Capítulo VII: La Coalición contraataca
Los defensores de Munchen, sabedores de que no podían oponerse al furor de los franceses, resolvieron aun así valientemente dar batalla pero, para salvaguardar en lo posible las vidas y hogares de los civiles, se hicieron fuertes en las trincheras y terraplenes que avían preparada en anticipación del ataque todo en torno de la ciudad, sin querer hacer resistencia en las calles y casas, con lo que podrían haber prolongado la defensa. Solo el convencimiento de su derrota y la falta de ánimo, que no de valor, les impidió hacer de Munchen una Zaragoza, último esfuerzo del valor español, de cuya capitulación tras heroica defensa nos avían enterado nuestros carceleros seis meses antes.(1)
El asalto fue como sigue: de nuestras trincheras sale la vanguardia francesa a mediodía recibiendo un gran castigo del fuego de fusil que hacen los defensores. Con todo siguen avanzando y se hacen con la primera trinchera, de donde dan durante la tarde varias cargas a la bayoneta que son rechazadas con muchos muertos por ambos bandos, y los bávaros dan a su vez algunas contracargas que casi hacen retroceder a los franceses.
Viendo que se pasaba el día y no se hacía progreso en la operación, sino que aun peligraba la posición, el Mariscal Duque de Castiglione (Augereau) (2), que mandaba el asalto, ordena el avance de nuestra división, de la que el batallón español era vanguardia.
El fuego era ahora menos intenso, por hallarse empeñado el combate en las trincheras, adonde llegamos para ver un horroroso panorama de muertos y heridos, que si en ese momento hubieran contraatacado los bávaros hallaran bien poca resistencia, mas no estaban ellos en mejor figura. Con todo se batieron gallardamente, que debimos después de varias descargas, dar a la bayoneta sobre los últimos reductos, perdiendo varios de mis soldados. Ya se entraban los franceses por las calles de la ciudad, ávidos de botín, quando se rindió Munchen, salvándose muchas haciendas y vidas, aunque esto no evitó algunos saqueos, de que era amigo el Duque de Castiglione tanto como sus soldados.
El último reducto bávaro Todavía estaban los franceses celebrando su victoria cuando llegó noticia de que los enemigos del Emperador, resolviendo que no avía otro freno a su ansia de dominio sino ahogándola en sangre, ponían fin a la tregua. La primera fue Inglaterra, que incluso lanzó una audaz campaña en el corazón de la misma Francia entrándose por la Bretaña para dividir el exército francés, dando así lugar a que Austria y Rusia rompieran las hostilidades por el Oriente y, para consternación de Bonaparte, el mismo Rey de Nápoles, su yerno Murat, avía entrado en confidencias con los ingleses y ahora amenazaba el Imperio desde el sur.
Todas se sucedieron en un par de semanas Esto decidió al Duque de Castiglione a dar quanto antes fin a la rebelión de los estados del Rhin, tomando a Ratisbona, la última plaza de importancia que restaba en su poder, mientras el Emperador y el Mariscal Príncipe de Neuchatel (Berthier) hacían marcha forzada hacia Francia, donde el general Wellesley avía derrotado ya a las primeras fuerzas puestas en orden para oponérsele.
Había gran confusión y tráfico de regimientos y batallones que iban a una parte u otra, pero el nuestro quedó con el exército que avía de tomar Ratisbona, que bien recordaba Napoleón cómo nuestro general Marqués de la Romana
Marqués de la Romana avía tomado la heroica resolución de valerse de las fuerzas británicas para volver con su exército a España (3) dos años atrás y no quería darnos ocasión a los que quedábamos para repetir la evasión. Esto verificado, llegamos desde Munchen a Ratisbona (36 leguas) el 23 de agosto, y temeroso Augereau de que llegaran tropas austríacas a auxiliar a los defensores, despachó varios destacamentos a reconocer el campo y las poblaciones cercanas, de los que yo avía de mandar uno. Bonita ocasión para evadirme, si no me lo impidiera el pensamiento del batallón que quedaba atrás y que se me avía insinuado sufriría el castigo por cualquier traición de sus oficiales.
