Hola, quería informarles que para el que esté interesado en leer un relato sobre Mount&Blade, aquí he hecho uno. Ojalá que les guste.
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Descripción:
En una de las ciudades más importantes de la Edad Media, Dante planea vengar la muerte de su padre con la ayuda de su fiel compañero: Cormack. Las terribles guerras e impedimentos de la época no solo modificarán el tiempo y forma de esta venganza, si no que pondrá en peligro su vida y de sus conocidos.
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Prólogo:
Calradia era una de las más importantes y lujosas ciudades de la Tierra Media, a decir verdad, la segunda más importante, conocida por sus grandes terrenos, cubiertos de todo tipo de árboles, blanca y brillante arena, o nieve, según el reino, también cabe decir que Calradia era una de las ciudades con mayor organización social en la tierra media, cada reino tenía un rey, un demandante y veinte vasallos, también los reinos contaban con los prisioneros que normalmente eran bandidos, ladrones, piratas, que merecían la pena de muerte, pero que los lords los usaban para las luchas, creían que era una muerte más digna el que un bandido muera por su lord, y para salvar a sus tierras, aunque fuera forzado, antes de pudrirse en una celda, sin ningún tipo de utilidad, aunque también dependía de la gravedad del asunto.
En la bella ciudad de Calradia se encontraban varios mercaderes, uno de esos era Jeremías, él era un mercader, que además del negocio del comercio, recorría los terrenos de ésta ciudad, ayudando a los vasallos del rey en sus tareas, por eso conocía a varios guerreros, como caballeros mercenarios, ballesteros, enastaros, arqueros, etcétera.
En el año 1234, el Rey Yaroglek, de Vaegir, le había declarado la guerra a Harlaus, de Swadia, ¿la razón? El problema del reino Vaegir era el procedimiento de la conquista, ellos tenían buenos arqueros, buenos señores feudales, pero tenían poco terreno, y eso procuraba la impresión de ser un reino pequeño, además, uno de los señores de Swadia, había asaltado varias de sus aldeas, y eso también le venía como anillo al dedo. Claro que la guerra no era una opción agradable, en un mundo gobernado y dominado por las decisiones de los hombres, una de las probabilidades para obtener más poder era la guerra, ni hablar de las alianzas.
A Swadia le venían aproximadamente 15.000 soldados por mes, preparados para la guerra, al igual que al reino Vaegir. Fue una de las guerras más sangrientas, y devastadoras de la edad media, se asaltaron muchísimos pueblos, y mataron a los que convivían en ellos, además de las guerras, los señores eran acosados por bandidos enviados por el reino enemigo, aumentando el terror de morir.
Como los otros reinos estaban siendo perjudicados, crearon un consejo fuera de las ciudades de Calradia, con todos los reyes y su más confiado vasallo.
- ¡Vuestra guerra os está perjudicando a todos! ¡Esto tiene que terminar ahora mismo! – dijo Ragnar, con un tono severo. La guerra debería terminar con el propósito de descansar a las tierras mutiladas de tantas hogueras, de tantos pisoteos de caballos, de tantas luchas…
- ¡Yo no le propondré una alianza a este bastardo, y menos por su propio beneficio! – el tono soberbio y egoísta de Yaroglek enojó al Sultán Hankin.
- Mi señor tiene razón. – parloteó el estúpido vasallo del soberbio, Gaileo
- ¡Basta ya, todos vosotros sabéis que esta estúpida guerra nos está devastando a todos! ¡Es una locura, una terrible y descarada locura! Si no paráis con esto ya, los cinco reinos estaremos en lid con vosotros, hemos decidido eso. – el Sultán Hankin no detestaba la guerra, al contrario, era un gran pensador acerca de ello, creía que los problemas que no se podían resolver por medio de la inteligencia de los brutos, se podría resolver por la fuerza. – Entonces vosotros decidís lo que harán, ahora mismo, tenemos que terminar con esta locura, o seguir por la fuerza de todos.
Yaroglek y Harlaus no estaban de acuerdo con esta alianza repentina, asique acordaron una guerra, una última lid, en la que se decidiría parte de la historia de la edad media, y futura del universo. En esta se asesinaría muchísimas personas, cualquiera lucharía en esta, cada rey asignaba un privilegio para el que peleaba. La última batalla se haría en los terrenos más alejados de Calradia, con el fin de tener buen espacio y denigrar lo menos posible la cercanía de los pueblos y castillos cercanos.
