PROLOGO
Suenan los cuernos, como un resorte levanto la cabeza y agudizo mi oído. Pienso en mi interior: ¿Será mi padre?, no puede ser, aún es muy pronto. De repente oigo el segundo aviso, me levanto de la mesa a tal velocidad que se mueven los mapas y manuscritos que estaba estudiando, miro a mi derecha: Llegó la hora, esta espada que pasó de generación en generación, de mi abuelo a mi padre y ahora la usare yo.
Salgo de la Sala Señorial con mis vestiduras y mi espada, desde los 16 años estoy deseando entrar en acción. Al llegar al puesto del vigía le pregunto:
-¿Qué ocurre?
-Mi señor, la leva de su padre está llegando a la aldea.
-¡Soldados, abrid las puertas! ¡Viene el Jarl!
Los habitantes y niños se alegraron, veía a todos contentos y gritando de alegría, sus familias llegaban de nuevo a casa, como mi padre, teníamos mucho que contarnos, él de sus batallas y yo de mis progresos.
Se abrieron las puertas mientras bajaba frenéticamente para dar la bienvenida a mi padre y sus hombres.
La leva se acercaba, me extrañaba que mi padre no fuese al frente. Recuerdo que siempre venía al frente con su mejor amigo, los dos comandando la hueste y con un rostro serio a la vez de orgulloso, tras ellos siempre llevaban a sus guardaespaldas y posteriormente las tropas custodiando el botín de cada campaña. Me extrañaba su ausencia y me decía: Qué raro, solo ocurren estas cosas cuando mi padre viene herido, ahora que veo, sus tropas están algo diezmadas.
A 100 pies de la puerta los guarda-espaldas paran, se dividen en dos columnas para dejar paso a un hombre. Era alto y muy corpulento, con el pelo moreno y largo, y una barba que tapaba gran parte de sus cicatrices. El noble estaba portando una espada, se acercaba más a mí, más, más y más hasta estar enfrente de mí, cabizbajo inca una rodilla y entre algún que otro sollozo me dice:
-Alrik, a partir de ahora eres digno de portar la espada que siempre ha protegido a la ciudad, ahora TU ERES EL JARL.