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    Semillas del Norte [M&B: With Fire and Sword]

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    Mensaje por Dosjotas Miér Abr 10, 2013 9:57 pm

    He visto que no hay muchos de este juego, así que aquí va uno. Espero que este sea su sitio en el foro. Disculpad erratas y otros errores de redacción que habrá que corregir. Hay omisiones históricas, lo sé, par los entendidillos en el tema. Está medio escrita ya, así que iré publicando. Gracias! Wink

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    Deba saber Su Católica Majestad, el que sin duda es el de más calidad de mis amigos, que ya es buena hora para hacerle saber los hechos acontecidos más a oriente de donde gobierna el Emperador de los Romanos. Como es en confianza, y nuestro Rey es hombre sabio, no creo que tenga inconveniente si omito los tratos y formas que se merece por la gracia de Dios nuestro señor.

    Sepa la más alta dignidad de las Españas, que tiene un hombre que combatió por ellas en Rocroi, que fue hecho preso y años más tarde abandonado a su suerte en París, donde, haciéndose pasar por viajero milanés, fue entregado por uno de la milicia del lugar “que lo devolvió a su sitio”, juntándole de buena fe con una de esas compañías mercenarias italianas que rondan por Europa al servicio del monarca o gobernante que les de buena recompensa.

    Y todo esto lo sé también de buena fuente, así que crea lo que le voy a contar, porque todo lo acontecido a partir de 1653, año de nuestro Señor, si no lo he visto yo mismo desde mis propios ojos, lo sé de buena mano.

    Entró este hombre, que italiano sabía poco, porque era castellano, en la taberna. Quien hizo venir este hombre a mí más tarde, me describió el lugar como pestilente, acorde con los burgos donde se encontraba el antro. Si bien es cierto que italianos, españoles o franceses no difieren demasiado a la hora de vestir, desprendía este señor, Don Juan de Madrid, un hedor impropio incluso para un viajero que llevaba semanas o sino meses sin más contacto con el agua que el de su propia orina. Lamento que Su Majestad tenga que imaginarse semejantes pestes presentes en personas y edificios, pero es lo que a mí me contaron.

    Se despidió del francés que lo había dejado ahí, más no quiso contradecirle por no llamar la atención –ser pobre siempre ha sido mal negocio, pero ser pobre y español en París era sumamente peligroso en aquel entonces- y caminó dos pasos hacia un asiento libre junto a una mesilla, cerca de la puerta. Como no tenía sombrero, ni nada parecido para cubrirse, agachó la cabeza para no llamar la atención, queriendo esperar a que el francés se alejara del lugar. Aquello era un agujero de putas y vicios del diablo, y que no se confunda Su Majestad, que yo no he perdido formas ni soy mal hablador, pero esto es lo que me hicieron saber. El hombre que regentaba aquel sitio también era italiano, así que no era de extrañar que se reunieran por el lugar paisanos. Cuando fue el castellano a abandonar el lugar, tratando de ser discreto, el dueño, un siciliano, le apeló en voz alta, haciéndose el silencio:

    - ¿No va a refrescarse el viajero con buen vino de la Toscana? – Preguntó en su lengua. Don Juan, que había ejercido algún cargo de responsabilidad en una columna italiana cuando le tocó, sirviendo al Rey Habsburgo, se pudo valer de lo poco aprendido en aquel tiempo para engañar franceses y no ser recriminado, pero de lo dicho por el tabernero no hubo palabra que entendiera. Así que negó con la cabeza, estando tenso. Se levantó uno de los camaradas con calma, mientras la expectación y el silencio continuaban siendo respetados por quienes estaban allí.

    - Tú no eres de por aquí ¿Ah? – Y esto Don Juan si lo entendió, ya que lo dijo en castellano.

    - No. – Contestó entrecortando un suspiro. El italiano iba bien peinado, y aunque no pudiera lucir ropas nobles, sus botas, calzones y camisa andaban limpios. Desenvainó entonces el florín, enristrándolo hacia la arteria que pasa por la pierna, por dónde sepa Su Majestad, se sangra mucho si se pincha o corta.

    -Y que es lo que quieres. –Preguntó chulesco y alzó la voz - ¿Tan mal anda Felipe que no puede mandar espías adecentados y educados? – Todo el mundo parecía entender el idioma, porque siguieron carcajadas y risas que rompieron la tensión para todos aquellos menos para Don Juan. Un murmullo, al otro extremo de la sala, hizo saltar a uno de los tipos que por allá rondaban, quien se adentró hacia la mesa más en la penumbra, casi oculta bajo las escaleras por las que se subía al otro piso, sacando del pescuezo a un hombre de mediana edad, pero algo entrado en años, que vestía capa, sotana y sombrero plano negro.

    -¡Es otro! – Exclamó el agresor. -¡Dónde está tu Dios ahora ¿eh?!

    -¡Por Dios, piedad! – Gritó Don Juan con desgarro al ver al cura colorado y tembloroso tendido en el suelo. Se descubrió rápidamente otro sacerdote, este más viejo, quien, casi tropezándose consigo mismo, entregó un sobre al hombre que estaba asfixiando a su compañero. Me dijeron que el bruto no sabía leer, y le entregó el papel al que era su jefe. Sin apartar el pincho del muslo de Don Juan, dedicó unos instantes a leerla. Después miró al español:

    - Tú no eres un espía. – Dijo el italiano con serenidad.

    -No. – Habló tenue el castellano y tragó saliva. – No lo soy.

    - No, no lo eres. –Aclaró de nuevo.- He trabajado para muchos funcionarios españoles. Son más arrogantes. Suéltalo –apeló a su colega con parsimonia, quien dejó al fin respirar al cura, que casi se muere. Envainó el jefe de aquella gente el arma también, para alivio del buen Don Juan. –Bien – prosiguió el italiano- No me gustan las casualidades extrañas, pero tampoco quiero problemas con la iglesia, ni interferir en su divina voluntad –se hizo notar en esto último sarcástico- Podrían fastidiar muchos negocios. Además, ya mataremos muchos la semana que viene, cuando vayamos a la guerra.- para finalizar, aludió a los españoles.- Bien. Largo de aquí.

    No resulta extraño pensar que el Padre Bazán, que era amigo mío y conocí aquí en Polonia, se interesara por tan atípico personaje, apiadándose de él por encontrarse en tierras que no le eran amistosas. Le contó Juan parte de su historia, que luego me contaron a mí, y que explique antes.

    -Así que soldado. – Dijo el cura.

    - Fui soldado. – Contestó Juan. – Varias veces. ¿A dónde vamos?

    - A un lugar más generoso. – Le explico el Padre que, obviamente, no habían ido antes ahí, porque no está bien visto hacer abusos ni pedir o deber favores. – Pero vistos los acontecimientos, será mejor ir para el Colegio de Clemont. Pasaron varios minutos tras caminar cerca de donde está el río Sena. - ¿Y cómo no trataste de luchar cuando estábamos ahí, siendo bravo soldado español, que es lo que has dicho que eres?

    - Uno cuando muere deja de ser bravo. -Reflexionó en alto.- Rezaba, Padre, Rezaba. Porque si se una cosa, es que aunque fui buen soldado, los soldados son hombres, y mueren. Y tampoco pueden hacer más voluntad que la que Dios le entregó al hombre. Así que lucho cuando es mi voluntad, y rezo cuando estoy en la de Dios. ¿Sabe Padre, que soy temeroso del Diablo?

    -¿Y te preocupa ahora el Diablo?

    -Como se nota que no es usted hombre de armas. A un soldado siempre le preocupa el Diablo, porque sabe que tan pronto como se acueste nunca despierta y tiene que rendir cuentas. Hoy casi nos mandan al diablo, a mí, y a su compañero.

    - Dios le libre de pecado. – Miró el cura a su compañero, que respondió con mueca alegre. – Me alegra saber que practicas la piedad. ¿Quién te enseñó eso?

    - Mi tío, que era un dominico. –dijo Don Juan muy calmado, mirando a la nada.

    -Oh, que interesante... ¿Y que espera un siervo armado de Dios en la vida, aparte de ganarse la salvación?

    - Todavía no lo pensé.