A cada reino le llegaban aproximadamente 15.000 tropas por mes, que explotaban en cada entrenamiento. En el día de la batalla se encontraban los dos reyes, sus señores y lords, y la gran cantidad de tropas que cada uno tenía, todos con el mismo propósito: la batalla final.
Las tropas de Harlaus avanzaron a través de las grandes montañas salpicadas por la espesa nieve, el viento que venía del este era un impedimento para la lucha. El sonido de los múltiples e incontables caballos galopando retumbaba en la tierra como el fuerte eco en una montaña. Las tropas de los dos reinos se encontraron, y consigo los dos reyes, que empuñaron sus espadas uno con el otro, intentando derribar al oponente, la destreza de Harlaus no se quedaba corto con la fuerza de Yaroglek. Lastimosamente las tropas del rey de Swadia estaban contempladas, por mayoría, con campesinos, ya que su enemigo le había arrebatado la mitad, no solo matándolos en deshonrosas emboscadas, si no sobornándolos para tener a favor la lucha.
Luego de soportar con valentía los ataques de los vaegires, la mala suerte se apoderó de ellos, ¡ya casi no quedaban tropas! El rey de Swadia tenía un as bajo la manga, semanas antes de la batalla había conversado con un mercader; éste conocía tabernas, castillos, capitales, y sobre todo los terrenos, viajaba por el mundo con la ocupación del comercio. Harlaus le pidió que trajera un ejército a la guerra, y que si lo hacía, le pagaría los denares que se merecía. Pues el tiempo pasaba, y no había señales del mercader, y mucho menos de un ejército. Varios minutos después, se notaba la gran diferencia de las tropas, el viento se hacía cada vez más denso, y los árboles parecían susurrar entre los sollozos y gritos de los guerreros por el terror de la fría guerra. Harlaus empuñaba su gran espada iluminada por el sol, que atravesaba con gran intensidad las nubes grises que anunciaban una gran tormenta, intentando derribar a varios de los oponentes. ¡La suerte había llegado! El ruido y los ecos de los caballos galopando, cubría a los susurros de los árboles e incluso a los numerosos gritos desesperados de la batalla. El mercader había cumplido con gran valentía, tenía más de cincuenta mil soldados bien armados, la tropa estaba contemplada por mamelucos, caballeros mercenarios, ballesteros, etcétera. ¡Una tropa lujosa y noble! La victoria estaba casi segura, los dos reyes empuñaron sus espadas, cada uno tenía el escudo con puñetazos que abollaban los escudos, sus caballos, uno negro como la espesura de la noche, y el otro blanco como la nieve blanca, estaban exhaustos, los dos tenían un par de flechas clavadas, pero como buenos fieles, se quedaban con su rey en la lucha. Finalmente, Yaroglek fue el último en caer, inconsciente y herido.
Días más tarde se celebró una fiesta en la capital de Swadia, el gran castillo de Praven, asistieron los lords, los campesinos, los mercaderes, entre ellos el valeroso Jeremías, los guerreros, y muchas personas más. Harlaus dio un paso adelante y con gran sutileza y nobleza, dijo:
- Os quiero decir, mi noble gente, que he de agradecer a un hombre, que no sólo dio una victoria segura, si no que con valentía, luchó por todos vosotros, y por la legitimidad de este glorioso reino. He de darte – en ese momento, la mirada del rey, poblada de humildad, se clavó en los ojos Jeremías. – una merecida recompensa.
Jeremías, halagado, no lo había hecho por los denares, aunque no negaba que los necesitaba, ni tampoco por el reconocimiento, o por querer demostrar que él era poderoso, ágil y audaz, sino porque como todo hombre, había tenido su historia en su reino, y no querría que desapareciera. El mercader lo miró, con su mirada entre la gratitud, y la incomprensión, y le respondió.
- Mi señor, yo no he de tomar esa recompensa, no lo he hecho por el dinero, le agradezco firmemente que sea un hombre de palabra, y que ha de recompensar a un simple mercader como yo, pero he de negarme, lo lamento.
