- Prólogo:
- PrólogoHacía ya aproximadamente diez años que Edward Campbell había abandonado sus tranquilos aposentos en la lejana tierra de Inglaterra en las Islas Britanicas. Edward, aun relativamente joven a menudo tenía pensamientos difusos acerca de su vida y el paradero de la misma pues, desde ya hace mucho que se había visto obligado a huir constantemente hacia adelante sin mirar hacia atrás, en muchos casos no solía hacerlo aun teniendo en cuenta que era necesario para tomar impulso hacia su progresivo camino.
Edward creía tener descendencia directa de los griegos en el lejano Oriente en las tierras cercanas al Mar de Mármara, en el Imperio Bizantino. Aunque sólo tenía como prueba aquellos viejos relatos de un familiar –probablemente tío, ó quizás abuelo- nostálgico de muy avejentada edad que le hablaba en griego acerca de sus hazañas en el Imperio Bizantino en defensa de los Cruzados y batallas contra los turcos. Como también de su familia en la gran Constantinopla.
El padre de Edward, noble de aquella tierra inglesa murió cuando él todavía era un adolescente ajeno a las constantes obligaciones de un personaje de alta alcurnia y el manejo correcto de las constantes variaciones económicas de un noble Inglés que, para ese entonces, la vida le salía cara aclamando una gran eficiencia a la hora de saldar cuentas.
La gran herencia que le dejó su padre al aún joven Inglés no era suficiente para no acrecentar las constantes deudas de una vida sólo comparable con los reyes más ricos y despreocupados por sus vidas se daría a continuación por fugaces momentos, aprendiendo poco a poco a socializarse en distintos grupos sin importar su clase o nivel en la estructura social, sin saber que se vería obligado dentro de poco a exprimir al máximo las capacidades recolectadas a lo largo de su vacía vida.
Poco a poco se fue endeudando a medida que recorría el lucero de las ciudades más aclamadas en Britania pretendiendo de incierto modo olvidar el dolor que le causó la muerte de su padre sin mirar el futuro que le vendría en sus cada vez más pequeñas manos para sostenerlo de una forma honesta a medida que derrochaba su menguada bolsa. Quizás fue así, o más tarde que se dio cuenta de la necesidad o lo que él así consideró de opacar su rostro en las sombras de las continuas visitas a las ciudades de Europa, endeudándose cada vez más sin un motivo alguno temiendo encontrarse con una cara conocida o un frío acero a sueldo en una oscura esquina, sin dejar atrás la posibilidad de mujeres despechadas o maridos enfurecidos.
- Capítulo I:
- Capítulo I – Un Nuevo AmanecerEra una mañana de verano a escasa luz bordeando las espesas nubes muestra equívoca de aquella relativamente fría temporada. Edward, recién despertado en una taberna poco relevante de la gran ciudad de Roma tardó en incorporarse debido a la mala noche en las aspera seda desgastada que cubría la paja seca y resonante que parecía ser lo único que lo mantenía relativamente cómodo, o al menos lejos de la fría madera qué, al momento de posar sus pies sobre la misma ésta emanó un helado aire de confianza que recorrió desde sus pies hasta su cabeza, permitiéndole escrutar su próximo movimiento en aquellas tierras llenas de incógnitas y la impresión de ser un pozo profundo de riquezas debido a la magnificencia de la ciudad que contrastaba casi totalmente con aquel inmundo lugar donde estaba, quizás decidió estar allí haciéndole posible evitar llamar la atención, o también por la falta de dinero para una sustentación.
Al momento de bajar a la taberna se encontró con un pintoresco personaje que parecía estar de paso en la taberna como prólogo a su ardua travesía a través del mediterraneo. Edward aún desconocido de la situación se le acercó instintivamente hacia aquel desconocido para informarse mejor sobre como llegar al puerto de la ciudad.
-Buenos días honorable señor –Dijo Edward con una amplia sonrisa en su boca- Disculpadme usted si le interrumpo pero… Quisiera saber un camino más próximo al puerto de esta aparente metrópolis.
-¿Al puerto?, ¡pero si ahora mismo yo me dirigía hacia allá!, -Dijo eufórico y sonriente- Estoy comandando una partida de guerreros que irán hacia Oriente a las lejanas tierras de Constantinopla que con antaño ha sido la magnificencia de variedad cultural. Creemos que podemos encontrar fortuna allí
Edward, extaseado viendo como tenía una oportunidad a la palma de su mano no vaciló en aprovecharla, fueron casi instintivas sus palabras.