    -¿No lo pensaste? ¿Volver al frente, ganar botín, comprar tierras, conseguir mujer...? ¿No son esas las cosas que esperáis de la vida los soldados?

    - Eso sí lo pensé.

    -¿Y a dónde ibas? – Volvió a interrogar el sacerdote.

    - Ya dije que no lo sé. – Respondió Don Juan algo incómodo.- Supongo que a Madrid, que por eso es donde nací. A hacer algo.

    -Ah, pues eso está muy bien, supongo. Supongo que sí. – El Padre le respondió con ambivalencia.

    - No acostumbro a que me traten como a un crío, Padre Bazán. –Dijo ásperamente. – Ha conseguido liarme. Supongo que vuelvo a Madrid por instinto, es mi lugar. Quizá debería rezar menos y pensar más.

    -Yo no dejaría de rezar.

    - ¿Y ahora porque?

    - Porque no le ha ido mal rezando. Entiendo su frustración por aquella batalla, pero no conozco muchos que pierdan batallas y vivan.

    - Fui hecho preso.

    - Y salió vivo. – Respondió el cura conciso.

    - La verdad que sí. Cuando pensaron que me moría, me largaron para no contaminar al resto de presos. Igual hay paz pronto, y los intercambios siempre son lucrativos.

    - Y justo cuando casi le abren las piernas, aparece un cura. ¿No le parece eso señal divina, Don Juan?

    -¿Se está riendo de mí? – La conversación ya se había tornado algo jocosa. - ¿Y porque hablo yo con usted de estas cosas? Salvando que me fue de ayuda en la taberna, pero eso se lo tendrá que pagar Dios.

    - Dígame señor, ¿tenía usted buenos amigos en prisión?

    - Es usted malo, Padre. –Dijo, pero ahora ya sonreía un poco.

    -Pues será por eso. –Concluyó el cura.

    -Y dígame, ya que estamos en confianzas. ¿A qué se dedica tan ilustre hombre de paz y Dios en la tierra? ¿A qué dedica sus días?

    - ¿No lo ve? ¡A hacer amigos! – El resto de los sacerdotes, aunque continuaban en silencio entre las calles pedregosas de París, prestaban atención a la conversación disimulando gestos cada vez que Don Juan se contrariaba. En realidad estaban de buen humor, aunque fresca, la brisilla que se dejaba correr entre las callecillas era de agradecer, ya que los ropajes negros, la capa y la escasa carga que llevaban consigo acaloraban. Salieron por fin al atardecer a una vía algo más ancha, donde había gentes de todas clases y algunos mercados. El ambiente en París era algo tenso en aquel entonces, así que tampoco se respiraba mucha alegría, y los soldados, distinguidos más por mostrar armas y una disciplinada actitud que por ir uniformados, controlaban el populacho. – Eso mismo hago, -prosiguió el cura. – Dios quiso que yo fuera educado en teología, lenguas, matemáticas y filosofía. Y así se ha hecho. Ahora educo a otros, soy soldado de su Santidad el Papa y llevo la ley de Dios nuestro Señor allí dónde más falta hace. Siempre intento hacer cosas que hagan bien a los demás. Cuando llegue el día, y eso ya es otro asunto, el Señor juzgará si obré de buenas maneras. De momento no me preocupa otra cosa. Ya hemos llegado.

    El edificio del Colegio de Clemont, destacaba por su soberbio portón acristalado, enmarcado en un arco de excelente gusto, conformado por piedra blanquecina. Vieron salir gentes con aires distinguidos, que son los nobles, hombres ricos y otras élites a los que la Compañía de Jesús ofrece una excelente educación por Europa, llegando misiones incluso a las Indias Orientales y Asia. El Padre Bazán y su séquito, que habían abandonado Navarra rumbo a Roma, para recibir órdenes en París, esperaban realizar allí su última parda antes de partir hacia el Este.

    Y así es como quiso El Señor poner fortuna para este Juan, que se juntó con los curas, quienes le dieron aquella noche un lugar donde dormir con paz en aquel colegio, y descansó como todo buen hombre se merece. El Padre Bazán, que es un hombre sabio, supo poner en juicio la buena fe del castellano, y le hizo con un trabajo en calidad de escolta, para irse todos juntos al Este. Juan, que era diestro en armas y corajoso, aceptó sin más rechistes la compañía y la paga, y hacia esta buena tierra, la República de Polonia-Lituania, marcharon al día siguiente.









    Como bien sabrá su Majestad, andaba yo inmerso en mis negocios, para provecho propio y la Corona, porque soy buen patriota, mandando cargar caravanas y bajeles con el excelente grano que llega desde el campo a Varsovia, y que yo mismo encargaba disponer hacia Sevilla, Barcelona o Valencia, siempre ofreciendo buen trato al difunto Rey Felipe, porque aunque mercader, no soy muy dado a usuras, lo que me valió una licencia de representación de sus cortes en esta zona.

    Debió adentrarse ya el otoño de ese año 1653, cuando aquí todavía no temblaba mucho la tierra ni los hombres marchaban en masa a la guerra, y se con buen criterio que Don Juan, el Padre Bazán y el resto de los curas disfrutaron de travesía tranquila pero incómoda por los Principados Alemanes. Las guerras de ahí les obligaron a desviar alguna ruta, pero siendo ellos hombres inteligentes y discretos, no tuvieron demasiados problemas, al menos, que a mí se me comunicaran cuando tuve la oportunidad de conocerlos.

    Don Juan quedó impresionado la primera vez que llegó a Posnania o Poznán, como la llaman los polacos y demás personas de aquí. A pesar de la evidente pobreza y podredumbre que presentaban muchos de los edificios, así como los embarrados y sucios caminillos de tierra que se habían formado, más por su uso, que por estar hechos adrede, otros de sus edificios eran reflejo de un pasado antiguo, y tenían piedras nobles y bellas maderas, unas por dentro y las otras por fuera. Aunque había sufrido alguna reforma y mejora, la Catedral de San Pedro y San Pablo, que mandó levantar un rey hace siglos, se erigía cubierta por la nieve que invadía aquel lugar, y era, con sus dos regias torres, también cripta de príncipes y reyes anteriores, que una vez gobernaron esos lugares, a los que Dios ya tenía en su gloria. Pero no era allí donde don Juan y los curas tenían que ir.

    Su destino era la Universidad Jesuita del lugar, que era dónde finalizaba el viaje de los religiosos. A Don Juan se le daría un dinero y la bendición de Dios por su tarea como acompañante armado, porque se hizo con un estoque en una ciudad alemana, y prestó buen servicio protegiendo a los curas, más débiles y viejos.

    Tampoco estaban acostumbrados a las gentes del lugar, ni mucho menos al frío. Aunque la nobleza vestía más a modo occidental, indistintamente modas italianas, españolas, alemanas o francesas, los pobres se tenían que refugiar en casa por el frío, incluso muchos de los niños, para los que a veces no había ropa, pasaban el invierno metidos en palanganas y grandes cubetas en las que calentaban agua, para no morir congelados. Muchos pastores hacían negocio con lana por las fechas, pero como he dicho a su buena Majestad, lo mío era el grano y ser hombre de provecho para la Corona, así que nunca participé en este tipo de empresas.

    Se confeccionaban también, para estos más pobres y otros no tato, ropas de pieles sin demasiada elaboración, que casi parecían recién arrancadas de la bestia salvaje, pero lo que más se trabajaba era esta lana que he dicho, con la que se hacen gruesísimos atuendos para hombres y mujeres, que normalmente llegaban hasta los pies, y muchas veces, si no quedaba más remedio, se ponían directamente sobre la piel, sin utilizar calzas o enaguas. Los sombreros para ellos difieren también el ala ancha, el plano o el caído, y siendo de menor tamaño, cubren gran parte de la cocorota y a veces las orejas, ya que están pensados para el frío y no para el sol, de quien nadie en su juicio querría ocultarse ni buscar sombra en estos lugares.

    Pero todo esto ya lo sabrá Su Majestad, al igual que los hermosos lugares de culto que se encuentran en el interior de la Universidad Jesuita, que levantaron ellos mimos. Su herramienta más práctica es la imprenta que hay en su interior, que les es de gran ayuda para difundir y traducir divino conocimiento.

