Hace surgir la cuestión de la soberanía.
Cuando Satanás abordó a Eva (mediante las palabras de la serpiente), en realidad desafió la legitimidad y justicia de la soberanía de Jehová. Dio a entender que Dios estaba reteniendo algo de la mujer sin ningún derecho, y además le acusó de mentiroso por decir que ella moriría si comía del fruto prohibido. También le hizo creer a Eva que sería libre e independiente de Dios, igual a Él. Por este medio, esta malvada criatura celestial se elevó a sí misma por encima de Dios a los ojos de Eva y pasó a ser su dios, aunque, al parecer, en ese momento ella no conocía la identidad del que la engañaba. Su acción colocó al hombre y a la mujer bajo su acaudillamiento y control, y lo convirtió a él en un dios rival opuesto a Jehová. (Gé 3:1-7.)
Al descorrer el velo y ofrecer una vislumbre de cuestiones celestiales, la Biblia revela que Satanás compareció después ante Jehová en el cielo como un dios rival, desafiándole en su propio rostro, y diciendo que podía apartar de Él a su siervo Job y, por extensión, a cualquier siervo suyo. En realidad, acusó a Dios de concederle injustamente a Job todas las cosas, además de total protección, de manera que él no podía probar a Job y demostrar que realmente había maldad en su corazón. Dio a entender que Job servía a Dios principalmente por motivos egoístas. Dejó claro que tenía esta opinión al decir: “Piel en el interés de piel, y todo lo que el hombre tiene lo dará en el interés de su alma. Para variar, sírvete alargar la mano, y toca hasta su hueso y su carne, y ve si no te maldice en tu misma cara”. (Job 1:6-12; 2:1-7; véase SOBERANÍA.)
En este caso particular, Jehová permitió que Satanás plagase a Job de calamidades: no impidió que Satanás causara una incursión de merodeadores sabeos, así como la aniquilación de sus rebaños y pastores mediante lo que el mensajero llamó “el mismísimo fuego de Dios” desde los cielos, sobre el que no se especifica si eran rayos u otro tipo de fuego. Satanás también causó una incursión de tres bandas de caldeos y una tempestad de viento. Con estos medios destruyó todas las propiedades de Job y mató a todos sus hijos. Finalmente, le infligió una enfermedad repugnante a Job mismo. (Job 1:13-19; 2:7, 8.)
Todo esto pone de manifiesto la fuerza y el poder de la criatura celestial llamada Satanás, así como su actitud cruel y asesina.
Sin embargo, es importante notar que Satanás reconoció su impotencia frente al mandato expreso de Dios, pues no desafió el poder y la autoridad de Dios cuando se le prohibió quitarle la vida a Job. (Job 2:6.)
Su continua oposición a Dios. Al desafiar a Dios y acusar a sus siervos de que no mostrarían integridad, Satanás se hizo acreedor de su título “Diablo”, que significa “Calumniador”. Se merecía ese título por haber calumniado a Jehová Dios en el Jardín de Edén.
Se le unen otros demonios inicuos.
Antes del diluvio del día de Noé, otros ángeles de Dios dejaron su propio lugar de habitación en los cielos y el puesto que allí tenían asignado, materializaron cuerpos humanos, vinieron a morar en la Tierra, tomaron esposas para sí y produjeron una prole a la que se llamó nefilim. (Gé 6:1-4; 1Pe 3:19, 20; 2Pe 2:4; Jud 6; véanse HIJO[S] DE DIOS; NEFILIM.) Al dejar de servir a Dios, estos ángeles quedaron bajo el control de Satanás. Por consiguiente, a este se le llama “el gobernante de los demonios”. En una ocasión, cuando Jesús expulsó los demonios de un hombre, los fariseos le acusaron de hacerlo gracias al poder de “Beelzebub, el gobernante de los demonios”. La respuesta de Jesús: “Si Satanás expulsa a Satanás, ha llegado a estar dividido contra sí mismo”, muestra que ellos se referían a Satanás. (Mt 12:22-27.)
El apóstol Pablo relaciona a Satanás con las “fuerzas espirituales inicuas en los lugares celestiales”, y las llama “los gobernantes mundiales de esta oscuridad”. (Ef 6:11, 12.) Por tratarse de una fuerza invisible cuyo dominio abarca las inmediaciones de la Tierra, se llama a Satanás el “gobernante de la autoridad del aire”. (Ef 2:2.) En Revelación se le muestra como el que está “extraviando a toda la tierra habitada”. (Rev 12:9.) El apóstol Juan dijo que “el mundo entero yace en el poder del inicuo”. (1Jn 5:19.) Por lo tanto, él es “el gobernante de este mundo”. (Jn 12:31.) Por esta razón, Santiago escribió que “la amistad con el mundo es enemistad con Dios”. (Snt 4:4.)