Harlaus, mirándolo extrañado, tampoco aceptó no darle nada, días después lo premió con la capital de uno de los reinos más importantes, no solo de Calradia, si no del mundo de la Edad Media, Reyvadin, capital del ex reino de Vaegir, lugar donde se encontraba el mejor vino, y el mejor pan, donde exportaban sus impresionantes telas, y donde también se encontraban los valerosos guerreros.
Dos años después, Jeremías ya era un valeroso lord, casado con una de las más hermosas Ladys de toda Calradia, una mujer de cabellos rubios y ondulados, ojos oscuros y verdes, como las espesuras del césped, en primavera, y ese brillo en sus ojos, como el rocío minutos después del acabado de la lluvia, su nombre era Etthël. Además tuvieron un hijo, al que llamaron Dante, tenía los ojos marrones como su padre, al igual que su cabello.
Incluso después de tanto tiempo, recuperado Yaroglek, envió a Nizar de Ofrick, a realizar una labor deshonrosa: matar a un hombre por resentimiento. La noche de la finalización de la primavera, Nizar entró sigilosamente por la habitación del rey, si algo que se podía destacar de tal bastardo hombre, era ser sigiloso, pero torpe. Nizar sacó su espada tan inútilmente, que despertó a Jeremías y su mujer. Ella intentó defenderlo, pero fue obligada a abandonar el castillo tan rápido como fuera posible, todavía aturdida, salió con su hijo y una espada, además del corcel de su marido. Antes de adentrarse en el oscuro bosque, tomó una piedra, y la arrojó adentro del castillo, alertando a los guardias que corrían hacia la habitación del su señor.
Jeremías, no tenía espada, escudo o siquiera una armadura decente que lo ayudara, solo sus brazos, casi derribaba a su oponente, hasta que otro bastardo entró y lo tomó por sorpresa, dejándolo muerto en el suelo. Esa noche fría, del año 1238, había muerto el mismo día en el que su hijo había nacido, sin siquiera, poder estar, el tiempo suficiente, para que reconociera ser su padre.
De más está decir, que aunque Jeremías haya muerto, su alma, rezaba porque su amada y asustada esposa, esté a salvo con su hijo. Porque si así no fuera, no se lo perdonaría, ni en vida, ni en muerte.
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Descripción:
En una de las ciudades más importantes de la Edad Media, Dante planea vengar la muerte de su padre con la ayuda de su fiel compañero: Cormack. Las terribles guerras e impedimentos de la época no solo modificarán el tiempo y forma de esta venganza, si no que pondrá en peligro su vida y de sus conocidos.
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Prólogo:
Calradia era una de las más importantes y lujosas ciudades de la Tierra Media, a decir verdad, la segunda más importante, conocida por sus grandes terrenos, cubiertos de todo tipo de árboles, blanca y brillante arena, o nieve, según el reino, también cabe decir que Calradia era una de las ciudades con mayor organización social en la tierra media, cada reino tenía un rey, un demandante y veinte vasallos, también los reinos contaban con los prisioneros que normalmente eran bandidos, ladrones, piratas, que merecían la pena de muerte, pero que los lords los usaban para las luchas, creían que era una muerte más digna el que un bandido muera por su lord, y para salvar a sus tierras, aunque fuera forzado, antes de pudrirse en una celda, sin ningún tipo de utilidad, aunque también dependía de la gravedad del asunto.
En la bella ciudad de Calradia se encontraban varios mercaderes, uno de esos era Jeremías, él era un mercader, que además del negocio del comercio, recorría los terrenos de ésta ciudad, ayudando a los vasallos del rey en sus tareas, por eso conocía a varios guerreros, como caballeros mercenarios, ballesteros, enastaros, arqueros, etcétera.
En el año 1234, el Rey Yaroglek, de Vaegir, le había declarado la guerra a Harlaus, de Swadia, ¿la razón? El problema del reino Vaegir era el procedimiento de la conquista, ellos tenían buenos arqueros, buenos señores feudales, pero tenían poco terreno, y eso procuraba la impresión de ser un reino pequeño, además, uno de los señores de Swadia, había asaltado varias de sus aldeas, y eso también le venía como anillo al dedo. Claro que la guerra no era una opción agradable, en un mundo gobernado y dominado por las decisiones de los hombres, una de las probabilidades para obtener más poder era la guerra, ni hablar de las alianzas.