    Vamos ya a lo que nos atañe hasta aquí, que es cuando este hombre, Don Juan, llegó pelado por el frío a donde yo residía, y eso que ya hacía algún tiempo que había pasado el año. Yo no me esperaba esta visita, para ser ciertos, e interrumpió mi concentración en una carta cuya destinataria, además de bella, tiene un padre poderoso. Pero ese es otro asunto.

    Recuerdo bien la primera vez que lo vi; entró en mi salón, calzando botas sombrías y una capa no muy gruesa, con bastante porquería, por lo que era difícil distinguir sus colores originales. Supongo que la compró a conciencia oscura para que se notara menos, o eso esperé en aquel momento. Ese día estaba afeitado, y tenía piel muy clara y curtida –esto no se bien si por el congelamiento o porque era soldado- Su nariz, era fina y alargada. La mirada marrón y el cuerpo más bien delgado, aunque la complexión de su espalda dio más a entender que era por hambre y no por formación. La estatura media y el pelo muy oscuro que no negro, así de ese color pintaba su media melena alborotada. Se trataba de un español bastante vulgar, y esa es la primera impresión que da, de esos que te encuentras embriagado en los aledaños del teatro, pero mostró bastante seriedad en su actitud, y no dijo palabra. Como era de esperar, vestía calzas y un jubón otoñal, descosido y parcheado, sobre todo por donde las axilas, así que entendí que no era al primero que vestían.

    Disculpe Su majestad si le entretengo describiendo, pero es parte de mí el ser meticuloso con las primeras impresiones. Lo acompañaba Esteban, que es mi ayudante más fiel. Es un lituano al que contraté hace ya años, y que ha destacado por ser siempre leal, eficaz y discreto. Le delegaba muchas tareas, dirigiendo y sirviendo de ayuda para planificar muchos viajes y rutas. Como resulta la obviedad, no se llama así, pero cuando lo contraté me resultó imposible pronunciar correctamente su nombre. Su nombre real es bastante parecido, y ahora que domino el idioma podría llamarle por como lo bautizaron, pero me dijo que ya se había acostumbrado a Esteban, así que con Esteban se quedó.

    - Podéis iros todos. Gracias Esteban. – Mi servicio es oriundo, como cabe de esperar, del lugar, así que dije esto en polaco. Quería saber que esperaba de mí ese hombre, que no sabía entonces cómo se llamaba. Las señoras del servicio abandonaron mi sala no sin demostrar cierto descontento, porque lo exótico del castellano las hacía tener curiosidad.

    Recuerdo todavía aquel lugar. Mi pequeña hacienda en Varsovia, su jardincillo, los muros en mármol y piedra pulida, y el interior con suelos en maderas nobles y alfombras y cortinas bermellón. Un poco llamativo, pensará su majestad, pero tendría que ver por sí mismo como eran la del resto de los notables y hombres ricos de la zona...

    Entregó educadamente, lento y sin hablar, y como corresponde tratar a un hombre de mi posición, guardando distancias, y con el debido respeto... Bueno, Su Majestad ya sabe cómo. Me dio una carta, en la que se incluían algunos de sus datos, comportamiento, el servicio prestado a los curas que ya le conté antes, y toda la información que ya he dicho sobre su pasado, que no repetiré para no hacer perder el tiempo.

    Aunque no conocía personalmente al Padre Bazán, que es el que firmó y selló la carta, como buen jesuita era hombre conocido, educado y bien relacionado. Y se de buena fe que muchos de los dominicos que por las Españas hacen sus tareas no le tenían buen aprecio, pero eso a mí no me concierne.

    Me agradó de primeras ver a un compatriota, así que lo mande sentar, eso sí, muy sereno yo.

    - Así que buscando trabajo. – Así dije, distendida y elegantemente.

    - Así es, Excelencia. –Al fin abrió la boca.

    - No me llaméis Excelencia, Don Juan, que no soy el embajador, aunque eso ponga en la carta. – Y es que, a pesar de mis servicios y mi reconocimiento, el Rey de la Españas que estaba, aunque me dio permiso como representante de la corona para determinados actos, y me confió esta tarea, que yo acepté con agrado, nunca me hizo nombrar embajador, muy a mi pesar.- ¿Y que se te ha perdido por Varsovia? Sólo si puede saberse. –Pregunte firme.

    - Lo mismo que en España. –Me hizo saber, como a aquel que lo mismo le da estar aquí o allá- Ya cumplí con los curas, y ya que estoy aquí por recomendación, señor... –Supuse que se había olvidado de mi nombre, el muy cazurro, pero le perdoné sin recriminar nada

    - Puedes llamarme Don Alfonso Pérez-Jimena. – Que es así como me llamo.- Por cierto, aquí pone que te llamas Juan, pero no dice nada de tu apellido. Sólo que naciste en Madrid, que es lo que dijiste a los curas. –Me lo creí, muchos nacían en Madrid.-

    - Eso es correcto, mi Señor Pérez- Jimena. –Dijo él, muy servil.

    - No es mi costumbre ser maleducado, pero... ¿No tienes apellido? ¿Eres uno de esos hijos de la tierra, cuyo padre es mal fulano? No suelo ser tan directo, pero entenderás que me resulta sospechoso, y me gustaría saberlo. –Hoy pienso que me excedí, pero por aquel entonces era más joven e impetuoso. De igual manera y por otra parte, también tenía derecho a saber quien contrataba, ¿no lo cree así Su Majestad?

    - Soy buen castellano –elevó el tono, muy confiado él. – Y claro que tengo apellido, y de muy buena familia.

    -Ya. –Expresé yo muy cortante, no sin entonarme descortés. - Un hidalgo supongo. –Dije al fin. - Hasta hoy no he conocido español que no sea, al menos, eso. Es curioso.

    - Si molesto aquí... – Y así se levantó él, decidido y molesto.

    - No, no molestas, vuelve a sentarte. – Me dispuse más amable, pero igualmente firme.- Bien. En vista de que usted, que dice ser Don Juan, no hace gala de sus nobles armas familiares, creo conveniente darle al menos una denominación. Serás Don Juan de Madrid, porque allí es dónde has nacido, ¿no es así?

    - Es así. – Confirmó serio.- Pero no veo necesario tener un apellido aquí.

    -Sí que es necesario. –Le corté. Tengo mucho servicio, y sabe bien Su Majestad, aunque no trate directamente con el suyo, que hay que dejar claro quién manda. Las gentes de aquí son discretas, cayadas, aceptan órdenes y las cumplen. Salvando las mujeres y cuando se emborrachan, pero para eso les doy permisos. Había perdido la costumbre de las réplicas del Manzanares. – Por cierto, aquí son bastante permisivos con la fe, así que si lo haces por eso no te preocupes, nadie te va a juzgar. Estas tierras están llenas de judíos y herejes.

    - Dije que soy muy noble, y que no es por eso. – Volvió a replicar.

    - Está bien. A mí no me importa, mientras sepas trabajar. Soy un mercader y un hombre práctico. – Y así soy yo.- Una de las mujeres te preparará ahora un catre, en el edificio contiguo, que es dónde viven algunos de los hombres que me sirven. Estarás a prueba un tiempo, para ver que sabes hacer. De momento te daré alojamiento, comida... Ah, y convendría que te dieras un baño. En el sótano tienes agua, diré que te la calienten si así lo deseas, pero no abuses de este lujo. La leña es algo escasa en esta época del año. Puedes darle esa ropa a la mujer para que la tire o la queme, aquí no te va a servir de mucho.

    - Prefiero guardarla. – Me hizo saber. A mí me daba igual que quisiera hacer con sus harapos.

    - Ya te cansarás de ella. Si enfermas por el frío y te mueres no vas a poder trabajar. Tú verás, pero no pienso pagar médicos. Todavía no te conozco. De momento esta recomendación del Padre Bazán debería ser suficiente para darte un voto de confianza. No lo olvides y cumple con las órdenes que se te asignen. Ahora mandaré hacer lo que te dije a alguna muchacha, mientras tanto, espera en la entrada, que estoy muy ocupado cumpliendo tareas.