Su lucha por destruir a la “descendencia”.
Satanás se esforzó desde el mismo principio por impedir que viniese la prometida “descendencia” de Abrahán. (Gé 12:7.) Por lo visto, intentó que Sara se contaminase para que no fuese digna de dar a luz a la descendencia; pero Dios la protegió. (Gé 20:1-18.) Hizo todo lo posible por destruir a aquellos a quienes Dios escogió como descendencia de Abrahán, la nación de Israel. Con ese fin, los indujo a pecar e hizo que otras naciones atacaran a Israel, como muestra la historia bíblica. Un punto culminante de los intentos ambiciosos de Satanás en su lucha contra Dios, que él consideró un éxito, llegó cuando el rey de la tercera potencia mundial de la historia bíblica, Babilonia, tomó Jerusalén; derrocó a Sedequías, rey del linaje de David; destruyó el templo de Jehová, y desoló Jerusalén y Judá. (Eze 21:25-27.)
Como la dinastía babilonia encabezada por Nabucodonosor obraba como instrumento de Satanás, mantuvo a Israel en el exilio por sesenta y ocho años, justo hasta el momento de su caída. De hecho, Babilonia no tenía la intención de dejar en libertad a sus cautivos, una actitud que reflejaba la arrogancia y los designios ambiciosos de Satanás, que actuaba como dios rival opuesto al Dios Soberano Universal, Jehová. Los reyes babilonios adoraban al ídolo-dios Marduk, a la diosa Istar y a un nutrido panteón de deidades, por lo que eran en realidad demonólatras, y como parte del mundo alejado de Dios, estaban bajo el control de Satanás. (Sl 96:5; 1Co 10:20; Ef 2:12; Col 1:21.)
Satanás había logrado imbuir al rey de Babilonia de la ambición de dominar al mundo, incluso “el trono de Jehová” (1Cr 29:23) y “las estrellas de Dios”, la dinastía davídica que ocupaba el trono sobre el monte Moria (por extensión, Sión). Este “rey”, es decir, la dinastía babilonia, se había envanecido en su corazón y era a sus ojos y a los ojos de sus admiradores “el resplandeciente”, un “hijo del alba”. (Hay traducciones que conservan el término “Lucifer”, que emplea la Vulgata latina. Sin embargo, ese término solo traduce la voz hebrea heh·lél, “resplandeciente”; no se trata de un nombre ni de un título, solo se emplea para aludir a la actitud arrogante que asumió la dinastía babilonia encabezada por Nabucodonosor.) (Isa 14:4-21.) Como Babilonia era un instrumento de Satanás, era de esperar que su “rey” reflejara la misma ambición desmedida que él tenía. Una vez más, Jehová salió al rescate de su pueblo y lo repatrió, a la espera de que llegase la descendencia o simiente prometida. (Esd 1:1-6.)
Sus esfuerzos por hacer tropezar a Jesús.
Como Satanás sabía que Jesús era el Hijo de Dios y aquel de quien se había profetizado que lo magullaría en la cabeza (Gé 3:15), hizo todo lo que pudo por destruirle. No obstante, cuando el ángel Gabriel anunció a María la concepción de Jesús, le dijo: “Espíritu santo vendrá sobre ti, y poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, también, lo que nace será llamado santo, Hijo de Dios”. (Lu 1:35.) Jehová protegió a su Hijo, de modo que los esfuerzos por destruir a Jesús cuando aún era un niño no tuvieron éxito. (Mt 2:1-15.) Dios continuó protegiéndole durante su juventud. Después de su bautismo, Satanás se le acercó en el desierto, donde le sometió a tres tentaciones diferentes y difíciles, en las que Jesús probó cabalmente su devoción a Jehová. En una de las tres, Satanás le mostró todos los reinos del mundo, de los que afirmó ser el dueño. Aunque Jesús no contradijo esta afirmación, se negó a considerar siquiera por un instante la idea de conseguir antes el Reino mediante esta oferta, ni tampoco se planteó hacer algo solo para satisfacer su ego. Su respuesta inmediata a Satanás fue: “¡Vete, Satanás! Porque está escrito: ‘Es a Jehová tu Dios a quien tienes que adorar, y es solo a él a quien tienes que rendir servicio sagrado’”. Ante esto, “el Diablo [...] se retiró de él hasta otro tiempo conveniente”. (Mt 4:1-11; Lu 4:13.) Este incidente ilustra la verdad de las palabras que Santiago escribió después: “Opónganse al Diablo, y él huirá de ustedes”. (Snt 4:7.)