-¿Constantinopla? –Dijo Edward viendo al suelo, cerrando sus manos convirtiéndolas en puños-, Disculpadme si no me he presentado, me llamo Edward Campbell, vengo de las lejanas tierras de Gran Bretaña y, aunque usted no lo quiera creer, soy descendiente de griegos que con antaño poblaron aquella magnífica ciudad antes que los cruzados la saquearan y la dejaran a la interperie. Quizás por ello puedo contemplar lujos en esta ciudad que se diferencian sus magníficas construcciones, aparentando un toque griego, más de Oriente. –Dijo mientras bajaba la voz, casi susurrando-
-Me llamo Pietro Spadafora, un gusto –Lo dijo manteniéndose quieto, parado en frente de él con una lijera sonrisa- Y preferiría acordar esos temas en un sitio privado, preferiblemente en un barco.
Pietro escrutaba en la dudosa mirada del joven inglés intentando penetrar en sus ojos aún manteniéndose desconfiado con tales comentarios salidos de su boca. Lo que contrastaba con su idea de llevarle a bordo de la nave considerando qué, al ser descendiente griego tendría conocimiento de su cultura e idioma, poniendo en duda como había llegado un griego a las islas británicas.
-He de preguntarle a usted, ¿es una invitación lo que inducen esas palabras? –Dijo con una amplia sonrisa-
-Sí mi estimado señor, es un golpe de suerte encontrarnos a tal caballero en estos lares, lo cual resulta verdaderamente extraño. Pero ya habrá tiempo para hablar sobre ello. Esperemos que no nos ataquen los piratas –dijo con una risa burlona-
- Capítulo II:
- Capítulo II - Preparativos
Los primeros rayos del Sol iluminaban precariamente el complejo puerto a afueras de la gran ciudad de Roma, asomándose casi con timidez detrás del extenso horizonte marino. Era lo que prometía comenzar con una extraña combinación de calidez con los últimos rastros de los fríos vientos decembrinos, lo cual era muy común a principios de año en las tierras europeas, a pesar de que la estación de turno no aclamaba la abundante nieve de diciembre, que en muchos casos resultaba molesta debido a la dificultad de tener siempre alimentos en la mesa cuando se era necesario, como también una alta moral en las tropas que marchaban en las fronteras del reino para proteger sus tierras y sus familias de ataques furtivos de bandidos o, en su defecto, de partidas de guerra enemigas dispuestas a arrasar todo a su paso y dándose al saqueo en busca de bienes, dinero y mujeres, hecho muy común en aquellos tiempos donde pocos morían en la comodidad de su cama y donde ninguna paz era duradera y ninguna guerra acababa por completo con aquellos reinos aferrados a su independencia, haciendo algunas veces hasta lo imposible por mantenerse en pie.
Edward no parecía disgustado ni mucho menos incómodo mientras se aproximaba al puerto junto a su nuevo compañero y capitán Pietro, a la vez que observaba a centenares de soldados, llegando en grupo y en ocasiones de uno a uno hacia los dos buques de transporte que se yacían anclados, lo cual tambaleaba ligeramente la tranquilidad que esa mañana de Enero del año 1329 emanaba. Pietro, con el cual Edward charlaba amigablemente pese a su no muy avanzado italiano, debido a que paulatinamente lo fue aprendiendo a medida que se adentraba en tierras de aquella península, llena de ricas ciudades en la cual no le fue difícil encontrar ricos banqueros y prestamistas y así seguirse endeudando con cada vez más personas bajo difusas promesas de pronto saldarlas, consiguiendo fugaces momentos de lujo y comodidad. Pero como era de esperarse, días posteriores a ello era imprescindible buscar algún sitio donde dormir a cambio de algunas pocas monedas o de vacías palabras con la única finalidad de ganarse la simpatía de quién le permitiría pasar una noche más bajo, al menos, condiciones relativamente aceptables. También era ya su costumbre pasar noches enteras en depósitos de granos o corrales de caballos, burlando a los dueños o guardias contratados por los mismos en caso de escurridizos ladrones o de necesitadas personas ajenas a la ley. Todo esto llevó a Edward a endurecerse ante las fuertes condiciones ambientales, como si esos obstáculos fueran un viejo compañero más de sus aventuras.