A Swadia le venían aproximadamente 15.000 soldados por mes, preparados para la guerra, al igual que al reino Vaegir. Fue una de las guerras más sangrientas, y devastadoras de la edad media, se asaltaron muchísimos pueblos, y mataron a los que convivían en ellos, además de las guerras, los señores eran acosados por bandidos enviados por el reino enemigo, aumentando el terror de morir.
Como los otros reinos estaban siendo perjudicados, crearon un consejo fuera de las ciudades de Calradia, con todos los reyes y su más confiado vasallo.
- ¡Vuestra guerra os está perjudicando a todos! ¡Esto tiene que terminar ahora mismo! – dijo Ragnar, con un tono severo. La guerra debería terminar con el propósito de descansar a las tierras mutiladas de tantas hogueras, de tantos pisoteos de caballos, de tantas luchas…
- ¡Yo no le propondré una alianza a este bastardo, y menos por su propio beneficio! – el tono soberbio y egoísta de Yaroglek enojó al Sultán Hankin.
- Mi señor tiene razón. – parloteó el estúpido vasallo del soberbio, Gaileo
- ¡Basta ya, todos vosotros sabéis que esta estúpida guerra nos está devastando a todos! ¡Es una locura, una terrible y descarada locura! Si no paráis con esto ya, los cinco reinos estaremos en lid con vosotros, hemos decidido eso. – el Sultán Hankin no detestaba la guerra, al contrario, era un gran pensador acerca de ello, creía que los problemas que no se podían resolver por medio de la inteligencia de los brutos, se podría resolver por la fuerza. – Entonces vosotros decidís lo que harán, ahora mismo, tenemos que terminar con esta locura, o seguir por la fuerza de todos.
Yaroglek y Harlaus no estaban de acuerdo con esta alianza repentina, asique acordaron una guerra, una última lid, en la que se decidiría parte de la historia de la edad media, y futura del universo. En esta se asesinaría muchísimas personas, cualquiera lucharía en esta, cada rey asignaba un privilegio para el que peleaba. La última batalla se haría en los terrenos más alejados de Calradia, con el fin de tener buen espacio y denigrar lo menos posible la cercanía de los pueblos y castillos cercanos.
A cada reino le llegaban aproximadamente 15.000 tropas por mes, que explotaban en cada entrenamiento. En el día de la batalla se encontraban los dos reyes, sus señores y lords, y la gran cantidad de tropas que cada uno tenía, todos con el mismo propósito: la batalla final.
Las tropas de Harlaus avanzaron a través de las grandes montañas salpicadas por la espesa nieve, el viento que venía del este era un impedimento para la lucha. El sonido de los múltiples e incontables caballos galopando retumbaba en la tierra como el fuerte eco en una montaña. Las tropas de los dos reinos se encontraron, y consigo los dos reyes, que empuñaron sus espadas uno con el otro, intentando derribar al oponente, la destreza de Harlaus no se quedaba corto con la fuerza de Yaroglek. Lastimosamente las tropas del rey de Swadia estaban contempladas, por mayoría, con campesinos, ya que su enemigo le había arrebatado la mitad, no solo matándolos en deshonrosas emboscadas, si no sobornándolos para tener a favor la lucha.
Luego de soportar con valentía los ataques de los vaegires, la mala suerte se apoderó de ellos, ¡ya casi no quedaban tropas! El rey de Swadia tenía un as bajo la manga, semanas antes de la batalla había conversado con un mercader; éste conocía tabernas, castillos, capitales, y sobre todo los terrenos, viajaba por el mundo con la ocupación del comercio. Harlaus le pidió que trajera un ejército a la guerra, y que si lo hacía, le pagaría los denares que se merecía. Pues el tiempo pasaba, y no había señales del mercader, y mucho menos de un ejército. Varios minutos después, se notaba la gran diferencia de las tropas, el viento se hacía cada vez más denso, y los árboles parecían susurrar entre los sollozos y gritos de los guerreros por el terror de la fría guerra. Harlaus empuñaba su gran espada iluminada por el sol, que atravesaba con gran intensidad las nubes grises que anunciaban una gran tormenta, intentando derribar a varios de los oponentes. ¡La suerte había llegado! El ruido y los ecos de los caballos galopando, cubría a los susurros de los árboles e incluso a los numerosos gritos desesperados de la batalla. El mercader había cumplido con gran valentía, tenía más de cincuenta mil soldados bien armados, la tropa estaba contemplada por mamelucos, caballeros mercenarios, ballesteros, etcétera. ¡Una tropa lujosa y noble! La victoria estaba casi segura, los dos reyes empuñaron sus espadas, cada uno tenía el escudo con puñetazos que abollaban los escudos, sus caballos, uno negro como la espesura de la noche, y el otro blanco como la nieve blanca, estaban exhaustos, los dos tenían un par de flechas clavadas, pero como buenos fieles, se quedaban con su rey en la lucha. Finalmente, Yaroglek fue el último en caer, inconsciente y herido.