Jesús se mantuvo alerta al peligro de las maquinaciones de Satanás y al hecho de que este deseaba hacerle abrigar ideas contrarias a la voluntad de Jehová a fin de destruirle. Esto se demostró cuando Pedro, con buenas intenciones, lo sometió a una tentación. Jesús había hablado del sufrimiento y la muerte que tenía que experimentar. “Con eso, Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: ‘Sé bondadoso contigo mismo, Señor; tú absolutamente no tendrás este destino’. Pero él, dándole la espalda, dijo a Pedro: ‘¡Ponte detrás de mí, Satanás! Me eres un tropiezo, porque no piensas los pensamientos de Dios, sino los de los hombres’”. (Mt 16:21-23.)
Jesús estuvo en peligro durante todo su ministerio.
Satanás utilizó agentes humanos para oponerse a él e intentar hacerle tropezar o bien matarlo. En una ocasión las personas estuvieron a punto de hacerle rey. Pero él no quiso dar consideración alguna a una proposición como esa; solo aceptaría un nombramiento de esa naturaleza en el momento y de la manera indicados por Dios. (Jn 6:15.) En otra ocasión intentaron matarlo los habitantes de su propio pueblo natal (Lu 4:22-30); sufrió el acoso constante de aquellos a quienes Satanás usó para intentar atraparlo. (Mt 22:15.) Pero todos los esfuerzos de Satanás por hacer que Jesús pecase en el más leve pensamiento o acción fracasaron. Se demostró cabalmente que Satanás era un mentiroso y que había fracasado en desafiar la soberanía de Dios y la integridad de sus siervos. Como Jesús dijo poco antes de su muerte, “ahora se somete a juicio a este mundo; ahora el gobernante de este mundo será echado fuera”, en completo descrédito. (Jn 12:31.) Satanás ejercía control sobre toda la humanidad por medio del pecado. Pero después de celebrar la última Pascua con sus discípulos, sabiendo que Satanás pronto le causaría la muerte, Jesús pudo decir: “El gobernante del mundo viene. Y él no tiene dominio sobre mí”. (Jn 14:30.)
Unas pocas horas después, Satanás consiguió darle muerte, apoderándose primero de uno de sus apóstoles y valiéndose luego de los líderes judíos y de la potencia mundial romana para ejecutar a Jesús de manera dolorosa e ignominiosa. (Lu 22:3; Jn 13:26, 27; caps. 18, 19.) Satanás actuó como el “que tiene el medio para causar la muerte, es decir, [el] Diablo”. (Heb 2:14; Lu 22:53.) Pero con esto Satanás no favoreció su causa; solo cumplió, sin quererlo, la profecía que requería que Jesús muriese como un sacrificio. La muerte de Jesús en inocencia proveyó el precio de rescate para la humanidad, y por medio de su muerte (y su posterior resurrección por Dios) Jesús entonces podía ayudar a la humanidad pecaminosa a escapar del control de Satanás, pues, como está escrito, Jesús se hizo sangre y carne “para que por su muerte redujera a nada al que tiene el medio para causar la muerte, es decir, al Diablo; y emancipara a todos los que por temor de la muerte estaban sujetos a esclavitud durante toda su vida”. (Heb 2:14, 15.)
Continúa luchando contra los cristianos.
Después de la muerte y resurrección de Jesús, Satanás continuó librando una batalla sin cuartel contra los seguidores de Cristo. El libro de Hechos y las cartas de las Escrituras Griegas Cristianas suministran numerosas pruebas de esto. Pablo dijo que se le había dado “una espina en la carne, un ángel de Satanás, que siguiera [abofeteándole]”. (2Co 12:7.) Como había hecho con Eva, Satanás disfrazó su verdadera naturaleza y propósitos “transformándose en ángel de luz”, y sus agentes también siguieron “transformándose en ministros de justicia”. (2Co 11:14, 15.) Ministros de esa clase fueron los falsos apóstoles que lucharon contra Pablo (2Co 11:13), y aquellos de Éfeso ‘que dijeron ser judíos y sin embargo eran una sinagoga de Satanás’. (Rev 2:9.) Satanás nunca cesó de acusar “día y noche” a los cristianos, y, como en el caso de Job, desafiar su integridad. (Rev 12:10; Lu 22:31.) No obstante, los cristianos tienen “un ayudante para con el Padre, a Jesucristo, uno que es justo”, que comparece ante la persona de Dios en favor suyo. (1Jn 2:1.)
Se le arrojará en el abismo y finalmente se le destruirá.