    - Muy bien, señor Pérez-Jimena. – Hizo un amago de reverencia con la cabeza, dispuso sus armas en la cintura, que había apartado para tomar asiento, y marcho sereno y calmado hacia donde le mandé. Me despedí de él haciendo un gesto con la cabeza.

    “Buena incorporación, este Juan de Madrid” pensé para mí en ese momento. Si de verdad el Padre Bazán lo tenía en buena consideración, seguro, pensé en aquel momento, que podría resultarme útil para un par de encargos de provecho. Pero no pensé en eso hasta entrada la noche, si mal no recuerdo, cuando me entra el sueño. Miré por la ventana, porque volvía a nevar. Luego me aislé de todo. Recuperé el papel que había dejado, y seguí escribiendo a esa jovencita polaca, que tantos quebraderos de cabeza y corazón me traía.


    Última edición por Dosjotas el Jue Abr 11, 2013 3:54 pm, editado 2 veces


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    Mensaje por Rerg15 Miér Abr 10, 2013 10:30 pm

    Ha armase de valor para leer esto( muchas letras)


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    Mensaje por Mikeboix Miér Abr 10, 2013 10:40 pm

    Cielos, de nuevo lo has vuelto a conseguir. Este relato es, si cabe, mejor que el anterior. ¿Qué secretos ocultará Don Juan para no querer desvelar sus apellidos?

    Bueno bueno, menudo trabajazo de conocimientos históricos y escritura. No me cansaré de decirlo, pagaría por un libro de esta temática escrito por tí. Y me callo ya y me voy a dormir, porque sino empezaré a mancharlo todo.


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    Mensaje por Valan Jue Abr 11, 2013 9:57 am

    Dosjotas bravo! Ahora mismo me tienes de pie aplaudiendo y vitoreandote!

    Increíble manejo de la palabra! Y estoy con Mike al decir que pagaría dinero por leer algo así, creeme!

    Bravo por la gloria de nuestro Señor!


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    Mensaje por Jarl Jue Abr 11, 2013 5:35 pm

    Increíble Dosjotas, es único. Tu manera de escribir atrapa hasta a el que nunca lee ! Como ya han dicho, para leer esto hasta pagaríamos Razz


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    Mensaje por Dosjotas Vie Abr 12, 2013 1:57 am

    Actualizado. Primer texto corregido para hacerlo más comprensible y facilitar la lectura. A ver si mañana puedo pasar a limpio algo más para subirlo. Muchas gracias por vuestro tiempo y comentarios, se agradece todo esto mucho Smile
    Si algún admin o moderador lo ve, que por favor borre mi mensaje anterior, ya que se repite parte del texto que hay aquí. Muchas gracias!

    -----------------------------------------------------

    Los hechos ocurridos a partir de 1654, año de Nuestro Señor, fueron odiosos. Además de aburrido por lo concerniente a mis negocios, que estuvieron paralizados por el invierno, la falta de comunicación impidió que pudiera continuar carteándome con mi noble señorita, pero al menos supe por su última respuesta, que aún no siendo yo, alguien digno para su padre, por causa de mi oficio y no ser noble, tampoco tomó mis atrevimientos para con su hija como una falta de respeto, ni a ella ni a su honor, por lo que me alegró saber que mi cabeza estaba a salvo. O al menos fue lo que dijo ella. Tuve, en cualquier caso, poco tiempo para preocuparme por asuntos que conciernen al arte de amar.

    Sepa Su Majestad que, aunque algunos de los cosacos habían iniciado ya de antes disturbios y revueltas, el problema no me había afectado. Conseguí algunos empleados a buen precio, y mucha gente que huyó de la zona dónde estaban las peleas sirvió para trabajar en los campos de grano que yo cargaba para España. No recuerdo bien el día, pero sí que hacía ya algo que no nevaba, y también que el sol se dejaba ver, y calentaba a veces algo al mediodía.

    Las noticias me las trajo mi buen Esteban, el lituano, que me era muy fiel. Supe, por su apresuramiento y sus gestos, que comprendía perfectamente, al igual que yo, la magnitud de los problemas. Hablamos en polaco:

    - Cosas malas, mí señor. – Se expreso, como es él, claro y conciso. No he hablado de mi fiel. No sé si Su Majestad estará relacionado con alguna obra de esas que se publican en España, que dicen de los polacos gentes robustas, altas y de cara gruesa y facciones marcadas, con ojos y cabellos claros. Esos suelen vivir más al Sur-Este, pero Esteban era, si cabe, el más exageradamente grande de cuantos hombres he conocido en mi vida. Le mandé continuar. – Los rusos has declarado la Guerra. El Zar va a apoyar formalmente a los cosacos en su rebelón. La noticia ya ha llegado al campo, y la nobleza está teniendo problemas para formar más levas porque los súbditos se están revelando.

    Sepa Su Majestad que, durante las revueltas cosacas, la mayor parte de la milicia que fue a sofocarla eran nobles y otros ricohombres que cumplían con su labor guerrera. A pesar de estar bien pertrechados y gozar de excelentes armas y armaduras, los cosacos les derrotaron una vez tras otra, así que se entendió que el campesinado no quisiera correr misma o peor suerte contra estos y los rusos, y fue por eso que preferían luchar contra sus propios señores, en vez de formar filas contra el enemigo, al que tenían mucho más temor. Que sepa Su Majestad que no justifico tan inmoral acto de rebeldía, porque seguro que Dios así no lo quiere, y me limito a repetir lo que escuché por los lugares. Queda dicho.

    - Manda llamar a todos los hombres, nos reuniremos en el sótano, donde están las armas. – Ordené al lituano.

    - Ya mismo. – Me confirmó mientras marchaba a cumplir la orden, con voz templada.

    El asunto traía consigo complicaciones, muchas más de las que uno se pueda imaginar, y es por eso que tengo que explicarlas. Seguro que mi Rey, familiarizado como está y con buen consejo de secretarios y ministros en su Corte, sabiendo más que yo de estas cosas, pueda corregirme. Ruego por ello que preste mucha atención., porque estas tierras, aunque rara vez estuvieron algún tiempo en paz, nunca han recibido castigo como el que aconteció a partir de este año.

    Bien es sabido, que el grano, al igual que muchas otras cosas, es bien vital para la guerra, y de eso estaba yo al tanto por buena experiencia, sin ser para nada entendido en estas artes. Al margen de todo esto, que es difícil de aclarar, ya que soy dicho en los números y no las letras, resulta evidente que la intromisión del Zar moscovita involucraba a las Dos Naciones, la Mancomunidad, la República o cómo quiera llamársela en una guerra formal, que iba a necesitar de soldados y recursos.

    Ahí mi primera mala situación. Aunque yo poseía buena red de distribución, el grano pertenecía a los señores hasta el momento que yo se lo compraba, y ahora en guerra, estos señores lo iban a necesitar. Esto implicaba buena ruina para mí. Igualmente, si los hombres iban a la guerra, la producción disminuiría y el precio se dispararía, empeorando aún más las cosas.

    Luego está la incertidumbre que causa el propio conflicto. Una derrota rusa implicaba el statu quo, cosa que a mí, como es lógico, me interesaba, por buenas relaciones con los notables de aquí, y por tener estables mis negocios, pues no sé hasta qué punto le sería de buen gusto tenerme por aquí mercadeando al monarca ruso... Y siendo yo extranjero aquí, no tenía protección ninguna. También está la seguridad de mis mercancías. ¿Quién no me iba a decir, que en mal momento de necesidad, no vinieran a exigirme los gobernantes de aquí suministros para su causa? Porque la guerra pocas cosas respeta. Eran muchos los problemas y muchas más las incógnitas. Y yo sé que a Mi Rey, que es muy noble y buen militar, piensa que hay que llevar los recursos al ejército, pero yo que no lo soy, y que tenía mucho miedo, había que pensar en algo rápido. De momento, montar guardias me pareció buena idea... Y fue paseando entre una de ellas, con mis mozos vigilando los depósitos, cuando al fin me decidí hacerlos llamar al día siguiente, y les explique a los chicos, y luego a Juan, para que entendiera:

    - Ya les di las órdenes. – Le dije. – Cargamos todo lo que queda rumbo al puerto, yo incluido. Liquidamos al llegar en Barcelona, y a partir de ahí, cada uno es libre para hacer lo que quiera con su destino. Al terminar os daré buena suma, para que no me tengáis en mal recuerdo. – Y me miro el de Madrid confuso.