-Aquí es, chico. Contempla lo que nos llevará a las lejanas tierras de Oriente -Dijo Pietro, mientras observaba uno de los dos barcos de transporte con sus brazos abiertos, como si de una prologa a un gran y cálido abrazo se tratase-
Edward le llamó mucho la atención el hecho de que en ambos barcos estaba ausente el equipamiento necesario para defenderse como es debido en caso de ataques de quienquiera que vea provechoso asaltarlos. Inmediatamente se dió cuenta que eran barcos destinados al transporte, pues se podía notar a simple vista su gran espacio para llevar personas o bienes en abundancia. Sin embargo, Edward decidió guardase aquella inquietud para sí, y desvió la mirada hacia lo alto del barco, donde claramente pudo observar algo parecido a un estandarte, con la particular diferencia que estaba totalmente en blanco sin identificación alguna.
-Eh, capitán Pietro, disculpadme vos si la pregunta es algo inoportuna, pero me ha llamado la atención el hecho de que vuestro barco no porte un estandarte, y, en lugar de ello, muestre ondeando una bandera en blanco –Señaló con el dedo la bandera-
Pietro miró a Edward por un fugaz momento, para luego seguir con su mirada donde Edward señalaba
-Buena pregunta, muchacho. Personalmente me las he arreglado, y luego encargado de reunir un poco más de medio millar de soldados mercenarios. La mayoría en busca de fama y fortuna, otros, por la inconformidad que sus superiores al mando les atribuía, o simplemente guerreros veteranos en busca de aventuras, debido a sus últimos años que, como mucho, han sido monótonos. Por lo cual ni los soldados ni yo estamos anclados a algún estandarte. Se podría decir que solo somos mercenarios.
-Oh, entiendo –Dijo Edward, a la vez que levantaba ambas cejas, como muestra de asombro- Pero en ese caso estaremos en el mar sin bandera que nos identifique o pueblo que nos pueda auxiliar, ¿verdad?
-Estás en lo correcto, muchacho –dijo mientras se giraba hacia él- Sin embargo, no debes preocuparte. Sí te puedo afirmar que el mar mediterráneo son lares peligrosos para improvisados viajeros o para navíos poco equipados. Y también he de agregar que los reinos mediterráneos tienen ya sus propios problemas matándose unos a otros, por lo cual no les conviene atacar a un barco de dudosa procedencia pues, como todos sabemos, la misma razón por la cual se causa una pelea entre dos vecinos malhumorados, es la causa de una guerra entre reyes. Dicho esto, a nadie le agrada tener una guerra en distintos frentes, y más aún cuando no conoces a tu enemigo. –Dijo con un aire de confianza-
Edward asentía a cada palabra que oía salir de la boca de Pietro, las cuales no desvanecían del todo sus inquietudes e inseguridades, pensando que en el peor momento un joven y ambicioso capitán en sus días de soberbia pudiera atacarlo con todo lo que tenía, con las únicas intenciones de saquear, para luego darse fama con aquella tragedia. Sin embargo, Edward optó por ocultar sus miedos, respondiendo vagamente a Pietro.
-Oh, sí, ya que lo dices de esa manera, comprendo a la perfección, amigo mío –Dijo con una amplia sonrisa, exhalando una gran seguridad, contrastando con su idea de salir corriendo del sitio en cuestión-.
Edward era joven, probablemente de signo astral Libra. Su edad junto con la inexperiencia en algunos campos de la vida no impedía un buen desenvolvimiento en distintos ambientes sociales, ya que se vio obligado desde adolescente a desarrollar su labia cada vez mejor.
-¿Lo ves, chico?, ¡No hay de qué preocuparse! –Sonrió Pietro-. Estaremos en Oriente en menos de lo que lo que un inquisidor quema a un hereje.
Edward soltó una carcajada.
-Bueno, Edward. He de decirte que aproximadamente en una hora o un poco más estaremos zarpando, cuando ya todos se hayan incorporado y el sueño en la tripulación haya desaparecido. Ya sabes, no queremos inconvenientes, y menos iniciando la travesía. Así que mientras, por favor, dime, ¿hay algún otro motivo por el cual hayas querido zarpar con nosotros a tan lejanas tierras, aparte de conocer a tu ascendencia?.
Edward vaciló por un momento, como si buscase las palabras correctas para decir.
-En realidad, no. Mi sueño desde hace tiempo conocer aquellas aparentemente fantásticas tierras de las que me hablaban de pequeño en ese extraño idioma del Imperio Bizantino, el cual lo pude aprender a la perfección gracias a ello.
-Oh, perfecto, ¿hablas griego?