Cuando Satanás hizo que Eva y después Adán se rebelaran contra Dios, Él le dijo a la serpiente (en realidad a Satanás, pues un simple animal no podía entender las cuestiones en juego): “Polvo es lo que comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la descendencia de ella. Él te magullará en la cabeza y tú le magullarás en el talón”. (Gé 3:14, 15.) Dios reveló que como se arrojaba a Satanás de la organización santa de Dios, no tendría ninguna esperanza alentadora, sino que, por decirlo así, ‘comería polvo’ hasta que muriese. La “descendencia” finalmente le magullaría en la cabeza, lo que significaría una herida mortal. Cuando Cristo estuvo en la Tierra, los demonios le identificaron como Aquel que tenía que arrojarlos al “abismo”, al parecer, una condición de restricción que en un relato paralelo se relaciona con ‘tormento’. (Mt 8:29; Lu 8:30, 31; véase TORMENTO.)
En el libro de Revelación se habla de los últimos días de Satanás, así como de su fin. En él se dice que cuando Cristo toma el poder del Reino, Satanás es arrojado del cielo a la Tierra sin poder acceder más a los cielos, como hacía en los días de Job y durante siglos después. (Rev 12:7-12.) A partir de esta derrota, a Satanás solo le queda “un corto espacio de tiempo”, durante el cual guerrea contra “los restantes de la descendencia de ella, los cuales observan los mandamientos de Dios y tienen la obra de dar testimonio de Jesús”. En consonancia con sus esfuerzos por devorar a los que quedan de la descendencia de la mujer, se le llama el “dragón”, un engullidor o aplastador. (Rev 12:16, 17; compárese con Jer 51:34, donde Jeremías habla de Jerusalén y Judá, y dice: “Nabucodorosor el rey de Babilonia [...] me ha tragado como lo haría una culebra grande” [o: “un dragón”, nota].) En el relato anterior de su lucha contra la mujer y sus esfuerzos por devorar a su hijo varón, se le representa como “un dragón grande de color de fuego”. (Rev 12:3.)
El capítulo 20 de Revelación relata la acción de atar y abismar a Satanás por mil años a manos de un gran ángel —Jesucristo— que tiene la llave del abismo y es la “descendencia” que ha de magullar a Satanás en la cabeza. (Compárese con Rev 1:18; véase ABISMO.)
El esfuerzo final de Satanás culmina en una derrota permanente.
La profecía dice que será desatado por “un poco de tiempo” tan pronto como termine el Reino milenario de Cristo, y que conducirá a las personas rebeldes a otro ataque contra la soberanía de Dios; pero se le arroja, junto con sus demonios, al lago de fuego y azufre, es decir, la destrucción eterna. (Rev 20:1-3, 7-10; compárese con Mt 25:41; véase LAGO DE FUEGO.)
¿Qué significa ‘entregar a una persona a Satanás para la destrucción de la carne’?
Cuando el apóstol Pablo dio instrucciones a la congregación de Corinto en cuanto a la acción que se debía tomar con un miembro de la congregación que cometía la maldad de mantener relaciones incestuosas con la esposa de su padre, escribió: “Entreguen a tal hombre a Satanás para la destrucción de la carne”. (1Co 5:5.) Este era un mandato de expulsar al hombre de la congregación y cortar todo compañerismo con él. (1Co 5:13.) El que se le entregara a Satanás significaba que estaría fuera de la congregación, en el mundo del que Satanás es dios y gobernante. Este hombre era como un “poco de levadura” en “toda la masa”, es decir, “la carne” o elemento carnal dentro de la congregación; al expulsar a este hombre incestuoso, la congregación, que es de inclinación espiritual, destruiría “la carne” que había en ella. (1Co 5:6, 7.) De manera similar, Pablo entregó a Himeneo y Alejandro a Satanás, porque habían rechazado la fe y una buena conciencia y habían experimentado el naufragio de su fe. (1Ti 1:20.)
Parece que más tarde el hombre que había cometido el incesto en Corinto se arrepintió y se limpió de su maldad, lo que movió al apóstol Pablo a recomendar que le recibieran de nuevo en la congregación. Una razón por la que los exhortó a perdonar fue: “Para que no seamos alcanzados por Satanás, porque no estamos en ignorancia de sus designios”. (2Co 2:11.) En la primera ocasión Satanás había conseguido perjudicar a la congregación, y el apóstol la reprendió por su indulgencia, porque estaba ‘hinchada’ al permitir que el hombre inicuo continuase con su práctica sin tener en cuenta el oprobio que causaba. (1Co 5:2.) Pero, por otro lado, si entonces los corintios se iban al otro extremo y se negaban a perdonar al arrepentido, Satanás los alcanzaría por la otra dirección, es decir, podría aprovecharse de su dureza y de que no estaban dispuestos a perdonar. La Palabra de Dios ilumina a los cristianos para que se den cuenta de la existencia de Satanás, de su poder, de sus designios y propósitos y de su manera de obrar, de manera que puedan luchar contra este enemigo espiritual con las armas espirituales que Dios provee. (Ef 6:13-17.)