    - ¿Y ya está? – Preguntó, y tuve que contestarle no sin mucha vergüenza.

    - Y ya está. Hasta aquí hemos llegado. Disculpa Juan si una vez pensaste que conmigo podías hacer más riquezas, pero uno tiene que saber cuándo retirarse, y lo prudente es deshacerse del negocio antes de que otro me lo quite o ya no se pueda hacer empresa alguna con él. Con lo que yo te de podrás vivir en España un tiempo, hasta que otro te contrate o hagas lo que creas más conveniente.

    - ¿Y qué va a hacer mi patrón, don Alfonso Pérez-Jimena?

    - Yo ir a la Real Corte, a ver si nuestro buen Rey tiene un trabajo para mi allí.

    - Pues es mi patrón un cobarde. – Me soltó, repentino. Ofendido yo, monté en cólera.

    - ¡¿Y cómo te atreves...?! – Estaba tan irritado que, de ir armado, lo hubiera atravesado allí mismo, pero quien llevaba aceros en aquel momento era él, y no yo.

    - Habla usted como un noble, trata a las gentes como un noble y casi podría decir que vive como un noble, pero no es usted ninguno. – Se explicó así, mirándome muy fijo.

    - Ni que casi. – Dije con elegancia y resuello. – Tengo más dinero que muchos nobles, de aquí y de allá, y vivo mejor que algunos de esos.

    - Que dinero... –Sonó aquello con desprecio.- ¿Les envidia, verdad? Se pasa el día entre ellos y comparte sus ideas, pero no es mi patrón más que otro vulgar como yo, y eso lo sabe y le acompleja, –Y qué razón tenía el malnacido – pero le diré una cosa, mi buen señor Alfonso, que lo único que nos distingue a mi señor y a servidor son las ropas y los lujos, porque de honor he ganado yo más perdiendo en mi última batalla que este en toda su vida.

    - ¡Silencio! – Chillé muy alto.

    - ¡Que no me callo! – Prosiguió. – Y cuna, mi buen señor... Esto hace falta para ser un noble, pero con honor si ansía ser admirado y de los buenos, que sé que esto es lo que quiere para el que yo ahora trabajo, porque la gente lo dice, y aunque no sepa polaco, yo me entero. Y don Alfonso no tiene ninguna de estas cosas, pero con muchas honras el Rey puede recompensar, no a cualquiera, pero si a uno con medios para hacer muchos méritos como lo es el hombre al que hablo ahora, que cosas así yo lo he visto. ¿O acaso fue leyenda Don Rodrigo el Cid por comprar Valencia con riquezas?

    - Estas muy loco Juan, y por eso y que ahora no puedo no te quito la vida yo mismo. Quiero que te marches lejos, y no verte más, porque entonces sí que te mato. ¡Que no sé yo ni cómo sigues vivo a día de hoy...!

    - Eso pregúntele al Padre Bazán. – Dio media vuelta y caminó par de zancadas, para marchar indiferente.

    -¡Alto! ¡Alto he dicho! - Volví a gritar, y sabe Dios que yo no chillo, porque es indigno. Él paró, sin girar para mirarme. Imagínese si andaba yo revuelto que ni me fijé en el detalle. - ¿Puede saberse Juan, que vio en ti el Padre? – Pregunté ya desquiciado.

    - Eso no puedo decírselo, porque con él no hubo problema, siendo hombre sabio como es. Lo que sí sé yo, es que por eso serví con lealtad estando a su lado. Y lo que él sabe, porque me conoció mientras veníamos a estos lugares, es que yo daría mi vida y serviría con la más alta honra, haciéndome valer mucho, a un buen señor, noble o no, con ambiciones sinceras.

    - Y dinero para darte. – Concluí.

    - Nunca está de más, pero sólo si se puede y hay fortuna. – Me comunicó relajado.

    Eché un vistazo alrededor. Habíamos causado tanto alboroto que algunos de los que me hacían servicio guardaban distancia, por no entrometerse en parte y en otra porque no entendían nada de lo que allí dijimos. Suerte que fuera así. Juan les miró, luego a mí, y después levantó un poco las manos para mostrarse dócil. Yo tuve que hacerle un gesto suave a mi leal Esteban para que relajaran los brazos, a causa de estar todos dispuestos para desenvainar las armas. A día de hoy no sé si alguien importante pudo verme perdiendo las maneras de forma tan bochornosa, debo confesar, porque la cosa ocurrió afuera.

    - Espero que no me estés mintiendo. - Volví a Juan, ya con ánimos más calmados.

    - Le juro que no le miento, Don Alfonso. – No mentía, lo aseguro.

    - Vamos adentro, que tenemos cosas para hablar. ¡El resto! – Me dirigí en polaco - ¡Si alguien viene que no me moleste hasta mañana!

    Lo que sigue desde aquí Su Majestad, explica porque no llegó mi grano a las Españas por algún tiempo. La locura y el atrevimiento de los planes que este hombre expuso para solucionar mi crisis fueron de tal magnitud que casi lo vuelvo a mandar de vuelta para Madrid o el Infierno, todo sea dicho, pero no quisiera yo aburrirle con nuevas discusiones, ya que al fin y al cabo, terminé por aceptar.


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    Mensaje por Mikeboix Dom Abr 14, 2013 4:56 pm

    Menudos prontos más tontos tiene este Juan Razz


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    Mensaje por Dosjotas Miér Abr 17, 2013 9:41 pm

    Como no quiero que mi buen Rey, al que yo soy muy leal, crea que me falta el seso, deberé contarle todas las cosas que pasaron desde este punto, para que juzgue el mismo.

    Tuve que dar buena explicación de los cambios en los planes a todos mis hombres, especialmente a Esteban, que por eso era a quien yo designaba para dirigirlos. Ya dije que era un hombre muy fuerte, y de valentía iba este buen lituano sobrado, cosa que había demostrado muchas veces, porque había matado hombres las veces que escoltaba convoyes míos, y así hacía fuera en tierra, espantando bandidos, o en mar, salvando abordajes de algún piratilla que desconocía su mal genio.

    Mandé marchar a treinta muchachos, entre ellos Esteban y don Juan, que son los más importantes y a los que Su Majestad conoce, para escoltar las caravanas con todo mi grano, y no se equivoca mi señor si me imagina invadido por los nervios, porque así estaba yo cuando los vi perderse entre las calles y gentes cercanas a mi finca.

    A sabiendas de que ya era imposible conocer noticia, o hacer cosa alguna en relación con esto, porque ya no dependía de mí, anduve yo pensativo unos días, hasta que al fin volví a decidirme a hacer algo. Alguno podrá pensar que invité al Padre Bazán para que viniera a verme por escepticismo, o como quiera llamarse lo que a uno le ocurre cuando teme por el futuro y las decisiones que ha tomado. Eso estaba por una parte, y por la otra que también tenía planes, porque después de arriesgarme no iba a ser yo hombre dispuesto a quedarse desnudo si las cosas fallaban.

    - ¡Karina! – Grité yo muy alto el nombre de una de mis muchachas, que tampoco se llamaba así exactamente, pero esto lo pongo de esta forma para que se entiendan mejor los complejos nombres de estas gentes. Vino ella muy rápida y servicial, porque pare eso pago y doy bien de comer. – Me voy a la Catedral de San Juan, a rezar, que buen falta me hace, y a comprar algunas cosas. Quiero que se preparen bien camas y comodidades dónde duermen los invitados, porque van a venir unos. –le dije en su lengua- Y si conoces tú, o alguna de las señoras un buen mozo que pueda prestarme leal servicio como mensajero que me lo traigan, que pagaré a los dos, porque lo necesito ya mismo.