Días más tarde se celebró una fiesta en la capital de Swadia, el gran castillo de Praven, asistieron los lords, los campesinos, los mercaderes, entre ellos el valeroso Jeremías, los guerreros, y muchas personas más. Harlaus dio un paso adelante y con gran sutileza y nobleza, dijo:
- Os quiero decir, mi noble gente, que he de agradecer a un hombre, que no sólo dio una victoria segura, si no que con valentía, luchó por todos vosotros, y por la legitimidad de este glorioso reino. He de darte – en ese momento, la mirada del rey, poblada de humildad, se clavó en los ojos Jeremías. – una merecida recompensa.
Jeremías, halagado, no lo había hecho por los denares, aunque no negaba que los necesitaba, ni tampoco por el reconocimiento, o por querer demostrar que él era poderoso, ágil y audaz, sino porque como todo hombre, había tenido su historia en su reino, y no querría que desapareciera. El mercader lo miró, con su mirada entre la gratitud, y la incomprensión, y le respondió.
- Mi señor, yo no he de tomar esa recompensa, no lo he hecho por el dinero, le agradezco firmemente que sea un hombre de palabra, y que ha de recompensar a un simple mercader como yo, pero he de negarme, lo lamento.
Harlaus, mirándolo extrañado, tampoco aceptó no darle nada, días después lo premió con la capital de uno de los reinos más importantes, no solo de Calradia, si no del mundo de la Edad Media, Reyvadin, capital del ex reino de Vaegir, lugar donde se encontraba el mejor vino, y el mejor pan, donde exportaban sus impresionantes telas, y donde también se encontraban los valerosos guerreros.
Dos años después, Jeremías ya era un valeroso lord, casado con una de las más hermosas Ladys de toda Calradia, una mujer de cabellos rubios y ondulados, ojos oscuros y verdes, como las espesuras del césped, en primavera, y ese brillo en sus ojos, como el rocío minutos después del acabado de la lluvia, su nombre era Etthël. Además tuvieron un hijo, al que llamaron Dante, tenía los ojos marrones como su padre, al igual que su cabello.
Incluso después de tanto tiempo, recuperado Yaroglek, envió a Nizar de Ofrick, a realizar una labor deshonrosa: matar a un hombre por resentimiento. La noche de la finalización de la primavera, Nizar entró sigilosamente por la habitación del rey, si algo que se podía destacar de tal bastardo hombre, era ser sigiloso, pero torpe. Nizar sacó su espada tan inútilmente, que despertó a Jeremías y su mujer. Ella intentó defenderlo, pero fue obligada a abandonar el castillo tan rápido como fuera posible, todavía aturdida, salió con su hijo y una espada, además del corcel de su marido. Antes de adentrarse en el oscuro bosque, tomó una piedra, y la arrojó adentro del castillo, alertando a los guardias que corrían hacia la habitación del su señor.
Jeremías, no tenía espada, escudo o siquiera una armadura decente que lo ayudara, solo sus brazos, casi derribaba a su oponente, hasta que otro bastardo entró y lo tomó por sorpresa, dejándolo muerto en el suelo. Esa noche fría, del año 1238, había muerto el mismo día en el que su hijo había nacido, sin siquiera, poder estar, el tiempo suficiente, para que reconociera ser su padre.
De más está decir, que aunque Jeremías haya muerto, su alma, rezaba porque su amada y asustada esposa, esté a salvo con su hijo. Porque si así no fuera, no se lo perdonaría, ni en vida, ni en muerte.
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