Había salido el sol cuando Orval se despertó, descansado al fin, y se puso a comer las últimas frutas que le habían sobrado del viaje. Después de unos minutos, se limpió el jugo de la barbilla con la mano y se secó esta en la hierba. Incorporándose, le echó una mirada a sus cultivos, bastante mermados por la recolección del otro día. Cogiendo un saco de semillas, comenzó a sembrar trigo y patatas, como de costumbre, y añadió unas semillas de cebada que había adquirido en Harrisburg. “Con suerte”, pensó Orval, dentro de un mes podré recogerlas”. El vendedor le había dicho que crecían en una semana, gracias a unos productos químicos importados del norte, aunque por el precio que le había cobrado, no creía que fuera así, ya que serían mucho más caras.
Pasó toda la mañana sembrando y revisando los cultivos. Al mediodía paró a tomar un trago de agua de lluvia acumulada en el tanque, estaba cerrando el grifo cuando escuchó unos gritos roncos acercándose. Orval corrió hacia su fusil, que estaba apoyado en la pared del porche, y se dirigió hacia la puerta, no sin antes comprobar que el arma estaba cargada. Los gritos venían de un chico, el nieto del granjero que vivía a unos kilómetros, el que le solía llevar leche y carne una vez por semana a cambio de parte de su cosecha. El chico estaba siendo arrastrado por una mujer joven, que tiraba de él con insistencia y miraba de vez en cuando hacia atrás. La mujer llevaba un pañuelo en la cabeza que le recogía el pelo y unos pantalones vaqueros, sucios de barro hasta las rodillas. Tenía la camisa desgarrada por una de las mangas, y una venda ensangrentada en el brazo derecho.
Detrás de ellos, tres hombres andrajosos les seguían lo más rápido que podían, trastrabillando y con la cara roja por el esfuerzo. Dos de ellos llevaban sables, como los que le había visto a los Washigtons ayer durante el camino de vuelta. El tercero tenía una escopeta en las manos, estaba intentando recargarla sin quedarse atrás.
La joven y el muchacho llegaron a la puerta, donde Orval esperaba confundido. Antes de llegar, la mujer se paró, y agachándose, agarró al chico por el hombro. Su susurro llegó a los oídos de Orval.
- ¿Estás seguro de que nos ayudará? Este hombre no tiene cara de que le importe que nos maten…
Oír esto fue como si le hubieran dado un golpe en el pecho, le dolió que la joven ni siquiera le hubiera dado la oportunidad de hablar. Furioso por esto, Orval abrió la puerta y ladró un seco: “¡Pasad!”. El chico lo miró con cara de agradecimiento y murmuró un “Gracias, señor Fullbuster” al pasar por su lado. La joven lo miró con cara de temor y curiosidad cuando Orval sacó la M16 y se preparó para disparar. Con tres ráfagas, acabó con los perseguidores, después se volvió y dijo:
- Será mejor que entréis, allí podremos hablar mejor. – Alargó la mano hacia el chico para calmarle y, recordando su nombre, dijo con el tono más suave que pudo, que resultó ser una especie de gruñido bajo.- Timmy…
El chico retrocedió, claramente impresionado por el arma que tenía al lado, y se pegó más a la joven, que lo acarició y le susurró:
- Está bien, Timmy, estamos a salvo.- E incorporándose miró a Orval con ojos inquisitores.- Porque estamos a salvo ¿no?- Mantuvo esa mirada unos segundos, después flaqueó y se desmayó, cayendo en la hierba.
Orval la cogió en brazos y le indicó a Timmy el camino. Subió a su habitación y depositó a la joven en la cama, mietras que Timmy se sentaba en la silla de al lado, después bajó a por su botiquín y se dispuso a curar las heridas que tuviese la joven. Mientras lo hacía, no pudo evitar fijarse en el hermoso rostro de la joven, ahora tranquilo y sin la mueca de preocupación que tenía antes. Una vez hubo terminado, volvió a bajar, dejó el botiquín y colocó algo de comida en una bandeja para sus dos invitados. Cuando volvió a subir ya estaba despierta y hablaba con Timmy en susurros, aunque se calló al entrar Orval, que se quedó apoyado en el marco de la puerta, esperando que hablara.
- Gracias por la ayuda, señor Fullbuster, -empezó la joven.- Mi nombre es Alice y soy la tía de Timmy. Hasta esta mañana vivíamos con mi padre en su granja. Hemos huído porque a primera hora llegaron unos soldados de los Washington, exigiendo los animales “para la causa”. Mi padre se negó a dárselos y nos ordenó que nos preparásemos para salir corriendo. Antes de irnos, ví que le daba una escopeta al padre de Tommy, mi hermano, y se disponían a rechazar a los soldados en el granero. Después, salimos corriendo, pero nos siguieron los tres que tú abatiste antes. ¡Por favor, ayuda a nuestra familia!
Antes de tomar una decisión, Orval pensó en lo peligroso que sería para él y su granja ayudarles, ya que entonces los Washington lo marcarían como objetivo. Estaba convencido de que nada bueno pasaría si los ayudaba y había tomado la decisión de no hacerlo, pero cuando los miró no pudo negarse. La mirada de Alice se clavaba en sus ojos, y el miedo en los ojos de Timmy lo golpeó muy dentro.
- Iré allí e intentaré ayudarles.- Había visto una parte positiva. Si los mataba a todos, no podrían informar del ataque.
Ya tomada la decisión, estuvo un rato explicándoles donde estaba cada cosa y enseñó a Timmy la despensa escondida bajo la cocina. Después, cogió su M16, se puso la pistola en la cadera derecha y se ató uno de los sables de los muertos en la izquierda. Llegó a la entrada de la granja acompañado por Timmy, mientras Alice esperaba en la puerta de la casa. Ya empezaba a caer el sol.
- Mucha suerte señor Fullbuster.- dijo Timmy, con una sonrisa esperanzada.
- Llamamé Orval, Timmy. Intentaré ayudar a tu padre y tu abuelo.- dijo, revolviéndole el pelo.
Finalmente, salió de la granja y se dirigió a su destino, unos kilómetros al este. Por suerte, cuando llegara estaría oscuro.
Última edición por Fernán el Mar Jun 25, 2013 2:46 pm, editado 1 vez (Razón : Párrafos)