-¡Por supuesto, compañero!, no dudes en que podrás solicitar mi ayuda si no comprendes o no sabes lo que debes decir en aquellas tierras.
-Eso sería estupendo. Me haces recordar que hasta ahora no me ha preocupado aprender otros idiomas, pues mi oficio está en la guerra y siempre se encuentra un intérprete mientras viajas, o en la corte del señor al cual comandarás sus tropas en defensa, o bien sea en ataque.
Edward solamente asintió con una sonrisa, para luego desviar su mirada hacia el horizonte, donde el sol estaba cada vez más vivido.
- Capítulo III:
- Capítulo III – Conociendo nuevas caras
Ell Sol ya había dejado ver complemente su figura, como mostrándole a todos su hegemonía sobre lo que pretendía esconderse de él, opacando la oscuridad bajo su omnipresente dedo. Se observaba el puerto en su estado de ebullición, con personas caminando hacia diversos sitios. Algunos eran mercantes, otros pequeños pesqueros que salían a lo que sería con mucha probabilidad un provechoso día. Ya los integrantes del contingente del barco estaban removiendo las anclas y alzando la vela de cada navío, listos para zarpa en aguas que, a pesar de ser un mar conocido por los navegantes, era un sitio que guardaba peligros en sí, los cuales no se podía saber de dónde vendrían o cuando harían su entrada furtiva.
Cada uno de los dos barcos portaba un castillo en su popa, emulando los barcos de guerra convencionales para aquella época, usados normalmente como defensa en caso de abordajes y posteriores ataques. En ella se encontraba Edward, en el mismo barco en el cual zarparía también Pietro Spadafora, el cual se encargaría de cada una de las necesidades de los soldados mercenarios que se encontraban en su navío, cumpliendo su deber también como capitán mercenario.
Se podría decir que casi cualquier cosa que podía pensar Pietro estaba relacionada con la guerra y estrategias para la misma. Números de tropas, formaciones, el correcto suministro de víveres a los soldados, la importancia de tener una alta moral en el ejército en todo momento, temas de los cuales Edward prefería saltar, pues nunca había estado en una guerra de verdad, solo en peleas callejeras para defenderse de escurridizos ladrones o asesinos contratados por personas a quién aún debía dinero, situaciones en las cuales siempre salía huyendo luego de haber propinado un buen golpe a su contrincante lo suficientemente fuerte para aturdirlo o dejarlo inconsciente.
Edward estaba apoyado en una de las almenas de la torre de popa, mientras sentía la cálida brisa marítima a medida que el barco avanzaba, con un Sol que aún era inofensivo para causar mella en quienquiera que se postrase en frente de él. Él prefería pasar por alto las aparentemente arduas labores que cada uno de los tripulantes del navío realizaban, los mismos que se movían de un lado a otro. Algunos manipulando la gran y extensa vela del barco que tenía forma de cuadrado, que tenía un brillante color blanco al impactar la luz del Sol junto a ella.
Fue en ese momento cuando un joven de aproximadamente veinte y cinco o veinte y seis años se aproximó hacia él.
Francesco Branchina portaba un cabello castaño claro que le caía por debajo de sus orejas, de tez pálida y con sus ojos castaño claro, los cuales bajo la luz del Sol solían verse de color miel. Podía notarse claramente que su cuerpo estaba ya acostumbrado a las consecuencias que las numerosas campañas de guerra sugerían en tiempos de conflicto. Tenía ambos brazos definidos debido al uso de la espada y escudo, como también piernas endurecidas debido a las constantes marchas que muchas veces se hacían eternas.
-Eh, chico, ¿acaso te han dado tan mala noticia hace unas horas que no te has movido de esa almena? –Dijo con un tono divertido- -¡Oh!, o quizás, apostaría que ya estás pensando en las apuestas griegas que nos esperan-.
Era común observar siempre alegre a Francesco, pues amaba su oficio y odiaba estar atado a un pedazo de tierra sin poder explorar más allá, aun cuando la muerte siempre podía estar esperando en cada esquina.
Edward sonrió ante aquellas frases en un perfecto acento véneto, a pesar de que era perfectamente posible que se tratara de una ofensa, pues desconocía el carácter de aquel muchacho.
-O quizás pudiera ser que entre tanto hombre y tantos días a la mar uno podría preferir deprimirse, antes que comenzar a desviar sus ojos a otras cuestiones.