    Salí de allí. Nunca le he contado a Su Majestad como es esta ciudad. Aquí viven cantidad de almas. Trabajan unas y corretean muchas otras porque hay niños allá donde se mire. Los mendigos son pocos si lo comparamos con los que hay allí. Esto, mi Rey, supongo que se deberá al clima. Por lo demás no difiere demasiado de cualquier ciudad en la que haya estado, con sus mercados y sus cosas. Tiene adoquines por algunas calles principales, y hay menos desperdicios que en Madrid, o al menos los olores estorban disimulados porque estas cosas tardan más en pudrirse aquí. La gente es alegre en fiestas, y los que son católicos lo son mucho y festejan muy bien cantando y bebiendo, aunque el vino es espantoso, así que tragan otros brebajes a veces para elevar el espíritu. Como los sombreros son también distintos, y capa llevan pocos, porque les gusta más vestir con abrigo de lanas gruesas, los delincuentes son menos y enseguida se los reconoce, pero que sepa Su Majestad que el que aquí tiene agallas para delinquir es bueno en su oficio y muy peligroso. Los techos y las estructuras están muchos preparados para aguantar nevadas y aislar del frío. Es como ya puede suponerse, salvando el fresco, al que uno puede acostumbrarse si tiene lujos, un buen sitio para vivir, y así lo hace el rey de este lugar, que no lo hace muy lejos de donde yo.

    Al fin llegué a la Catedral, la de San Juan Bautista que la llaman, y que es muy bella, y que a buen seguro tiene el ingenio de muchos hombres que la levantaron hace algunos siglos, y la gracia de Dios, porque uno está bien cuando reza dentro, y es un sitio noble y con ostento, y aquí se hacen coronar muchos monarcas.

    Recibí al muchacho que mandé pasadas unas semanas con otra carta que el Padre Bazán me había hecho llegar para confirmar su asistencia. Él, que era más viejo y que no iba a venir muy a galope, tardaría unos días más en llegar. De Juan y los demás, como ya he dicho, continuaba sin saber nada, porque estaban lejos. Lo único que podía mal valerme para calmar los nervios, era que el de Madrid estaba muy convencido de su artimaña, y yo, que no miento ni engaño, ni hago esas bajezas, quería confiar y tener fe, como el pecador que se arrepiente cuando ve que muere. Llegó al fin el jesuita, más o menos en el plazo previsto, a los dos días, y lo hice pasar a mi salón:

    - Espero que haya tenido buen viaje el Padre, que ya tenía ganas yo de conocerlo. – Saludé, con mucha cortesía.
    - No sé si tantas como yo. – Dijo él. – En cuanto supe que me tocaba venir aquí, me aconsejaron saber de su Excelencia, que tan buen nombre tiene en puertos y Cortes de nuestra tierra.

    - Creo honesto – Dije amable, porque Dios sabe que no es mi gusto reconocer esta cosa. – Admitir que se confunde el Padre con mi dignidad, aunque trato de cumplir muy bien sus funciones. - Elevó el cura un poco el tono y sonrío mientras hablaba, tratándome como si tuviera confianzas.

    - ¡Pues si que cumple bien mi anfitrión Pérez-Jimena con sus tareas a la Corona, que hasta a la Iglesia tiene engañada! – No pude evitar sonreír al escuchar tal cosa. El hombre, que tendría los cincuenta, y se veía de cuerpo algo menudo, con poco pelo y muy color plata, era de estos que por simpatía y facciones amables caía muy bien al pronto. Estaba siempre alegre, y nunca lo vi hacer queja de ninguna cosa. No me extrañó en aquel momento que tuviera muchas amistades y buenas relaciones, habiendo aconsejado a hombres importantes en cuestiones personales, porque uno se sentía muy aliviado cuando hablaba con él, a pesar de no conocerlo en demasía y no gozar tampoco cargo eclesiástico importante. Ordené que recogieran sus ropas de viaje, que él dio muy agradable a una de mis muchachas. Me dijo esta misma, aprovechando la ocasión, que había un hombre extraño y con vestimentas negras haciendo ritos donde tengo el jardincillo. Por la cara de preocupación de la chica, el sacerdote entendió lo que pasaba.

    - ¡Parece que hubieras visto un demonio! – Exclamó riendo, y la chica brincó ruborizada. – No se preocupe don Alfonso, que el que está fuera es compañero y amigo mío. Se toma siempre muchas molestias en bendecir los lugares que pisa, para proveerles con la gracia de Dios Nuestro Señor.

    - ¿No será un sectario o un seguidor del mal encubierto? – Dije yo muy preocupado. Me miró el padre con sorpresa y aguantando risas, sintiéndome yo como un chiquillo que dice tonterías.

    - No, no, no... –Se expresó muy jocoso el cura. – Que lo hagan pasar, si mi anfitrión me lo permite. Es buen amigo. –Mandé a la chica cumplir los deseaos de mi invitado. Entre tanta palabrería se me olvidó cumplir con parte del protocolo:

    - ¿Dónde mandó a la escolta que lo acompañó hasta aquí? Puedo servirles agua buena y ordenar hacer algo para ellos en la cocina. Si no son muchos y los ve de confianza, incluso ahora mismo tengo sitio para que descansen.

    - Es muy amable, pero no traje hombres. – Dijo así, muy despreocupado.

    - ¿Cómo se expone de esta forma padre? Aunque la iglesia aquí está en muy buena consideración, algunos de los campesinos creen que los españoles somos malas gentes, venidos para influir y poner un rey Habsburgo, o cosas así he oído. Por no hablar de lo peligroso que resultan los viajes, que por el campo hay mucha miseria...

    - Y mucha mala idea hay también fuera del campo. – Reflexionó. – Por eso mejor venir rápido. Quien quiera matar a un cura lo puede matar, vengamos dos o más. Cuanta menos gente mejor, que uno se retrasa y hace más ruido si venimos muchos. ¿No lo cree así?

    - Aunque razonable, es arriesgado... – Contesté. Interrumpió nuestra conversación la muchacha acompañada por el otro cura al hacer su entrada. .Vino dando pasos muy serenos. Se quitó la capucha e hizo una leve reverencia. Estaba calvo completamente, y tenía los ojos como dos grandes esmeraldas, contrastando muy siniestro con sus apagados atuendos negros. Su cara, al igual que su cuerpo, era grande, con enormes orejas y nariz. La cabeza despejada exageraba, si cabía, aún más estos rasgos. Aunque era algo mayor, calculé que como el Padre Bazán, presentaba un aspecto corpulento, fuerte, y una impresión más que prominente.

    - Le presento al Padre Estefan. – Se levantó el cura para guiar a mi nuevo invitado hacia una silla donde poder descansar. A su lado, el Padre Bazán parecía un monigote. – Como ya supondrá, hace oficios conmigo en Poznan. Es de los hombres más piadosos que he visto nunca. – Concluyó. Al fin se sentó con lentitud, como si le costara mover su peso. Tampoco tenía aspecto de un hombre fofo, más bien de uno que en su día fue muy musculoso y a quien los años no perdonan. Tras tomar asiento, me fijó con esos ojos muy profundamente, y he de reconocer que aunque yo no suelo ser sujeto de intimidaciones, la cosa me asustó un poco.

    - Sólo quiere que le deis una limosna por haber bendecido la casa. – Me dijo el Padre Bazán. – Unas monedas de poco valor, pan y agua serán suficientes. – Miré a la muchacha, que aún estaba presente y petrificada, para que cumpliera su trabajo.

    - ¿Es que no habla este hombre? –Pregunté con voz tenue al Padre. – Imagino que es de por aquí. Igual si habláramos en su lengua lo integraríamos en nuestras conversaciones, que para eso es también mi invitado. – Ahora que lo cuento, no doy crédito. Estaba hablando así por miedo a posibles reacciones de un cura en mi propia casa.

    - Sabe alemán por su padre, polaco por su madre y latín por devoción al Señor. Pero no los utiliza. – Miró el sacerdote a su sombrío compañero, que tenía esos orbes oculares que yo tanto temía perdidos en el infinito, como si nada de esto fuera con él. – No. No será necesario. Al Padre Estefan no le interesan los asuntos terrenales. Sólo habla con Dios, y con los demás, lo justo. Imagino que no me ha hecho llamar por asuntos espirituales.

    -¿Imagina? – Pregunté.

    - Mi señor don Alfonso, no se ofenda, pero nuestros oficios son justamente lo contrario. Que trabaja para las cosas de las gentes, como buen mercader que es, y yo para sus almas, como buen cura que procuro ser.

