Un mensaje a los escritores. (Inspiración)

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    Mensaje por JPrieto1396 Mar Jun 30, 2015 10:48 pm

    1. Gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.

    2. Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros; lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles, y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.

    3. La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julián Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez […].

    4. La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.

    5. Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas -rayos, truenos, gruñidos de las fieras- a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el 'quién vive', para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.

    6. Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños.

    7. De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible.

    Fragmentos de VARGAS LLOSA, Mario. “Elogio de la lectura y la ficción. Discurso Nóbel, 7 diciembre de 2010”. Generación El Colombiano. Medellín, 19 de diciembre de 2010, p. 5, 10 y 11


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    Mensaje por JPrieto1396 Mar Jun 30, 2015 10:52 pm

    1. Un escritor, sin duda, es un especulador. Alguien que insatisfecho con la realidad se aferra a pequeños momentos de la vida o la Historia y los encamina con palabras por vericuetos que también pudieron ser. La literatura es una eterna suposición, es una coartada contra el destino, el cual, así se haya vivido, no indica que todo tenga que ser como fue. La literatura es tal vez uno de los pocos caminos donde la imaginación tiene vía libre.

    2. Es por eso que la suposición de cosas ha hecho que en libros como La conjura contra América Philip Roth imagine cómo serían los Estados Unidos si en vez del presidente Roosevelt hubiera sido elegido el antisemita Lindbergh, quien al hacer un pacto de no agresión con Hitler se dedica a perseguir judíos en el país americano. O que Don Delillo explore en su libro Fascinación qué pasaría si fuera cierto que el mismo Hitler protagonizó una película pornográfica que fue filmada durante sus últimos días dentro del búnker en Berlín, cuando el Ejército Rojo se acercaba y la ciudad era bombardeada.

    3. Apropósito del premio Alfaguara de Novela, que bien merecido lo ganó este año Juan Gabriel Vásquez, recuerdo que en la presentación de su novela Historia secreta de la Costaguana en el 2007, Vásquez dijo que la idea le surgió cuando estaba escribiendo una pequeña biografía sobre Joseph Conrad y se dio cuenta de que posiblemente el escritor polaco había leído el libro de Pérez Triana, De Bogotá al Atlántico, que al parecer le sirvió para escribir Nostromo; desde entonces Juan Gabriel empezó a suponer una serie de situaciones adicionales para su novela que involucraron un período de la historia de Colombia, la construcción del canal de panamá y, desde luego, una parte de la vida de Conrad.La Historia, con mayúscula, para Juan Gabriel se volvió una historia con minúscula.

    4. Ricardo Pliglia en su libro de ensayos El último lector dice que un lector es también el que lee mal, distorsiona, percibe confusamente. “En la clínica del arte de leer no siempre el que tiene mejor vista lee mejor”, agrega el escritor argentino. De alguna forma esta distorsión también la podríamos aplicar al novelista, quien, a diferencia del historiador, no lo atan las fechas exactas, las glorias, ni mucho menos los nombres de los ilustres protagonistas con todas sus cualidades y virtudes. Al contrario, en la literatura los hilitos de las costuras históricas cuelgan a la espera de que los escritores las halen para especular, para suponer, para hacer más rica y emocionante la vida misma. Balzac decía que la novela era la historia privada de las naciones.

    5. Cuando se lee literatura lo mejor es no acercarse con un diccionario enciclopédico para señalar al margen la supuesta ignorancia del novelista que modifica un dato o le pone una nariz que no era a un general cualquiera; cuando se lee literatura es porque la mente está abierta a observar la Historiay la historia con los ojos del asombro, así con el tiempo se crea más en la existencia del David Copperfield de Charles Dickens, que en el mismo mago de Nueva Jersey quien, tal vez, no es más que una ilusión.

    ARISTIZÁBAL, Diego. La literatura como especulación. El Colombiano. Medellín, 24 de marzo de 2011, p. 4a


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