Ambos soltaron una carcajada
-Tienes razón, me llamo Francesco, por cierto. Que mala educación la mía. Te vi con la mirada perdida hacia un sitio que ni yo podía identificar y decidí seguir lo que dictaba mi curiosidad.
-Me llamo Edward, un placer –Estiró la mano a la espera de que su contertulio la estrechara-. Y no es nada, compañero. Solo pensaba en que podría estar toda la vida así, con esta serenidad, sin el miedo de la acechante muerte en cada rincón del mundo.
-¿Me hablas en serio? –Exclamó- Prefiero ir explorando el mundo y repartiendo golpes a quienes se lo merezcan a esperar durante años la muerte mientras estoy sentado junto a una ventana, sin nada interesante por vivir.
Edward sonrió.
-En ese caso tienes razón, pero ya he perdido la cuenta de las veces que esos malditos ladrones salen desde donde menos lo esperas dispuestos a quitarte hasta la vida en la mitad de la noche por allá donde no hay murallas que te acojan o guardias que vigilen.
-Bah, solo es un paseo más. Quizás te pueda enseñar luego algunas técnicas para dejar fácilmente tirados en el piso a tus enemigos. Claro, eso cuando sepa que no las usarás contra mí.
-Oh, ¿cómo podéis decir tales afirmaciones? Ya os daréis cuenta del pan de dios que puedo ser.
-Claro, quizás podamos llevárnosla bien. Aquí todos están atentos solo a lo que llaman sus asuntos, ya sabes, uno se aburre al no tener alguien con quien hablar. Por cierto, ¿qué tan buena es tu espada?, nunca sabes cuándo puedes necesitarla.
Francesco se refería a la espada de un poco menos de 70cm que portaba Edward en su pierna derecha, envainada en una funda de cuero.
-Pues… -Giró la vista hacia donde se encontraba su espada- No lo sé, se la había comprado a un herrero local en Francia hace varios años.
-¿Varios años, dices? Las armas suelen desgastarse. Ven, conozco a alguien que además de ser bueno en el arte de blandir, también lo es en la herrería.
-Nunca está de más conocer nuevas personas, supongo –repuso Edward-
Erik Bach estaba charlando amigablemente con un grupo de hombres a su alrededor, soltando en algunas ocasiones risas y expresiones faciales, como tratando de describir con más facilidad lo que hablaban. Se oía hablar acerca de aventuras con alguna que otra mujer en las bellas ciudades italianas, o de hazañas echas en las fronteras del reino donde las batallas aclamaban la presencia de aquellos guerreros por oficio.
-¡Erik, amigo!, ¡mira a quien me encontré por ahí!
Erik se dio media vuelta, observando como Francesco conjuntamente con Edward que le seguía se acercaban hacia él
-¡Eh, Fran, ¿cómo te va?! Al parecer tienes un nuevo compañero, el muchacho nuevo que se nos apareció por casualidad allá en Roma. Un placer, muchacho, me llamo Erik Bach, ¿y el vuestro?
Erik mostraba ser un corpulento hombre rubio, parecido a los relatos que a veces se oían acerca de la temible Guardia Varega a servicio del emperador bizantino. Sus enormes brazos exigían el respeto de quien quiera que se atreviera a plantarle cara o discutir con él. Algunos decían que venía de las lejanas tierras de Escandinavia, y sus ojos azules suegerían que venía de alguna parte del norte de Europa, aunque otros creían que era alemán, debido a la forma en que pronunciaba la letra R.
-Me podéis llamar como Edward, querido compañero. Un gusto en conocerlo, pues he de pensar que por aquí es mejor ser alguien amigable pues, de qué nos valemos si no es de nuestras palabras para mantenernos unidos como ejército.
Los hombres alrededor asintieron al escucharlo, los cuales eran cuatro con exactitud, excluyendo a Erik.
-Muy acertado, amigo mío. Quizás nos la podamos llevar muy bien, si así es que piensas. Pero recuerda, quienes no me agradan no suele masticar con sus dientes completos.
Edward solo asintió y sonrió, pues no conocía demasiado bien a aquel fornido hombre rubio para saber qué le agradaría escuchar en ese momento.
-Bueno chicos, ya veo que se la llevarán bien. Erik, quisiera que revisaras la espada que porta Edward en su funda. No queremos que en algún desprevenido momento una falla en su arma le tome por sorpresa, y también quisiera enseñarle algunas cosas al muchacho. Edward, muéstranos lo que tienes.
