Capítulo XVIII
Canto Primero
Había determinado / de acometer sin tardanza
algún hecho tan glorioso / que al orbe todo asombrara
y que pusiera remedio / a tantos males y a penurias tantas
que afligían a mi alma / a mi estado y mi mesnada,
y no era otro mi empeño / sino juntar muchas lanzas
y marchar en son de guerra / contra tan garrida plaza
como es esta de Paris / por el Sena atravesada,
con lo que, ayudado de Dios / y de la mi fiel espada
esperaba hacerla mía / y teniendo yo guardada
esta joya, la más bella / de la corona de Francia,
obtener del rey la paz / y aun mi honra maltratada
resarcir de tanta infamia / que sobre ella arrojaran.
Era difícil la gesta / pues guarnecían las torres
los adarves y murallas / de Paris trescientos hombres
y yo no pude juntar / ¡desventurados son los pobres!
siquiera ciento de a pie / y apenas setenta pendones.
Pero accesos de soberbia / también sufren los mejores
y yo que no soy tal / olvidados los temores
resolví cercar la plaza / por catar los defensores.
Era grande el miedo / que en la ciudad tenían
sabiendo que el de Chalon / venía sobre su villa;
no eran vanos los temores / de las gentes parisinas
pues desde el día primero / que me puse en rebeldía
no habían sido mis armas / quebrantadas ni vencidas
en ninguno de los campos / donde empeñado se habían.
Quise darles buen cuartel / si la plaza me rendían
mas es mucha devoción / la que sienten por su villa
y resolvieron luchar / seguros de su valía
antes de presenciar / lo que de mi maldecían
algunos calumniadores / que me nombraban Atila,
bárbaro ladrón de pueblos / y aun de honras y de vidas.
Plantado fue el pabellón / y provistas las escalas
ardientes los corazones / y valerosas las almas.
Armado de todas piezas, / en la diestra la mi espada,
viéraisme asaltar los muros / aquella grande jornada.
Como estatuas, ¡qué me digo! / como águilas gallardas
aguardaban los franceses / la embestida de mis armas
protegidos de merlones / y de crestas almenadas.
Asíme a la escala con brío / seguido de mi mesnada,
que no hay ejemplo mejor / en medio de la batalla
que ver a los capitanes / peleando en la vanguardia,
pues sirviendo a un señor tal / toda sangre que derraman
los soldados de su cuerpo / les parece bien empleada.
Desatóse tal tormenta / de saetas, de venablos
lanzados de las murallas / por habilidosas manos,
que templó un tanto el ardor / de mis hombres, los más bravos
que hollaron esta tierra / en aquellos malos años.
Mas llamando de su nombre / a los hombres de mi lado,
gritando "Dios es con nos / y con Él todos Sus santos!"
y en fin, dando bríos con mi voz / a los ánimos desmayados,
dimos sobre el adarve / furiosos como leopardos,
haciendo en las filas francesas / portentosos daños y estragos.
Apretábannos de firme / fuertemente encastillados
y venían cinco más / por cada uno matado.
Eran tantos los franceses / como hierbas en un prado
formidable era su fuerza / todos a una empujando
y los míos viéronse / poco a poco rechazados.
A mí diéronme tan fieros golpes / (gentilemnte contestados)
que acabé desfallecido / por tres heridas sangrando.
Nos retiramos al campo / no sin orden ni cuidado
y fue el lance de aquel día / provechosos a ningún lado,
pues los muertos fueron pocos / y no fueron doblegados
ni los muros orgullosos / ni los sitiadores osados.
Canto Segundo
Resolví días después, / curado del descalabro
a los muros de Paris / darles un nuevo asalto
pues me irritaba el verme / por las piedras derrotado.
Fue cruel el ascender / de saetas acosados,
imposible el traspasar / los muros abarrotados.
Fue milagro el que no echaran / la escala muralla abajo
mas fue infierno continuar / a la misma encaramados
pues entre almenas de piedra / almenas de hombres plantaron,
cada una como torre / en lo fuerte y lo bizarro.
Viendo a los míos sufrir / sin poder vengar el daño
encomendando a Dios el alma / plntéme en el adarve de un salto
que creo fueron los ángeles / quienes me llevaron volando,
tal fue de prodigiosa / la zancada que hube dado.
Quise animar a los míos / con este gesto atrevido
y atrayendo a mí las lanzas / despejarles el camino.
Mas tan fuerte me apretaban / por todos lados asido
que apenas podía blandir / mi acero ante el enemigo.
Tajos di, algunos buenos / y los cielos son testigos
de que en aquel aciago día / fueron muertos y heridos
por mi mano más de dos / y aun diría más de cinco.
Pero el Hado fueme adverso / pues quien al Hado confía
los que solo está de Dios / ha de saber que un día
Fortuna le ha de dejar / aunque ahora le sonría.
Apenas mis bravos hombres / los pies en el adarve ponían
cuando ya mis fuertes piernas / apenas me sostenían,
tales eran los golpes / que contra mi se venían
que allí me hicieran pedazos / y entregara el alma mía
de no llevar buena coraza / ¡mil veces sea bendita!
Mas caí ya desmayado /nublada en sangre mi vista,
el alma recibía a Dios / los miembros no respondían.
Viéndome morir los míos / (pues no era otra que mi vida
la que de mí se escapaba / como huyendo en estampida)
no pudieron sufrir más / cómo su señor padecía
y en un esfuerzo sublime / con loco valor e osadía
cargaron en los franceses / que ante mí se interponían
haciendo retroceder / aquella marea viva
como titanes que arrastran / el mundo cuando caminan.
Cerraron filas en mí / y como a un fardo de harina
cargaron a sus espaldas / con mi cuerpo que moría.
Según dijéronme luego / pues yo no escuchaba ni veía
volvieron los defensores / a atacar con bizarría
retirándose mis hombres / peleando por sus vidas
que bastante fue salvarlas / las de ellos y la mía.
Dijeron mis capitanes / gente ducha e instruida
"Levantad, señor el campo / mirad que no es valentía
sino gran temeridad / el seguir en la pofía.
Estos muros son montañas, / no han de caer este día"
Así, por mi terquedad / y soberbia desmedidas
fueron las armas de Chalon / humilladas y vencidas.
Lleváronme a mi castillo / de Chartres donde tenía
galenos que me asistieran / y cataran mis heridas
A los pocos días estuve / presto a nuevas correrías;
mi cuerpo estaba repuesto / mi mesnada restablecida
mas el verme derrotado / cuando mi causa creía
del agrado de los cielos / y de ellos protegida
fue grande pesar en mi alma / que no recobraría
arrestos y confianza, / nuevo arrojo y valentía
hasta no ver claras señas / de ser causa favorecida
no solo por el derecho / la costumbre y la hidalguía
sino también por las fuerzas / de la Providencia Divina.
Sí, es mucho drama para una escaramuza con poco más de veinte muertos, pero la verdad es que lo hice a posta a sabiendas de que iba a perder para darle un poco más de variedad a la historia en vez de ser una victoria tras otra, así que tampoco era plan de sacrificar a todo mi ejército