas de los anarquistas Kropotkin y Eliseo Reclus. En segundo lugar, una selección de obras de la “cultura universal”, especialmente aquellas pertenecientes a la narrativa decimonónica, que evidenciaban un contenido social, humanista, romántico o naturalista moralizante (buena parte de la obra de Victor Hugo, Zola, Gorki, Tolstoi, Dostoievski e Ibsen). También, varios textos de escritores contemporáneos en los que se filtraba un espíritu antiburgués, antimilitarista o solidario con la Revolución Rusa: los integrantes del grupo francés
Claridad Romain Rolland y Henri Barbusse, el norteamericano Upton B. Sinclair, el francés Anatole France y otros. No faltaban obras clásicas de representantes de la ilustración (Rousseau, Voltaire y Diderot). Entre los nombres locales, se destacaban Echeverría, Ingenieros, algunos intelectuales de la Asociación Amigos de Rusia y los escritores libertarios Alberto Ghiraldo y Julio R. Barcos. Este
bricolage de autores y títulos estaba presente en todas las instituciones culturales obreras desde su momento formativo.