    -Pues he visto a muchas gentes de la iglesia con más lujos que yo. Habrá proveído bien el Señor. – Dije yo muy celoso e irónico. -¡Discúlpeme el Padre y Dios mis infamias y pecados, que yo soy buen fiel! – Me arrepentí rápidamente de abrir mal la boca. El Padre echó a reír, quedando yo perplejo.

    -Está bien, está bien... – Dijo aún simpático. – Yo te absuelvo. No vas a ir al Infierno por esto.

    Al fin trajeron lo que solicité para el Padre Esteban, que comió y bebió pan y agua en cantidad. Guardó las monedas y pidió permiso muy discreto él, a su compañero, para retirarse a un lugar y orar. Lo acompañó el servicio hacia la capillita que había al otro extremo de mi casa. El Padre Bazán terminó por hacer amistad conmigo, porque yo rindo buenos servicios a la gente, a mi Rey y a la Iglesia. Cuando le entregué unos manuscritos que había comprado días atrás, se mostró muy agradecido. Luego me expresó su deseo de hacerlos traducir y copiar en la imprenta que tenían allá, donde la Universidad.

    Tras preguntarme por asuntos triviales que concernían a Juan, y que no interesan a Su Majestad, por ser aburridos y de escaso interés, pude al fin manifestar mi deseo de hacer negocios con él. Yo le procuraría ciertos documentos eclesiásticos que interesan a la Iglesia, y él a cambio, haría copias y las mandaría traer de vuelta. Luego los vendería.

    Hice esto por dos motivos; el primero, propio lucro. Ahora que mi negocio con el grano peligraba, necesitaba hacerme con monedas, que a un hombre como yo, es el dinero y no los títulos quien lo mantiene a salvo. El segundo motivo,era cuestión de acertadas previsiones, pues se sabía que ya de antes el Rey de Suecia estaba inquieto en las fronteras del Oeste, y también conocían los nobles del lugar las pretensiones del Elector de Brandemburgo en la Prusia Oriental. Los muy herejes ponían a la nación y a mis intereses en ella en jaque, abriendo otro frente, y estas tierras, mi señor, ya estaban asfixiadas de tanta guerra. Mi plan necesitaría de muchos escritos para no llamar la atención, pero a pesar de ser hombre inteligente, ni yo ni nadie fue capaz de prever la magnitud de los males que aquí se vivieron al año siguiente.






    Habían partido hace ya un tiempo razonable. El viento corría a sus anchas por la estepa, y aunque invisibles, las punzadas frías travesaban hasta la más gruesa de las pieles o lanas que uno podía vestir por el lugar. Habían hecho noches montando pequeños campamentos, alejándose de rutas establecidas o de las que cualquier militar tuviera conocimiento, y sin acercarse demasiado a poblaciones que les pudieran delatar.

    Sabe Su Majestad que las fronteras en estos tiempos no son cosa clara, y mucho menos en cuando se está en guerra. A medida que se acercaban a la aldea, les pareció buena idea ir mostrando armas, para evitar explicaciones, discusiones o cualquier conflicto innecesario. Sus semblantes mostraban mucha seriedad. Aminoraron el paso. El amanecer fue claro y limpio.

    Aquella era sin duda una aldea del Zar. Entrarían como comerciantes para no levantar sospechas, y el convoy de grano daba buena cuenta de ello. Las gentes del lugar comenzaron a mirar, mezclando curiosidad y sospecha, a los extraños visitantes. Fue quizás don Juan quien más llamó la atención, por lo extraño de sus ropas, que se parecían a las que vestían sus nobles, pero más sucias y rotas. Al fin llegaron a la plaza de mercado. No tardó la improvisada guardia del lugar, reuniendo sables y algunos arcabuces y mosquetes, en mandar el alto. Dijeron algo en ruso.

    Miró Esteban a uno de los acompañantes, que se adelantó varios pasos, y comenzó a interactuar.

    - ¿A vender grano, decís? – Dijo el jefe de la guarida. – Yo aquí solo veo sucios polacos papistas.

    - No todos de aquí son polacos. Yo soy cosaco, y como puedes ver domino el ruso. Personalmente apoyo la guerra del Zar, y sus deseos de liberar mi tierra de las garras de archiduques y gobernantes ilegítimos. Estoy a favor de la revuelta cosaca que tiene lugar allá al sur. Pero no he venido aquí a hablar de política. Mi patrón es un rico señor italiano que desea hacer negocio aquí, conocedor de que la guerra necesita grano, buen grano de la Toscana. En cuento a esto hombres obedecen al dinero, y no a una patria, si eso te tranquiliza.

    A decir verdad tuve suerte con esto. Cualquiera que no fuera un mendrugo bien sabía que la Toscana lo que produce es buen vino, y no se distingue precisamente por el grano. Por otro lado, no sé hasta qué punto sería factible haber podido mandar un cargamento desde Italia hasta Rusia en tan poco tiempo desde que las noticias de la guerra comenzaron a volar, pero tuve suerte, y a decir verdad el grano les hacía buena falta, así que tampoco se harían demasiadas preguntas.

    Sí que habíamos cuidado el resto de detalles antes de la partida. Era evidente que ni yo, por todos los problemas que me pudiera acarrear, ni ningún nombre español debía sonar por aquel lugar. Mi nombre podría atraer desconfianzas políticas. Al fin y al cabo yo actuaba en nombre del Rey Felipe en ciertas ocasiones, y no era buena cuenta implicar a un Habsburgo. Mucho menos si era la Católica Majestad, que tenía muchos parientes gobernando cerca de la zona. Mi implicación podía traerme la ruina y generar muchos problemas. Oculté también la nacionalidad de Juan, que un español cargando grano era pista fácil para terminar sabiendo que andaba detrás. Lo hice pasar por italiano, que él de esto ya sabía. Además ninguno de la zona habría visto a ninguno nunca.

    Se acercó el castellano para dar una carta al jefe de la guarnición. Cuando la abrió, mandó llamar a alguien que supiera leer. Se acercó un hombre con aspecto cuidado, y le resumió el contenido, escrito en impoluto ruso, que el cosaco había redactado en mi casa.

    - Dice que el hombre que porta esta carta es Giovano di Lucca, encargado de la expedición. Luego habla de precios, muy razonables por cierto, debería aceptar.

    - Eso lo decidirá el tesorero de la guarnición. Sigue leyendo. – reprochó el guardia.

    - Que espera que tenga en buena consideración su oferta, ya que de aceptar, le interesaría continuar mandando provisiones a buen precio a las tropas del Zar. Sabe que en guerra esto hace falta, y que sus hombres saben sortear obstáculos para hacer llegar bien la mercancía. El resto son adulaciones y buenos deseos en la contienda para nuestro señor. Sabe que ganaremos esta guerra... Y firma como Constanzio di Médici.

    Quise poner un apellido prominente. Algún día Pérez-Jimena será incluso más conocido. Disculpe mi Rey las desviaciones.
    Estuvieron allí un tiempo esperando. Al rato apareció de nuevo el mismo guardia. Por lo visto, pensó que cerrar tan buen trato y entablar relaciones con un hombre tan importante como era “este italiano” le haría ganar favores con algún superior.

    - Aceptamos vuestra oferta. – Dijo al fin. Mi cosaco lo comunicó, y los hombres pudieron respirar aliviados. La primera parte ya estaba hecha. – Tenéis suerte. Aquí se almacenan algunas provisiones para el ejército. Si no os hubiera tocado caminar mucho más, hasta donde está la capitanía. – Todo esto nosotros ya lo sabíamos, y ojalá no tenga nunca a mis órdenes hombre tan bocazas. El almacén era lo suficientemente importante para merecer la pena, pero no tanto como para necesitar de demasiada protección. Cuando Juan me animó a hacerlo, busqué información para buscar el lugar idóneo a través de mis muchas amistades de aquí y allá, que para algo soy muy querido.

    Los guardias se dirigieron hacia el convoy para cargarlo en dirección a los graneros. Don Juan se interpuso.

    - ¿Qué le pasa a este? – Exclamó un guardia. El cosaco volvió a intervenir.