No hay signos de presencia enemiga No di en mi reconocimiento con indicios de enemigos, pero con todo quiso el Duque dar el asalto de inmediato, con lluvia fuerte, impropiamente fría para la estación, de la que pocos, y menos los españoles, tenían abrigos con que resguardarse.
Los bávaros, noticiosos de que podían esperar auxilio, avían recobrado algo el ánimo pero les faltaban las fuerzas, después de sufrir tantos descalabros y pérdidas. La mayor parte de la guarnición la hacían viejos y niños y de los soldados que se habían retirado allí, pocos avía que no arrastraban heridas, las municiones escaseaban. Hicieron valiente defensa de los terraplenes pero los arrollamos, donde murieron muchos de una y otra parte, acción en la que se distinguieron los españoles de mi batallón, y antes de finalizar el día 25, las águilas ondeaban sobre las trincheras y la ciudad se rendía. La Confederación pidió el armisticio al día siguiente, quedando en su práctica totalidad los estados del Rhin ocupados por Francia, desvanecida cualquier ficción de su autonomía.
No acabaron mis desvelos, pues al día siguiente, 27 de agosto, en que la lluvia dio paso a una niebla espesísima, llegó el temido socorro austríaco, tarde para salvar Ratisbona pero en fuerza para plantar batalla al exército. Augereau,
sin ver el enemigo a causa de la niebla, manda a mi división atacar a la bayoneta; tocan los tambores y trompetas y avanzan los hombres: la niebla nos impedía ver dónde íbamos. A los austríacos sucedería lo mismo, pero ellos disparaban con acierto y sin cesar a metralla; en términos que la fiesta fué bien breve y la mortandad bien crecida (4), pero en fin caímos sobre ellos y les dimos tan gran castigo que nos abandonaron el campo, completamente derrotados. De mis hombres más de 50 murieron aquel día terrible, y otros tantos heridos, quedando el batallón que nunca avía estado completo, tan deshecho que se resolvió pasase a retaguardia, donde se determinase la mejor forma de recomponerlo.
Yo, por mi parte, recibo una
orden del Príncipe de Neuchatel en donde mandaba que inmediatamente me proporcionaran medios para ir en posta a Francia. Me sorprendió al momento semejante novedad; recorrí mi memoria y yo no podía acordarme que hubiese hecho ni dicho cosa alguna en particular. Sin embargo, estaba incomodadísimo pues en estos lances la imaginación forma fantasmas de cosas que no merecen la pena. (5) Pero aun así, poco podía imaginar la insólita aventura en que avía de verme, quando dos semanas de frenética carrera me llevaron a Brest, donde el Príncipe de Neuchatel insistió en que me presentara en seguida ante él.
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(1) En el Itinerario, p. 14, Llanza cuenta cómo el Gobernador de su prisión les intentaba convencer continuamente de que juraran a José Bonaparte, diciéndoles que la resistencia en España estaba ya sofocada tras la caída de Zaragoza en febrero de 1809.
(2) Llanza casi siempre se refiere a los generales franceses por su título nobiliario, a veces especificando su nombre entre paréntesis. Siendo él mismo de familia noble, parece que le da importancia a los títulos, aunque la aristocracia imperial no fuera de sangre.
(3) Itinerario, p. 11.
(4) Itinerario, p. 34, sobre una acción por parte de la retaguardia del mariscal Ney, en la que estaba Llanza, el 18 de noviembre de 1812, durante la retirada francesa de Rusia. No tiene nada que ver con la batalla que tuve en el juego pero como no cogí imágenes, imaginemos que sí. Lástima porque ha sido la batalla más gorda y sangrienta que he tenido hasta el momento, por eso precisamente ni me acordé de pararme a tomar fotos. En realidad fueron dos batallas sucesivas, yo solo contra dos ejércitos austríacos, uno ligeramente superior (170 o así vs. mis 143) y justo después uno de 82 contra los 74 que me quedaban en pie. Entre las dos sufrí 54 muertos y 47 heridos. Menos mal que tenían poca caballería.
(5) Itinerario, p. 14, refiriéndose a la orden del Ministerio de la Guerra que le mandó ir de su prisión a París en 1809, justo donde empezaba nuestra historia.