Edward desenvainó lentamente su arma de su funda, seguidamente, la estiró con su diestra hacia el herrero, Erik.
-Si me lo permites…
Erik cogió la espada con su diestra y se llevó la hoja a la altura de sus ojos, colocándola a una distancia considerable para poder echarle un rápido vistazo. Esto formó algunos segundos de silencio
Luego de un momento, soltó algunas palabras.
-Es de buena calidad, muchacho. Parece que no escatimaron materiales al momento de forjarla, parece costosa.
-Bueno, en realidad…
-Sí, lo sé, probablemente la conseguiste por ahí tirada en algún campo de batalla en las manos de algún desgraciado que no le sirvió toda su fortuna para sobrevivir, o quizás algún desesperado por dinero te la vendió a algún bajo precio. O también, que tu padre haya sido alguien con mucho dinero, como tú también lo puedes ser. Bueno, no es lo importante. Está desgastada aunque conserva parte de su filo, y tiene algunos dobleces que podrían afectar su durabilidad, aunque nada que yo no pueda arreglar. Sin embargo, tendremos que esperar a llegar a tierra, pues aquí no tengo los materiales necesarios y aún si los tuviera nos mandaría a todos al fondo del mar si les diera algún uso.
Un hombre de contextura ectoforma que estaba cerca de ellos escuchándolos, aun cuando los demás individuos ya se habían ido y así continuar sus conversaciones a otro lugar decidió interrumpirlos. Se trataba del ingeniero Alessandro Rossi, quién era algo más tranquilo y sosegado que sus contertulios, prefiriendo un sereno intercambio de palabras a un griterío o un intercambio exagerado de risas muy estimuladas. Tenía ojos marrones oscuros al igual que su cabello, aunque de un tono más claro, como si de una particular combinación se tratase.
-Disculpenme, chicos, pero...
-¡Aless, amigo!, ya era hora de que soltaras alguna palabra, dinos, ¿qué tienes para contarnos? Dijo Francesco.
-He de tener la necesidad de presentarme, a pesar de que ya dos de ustedes me han de conocer. -Soy Alessandro Rossi, vos debéis ser Edward, por lo que he oído hace unos minutos. Bienvenido a bordo, camarada.
-Gracias, compañero. Siempre es un gusto conocer nuevas personas.
-Sí, por supuesto. Ahora el problema es este: Me inquieta el hecho de que ese barco venga directo hacia nosotros con una vela desgastada, como si no se le hubiera echo mantenimiento en años, o como si ha salido de una batalla reciente.
Alessandro Rossi se refería a una nave que estaba demasiado lejos como para observarla e identificar al instante todas sus características, pero lo suficientemente cerca como para darse cuenta que no era una nave convencional, y no era un navío que un capitán como también sus tripulantes navegarían en su sano juicio en aguas desconocidas.
-Tranquilo, hermano de distinta tierra. Solo es un barco más que surca por los mares del mediterráneo, no es nada. –Dijo Erik, mientras le daba, a su parecer, una suave palmada en la espalda, la cual sacudió a Alessandro-
Alessandro tosió, para luego colocarse en forma totalmente erguida de nuevo.
-Ehm, sí, claro, quizás pueda ser eso. Aunque me parece extraño, pocas veces vemos naves así intentando hacer mucha cercanía con otros barcos, sería algo arriesgado, ¿no lo crees? Además, y Dios me proteja de volverme paranoico pero eso me parece una… Una nave corsaria.
Alessandro se notaba nervioso, y tanto Francesco como Erik soltaron una carcajada. Mientras, Edward había girado su vista hacia donde estaba el barco acercándose, tratando de identificarlo.
A medida que el barco se acercaba de una manera tan rápida como podía, su imagen se hacía cada vez más notable. Se podía observar un gran velero blanco con rayas verticales rojas en el centro del barco. No contaba con cámara interior pues emulaba a los navíos vikingos que estaban echos ergonómicamente para desplazarse a la mayor velocidad que sus velas le pudieran imprimir. Se podían percibir hombres con cascos orientales corriendo de prisa a coger su equipamiento, mientras otros manipulaban el mástil donde se encontraba la vela.
-Espera… Mierda, ¿por qué están tan agitados? ¿Qué no deberían estar tranquilos al saber que no somos una amenaza? Dijo Edward en voz alta.
De pronto, todos se dieron cuenta de lo que en verdad sucedía.
Última edición por Antoni60 el Lun Feb 03, 2014 6:19 pm, editado 12 veces