    - Tenemos costumbre –miró al jefe de ellos- de hacer los intercambios en un lugar privado y a salvo. Comprenderá que aunque el precio es una ganga, supone una gran cantidad de dinero para cualquier grupo de delincuentes, y desconocemos estos lugares. Mejor más discretos.

    - Está bien. – Suspiró el caudillo de esos soldados. – Acompañadme, pero procurad que vuestro señor venga con instrucciones más claras la próxima vez. – Dijo el muy patán.

    Dónde estaban los graneros no era ningún secreto para nadie. La guarnición era suficiente para contener a los campesinos si estos hacían alguna revuelta, pero no para defender un ataque organizado. Estas cosas son comunes en guerra, cuando los señores que tienen potestad sobre sus súbditos deciden reducir raciones o suben impuestos en especie.

    Los buenos datos duraron poco. Observaron cómo, en el interior, el grano era almacenado en cajones, y se lo pasaban unos soldados a otros por medio de un subterráneo que parecía no tener fin. Cobraron el dinero y salieron del lugar con preocupación. Después, se alejaron del lugar en silencio, hasta estar seguros de estar completamente solos.

    - Es imposible. – Comentó uno de los míos.

    -¿Cómo vamos a hacerlo? – Se pregunto otro.

    Estaba claro que las cosas se habían encaminado demasiado fáciles. Si alguien tenía valor para acceder al grano que escondían en aquellos pequeños túneles, sería cosa de niños pillar a quien estuviera dentro y acabar con él. Don Juan comprendió esto perfectamente, a pesar de no entender los comentarios.

    El plan era sencillo. Actuarían amparados por la luna. Gracias a su condición de “mercaderes” habían conseguido acceder al interior de la aldea, sabían dónde estaban los graneros, que guarnición había y dónde se escondían las provisiones. Una vez allí, fuego. Aprendí una buna cosa de Don Juan el día que discutimos. Si para un noble sus negocios son sus tierras y rentas, para mí mis rutas y mercancías, y el Zar me estaba complicando las cosas. Que mínimo, coincidirá conmigo Su Majestad, que dar muestra de ingratitud y disconformidad. Sí. Así era el nuevo Alfonso Pérez-Jimena, para que todos lo sepan. ¡Y en buena hora había que echar galones!

    Pero sabe también Su Majestad que esto no es como en los cuentos, y que en la vida real surgen imprevistos como este para planes tan perfectos. Lo del subterráneo era un obstáculo difícil de salvar. Gracias a Dios tengo buenos hombres, que no iban a las Rusias por ocio ni a hacer tratos con el enemigo.

    Volvieron cuando ya las gentes duermen y hay pocos centinelas. La misión la terminarían los más habilidosos, a saber Juan, Esteban y otros seis que habían estado en el ejército. El resto aguardaría con mi dinero, que al menos era un consuelo si la cosa salía mal.

    Se agazapaban con gran agilidad por cada esquina, rincón o cobertura. Vistieron oscuros y ligeros, a pesar de que aquel frío helaba el alma. Como no había fortificación ni muralla, llegaron prestos al granero sin ser vistos. Uno de los que estaban en la puerta era el que mandaba los guardias ahí, que por su actitud y forma de decir las palabras, aunque fuera en ruso, parecía como pavoneándose ante sus subalternos. Tiró esteban una piedra lejos, que golpeó contra una madera de algún edificio. Se hizo el silencio y fueron los dos soldados que le acompañaban, mano en sable, para ver lo que pasaba. Se apresuró don Juan por la otra esquina, haciéndose ver de frente a la puerta.

    - ¿Qué quiere el señor di Luc..? – Se hizo un hueco súbito entre las pieles y telas del uniforme, y corrió acero bajo sus costillas. Ascendente, y certera, la hoja abrió todo a su paso, para llegar hasta donde uno late. Tapó don Juan la boca del hombre, para evitar ruidos, hizo saña con el brazo armado, estrechando contra sí a la víctima, y cuando ya no tenía alma, permitió que cayera.

    Como ratones de campo, se colaron en el interior del granero. Salieron al paso varios guardias, pero la estrechez de la estructura no daba para que pelearan frente a frente más de cuatro a la vez. Uno de mis chicos no se complicó, desenfundo pistola al ver los enemigos correr hacia sí, derrumbando el proyectil a uno. Esteban, que es muy bravo y valiente, desvió una estocada, encontrando su contrincante mal destino cuando le saltó encima con su enorme cuerpo, y ya en el suelo y a su merced, le abrió muchas heridas en el pecho con el arma. Hasta las furias romanas temblarían si vieran a Esteban entrar en frenesí. Me quedé sin intérprete ruso. Murió ya de rodillas, cuando aquejado por un disparo en la pierna, abrieron a mi buen cosaco casi en dos, porque todos sabemos cómo se las gastan los sables rusos.

    Se deshicieron de los demás. Entraron ya al interior, haciéndose con las antorchas que iluminaban aquello y se comportaron como verdaderas bestias bárbaras, quemando y destrozando vasijas que tenían cerveza y agua y también todo lo que de utilidad hubiera. Entretanto, se coló el lituano por el subterráneo, muy a rastras, prendió fuego a lo que pudo, y para lo que no, dejó de recuerdo una granada con la mecha muy corta.

    Todo prendió. Tras una tímida explosión y el sonido evidente de un derrumbe, salieron al encuentro de más problemas una vez fuera. Los dos guardias que habían engañado antes con un truco fácil traían refuerzos. Frenéticos, su exhausta mirada bañada en sudor, polvo y sangre buscaba cómo salir de allí. Corrieron en la otra dirección, esperando perderse en la lejanía y la noche del campo abierto, que para nada ayudaba al camuflaje. Varios campesinos les salieron al encuentro, tirando piedras unos y otros haciendo frente para detenerlos. Perdí otro hombre. Cansancio e infortunio hicieron que se tropezara, siendo engullido por la turba. Lo escucharon chillar, hasta el cese de sus quejas. Corrieron más rápido si cabe, o esa sensación tuvieron. Esteban paró un instante y desenfundó su arma cargada, apuntando hacia la furiosa muchedumbre.

    -¡No! – Don Juan tiró de espada para desviar el arma, quedando clavado el disparo en el suelo. El lituano, que incrustó su furia en los ojos de Juan, comenzó a derrochar dolor por los suyos. Después, se echó la mano al pecho. El brote, tan negro que ni el rielo plata de la noche podía sacarle los colores, emergió del interior del que yo quería tanto. El eco del disparo se adueñó de Juan, y su mente hizo largos los segundos. A diestra, el lituano se desplomaba. Frente a él, de la avalancha surgió n rostro vulgar y sucio, pero vengativo. No lo conocía. El hombre sujetaba el arma, todavía humeante, satisfecho con su logro.
    Tiró de las ropas de Esteban con todas sus fuerzas. Lo trató de coger en vano. Intentó arrastrarlo, pero apenas lo desplazó centímetros. Demasiado peso, demasiadas prisas y demasiado desaliento. Aparecieron los guardias que habían dejado atrás. El fuego del granero se estaba extendiendo, y cada vez ardían más cosas, pintando en llamas cualquier rincón oscuro. El lituano se deshizo de Juan dando un tirón, que trataba sacarlo de ahí sin resultado.

    -Mátame. – Dijo en polaco. La herida del lituano, aunque grave, no tenía por qué ser mortal. Esto nunca lo sabré. Tampoco tenía prisa en morir por el dolor que sufría. Caer preso, si sobrevivía, implicaba interrogatorios. Aquel era un hombre que solo había rendido explicaciones a otro, y era yo. Tarde para cambiar. Juan comprendió a la perfección el deseo a pesar de estar en otra lengua. Negó el castellano levemente, como queriendo evadir la evidente realidad. Insistió de nuevo y Juan se dispuso para hacerlo. Eran cosas de soldados.

    - Que el Señor acoja a un hombre valiente. – Y clavó muy hondo don Juan su espada hasta cumplir con el deseo. Luego corrió, perdiéndose entre las nubes negras del incendio, dejando crudo y sin sepultura a mí siempre, siempre, buen Esteban.


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    Es agradable ser importante, pero más importante es ser agradable.

    La vida es una obra teatral que no importa cuánto haya durado, sino cuánto bien haya sido representada."

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