PROLOGO
El que vino desde el otro lado del mar.
La pequeña galera se escurrió en completo silencio, saliendo del puerto y encarando el mar abierto. Con la oscuridad de la noche la pequeña embarcación salió sin ser vista por los vigías, cargada con medio centenar de almas, en busca de escapar de la tiranía de su hogar y llegar al otro lado del mar, a la libertad. Donde los antiguos cuentos y leyendas dicen que esta Calradia, el continente legendario.
Con la esperanza como bandera, la embarcación surco el mar, siempre al oeste, siguiendo las estrellas. Los días pasaron, dando paso a semanas y estas dieron pasos a meses. La comida y el agua se terminaron.
Los niños y ancianos murieron primero, sin poder comer ni beber. Los adultos cayeron después, uno tras otro. Al final solo los más fuertes y resistentes aguantaban. Sin embargo, el destino tuvo una última prueba para ellos: una furiosa tormenta.
Intentaron capear la tormenta, pero sin fuerzas, la embarcación finalmente volcó. Solo uno se salvó de morir ahogado. La marea le dejó en una playa cercana, allí, seguro de su muerte, perdió la conciencia.
El hombre despertó varios días después. Estaba tumbado en una cama, sintió un ligero dolor en el costado, que tenía vendado. La habitación en la que estaba era austera. No recordaba nada desde que el viento y el fuerte oleaje le habían empujado fuera de la borda y se preparó para morir. Sin embargo, estaba a salvo. Un gran número de preguntas le asaltaron: ¿Donde estaba?¿Quién le había salvado?
Sus pensamientos se interrumpieron cuando la puerta se abrió y una niña entró, la tez de la niña era oscura. La jovencita abrió los ojos como platos y dejó caer el pequeño cazo que llevaba en las manos.
—¡Abuelo! —Gritó la niña—¡Abuelo!¡Ha despertado!
La niña salió de la habitación corriendo, mientras seguía llamando a su abuelo a gritos. El hombre se incorporó en la cama y sintió como la cabeza le iba a explotar. Soltó un bufido y se dejó caer. Le sorprendía haber entendido a la niña.
—Tranquilo, muchacho, tranquilo.
El hombre miró a la persona que había entrado en la habitación. Un anciano, de tez oscura como la niña y ropas simples y desgastadas.
—Es una suerte que estés vivo. Pensaba que no lo ibas a conseguir, pero eres fuerte. Resistente.
—¿Tú me has salvado? —Preguntó el hombre.
—Si y no. Me he encargado de vendar tus heridas y darte un lugar donde dormir. Te he administrado medicinas y he rezado para que te recuperases. Pero fue otro vecino el que te encontró en la playa y te trajo hasta mí. Soy Hur, por cierto, el jefe de la aldea.
—Muchas gracias, Hur. Yo me llamo Aqueo.
—¿Como acabaste en la playa? Hay que estar muy loco o muy desesperado para hacerse a la mar con esa tormenta.
—La tormenta nos sorprendió después de una larga travesía. Pensaba que no iba a contarlo, con tormenta o sin ella.
—¿De donde vienes?¿Del las nevadas tierras de Sturgia?¿De los bosques de Battania?
—No, no. Vengo desde el otro del mar. Esos nombres no me suenan de nada. Vengo del Imperio de Nelkazar. No se si has oído hablar de él.
El anciano negó con la cabeza.
—El único imperio que conozco es el de Calradia, aunque ahora esta dividido en tres partes y están en guerra entre ellas. Y no, no estamos allí. Estamos más al sur, en el Sultanato Aserai. Y esta es la aldea de Tubilis, esta aldea y sus alrededores responden ante el Sultan Unquid y su clan.
—¿Sultán? —Inquirió Aqueo.
—Como Rey o Emperador.
Aqueo asintió y después hizo una mueca de dolor. El costado le dolía horrores.
—Tomate esto y descansa, todavía no estas recuperado del todo y es posible que te vuelva la fiebre que has tenido.
Hur le tendió un pequeño cazo y el herido bebió el contenido, que sabía amargo, pero era reconfortante. Aqueo cerró los ojos y al poco se durmió.
Unos gritos le despertaron de su sueño. Los inconfundibles sonidos de una batalla llegaron hasta él. Aqueo se levantó y, tambaleando llegó hasta la puerta, que abrió con cuidado. Ante el había un pequeño pasillo que daba a una pequeña salita donde había una mesa y unos cojines. Allí estaba la pequeña niña, que gritaba asustada y un hombre que la sujetaba por el cuello.
Aqueo se acercó lentamente y cogió un cuchillo que había en el suelo. Antes de que el hombre se diese cuenta, Aqueo se abalanzó sobre el, clavando el cuchillo en el cuello mientras con la otra mano le tapaba la boca. El hombre murió en segundos. La niña le miró horrorizada y pálida.
Aqueo hizo el gesto de silencio con un dedo y se asomó por la ventana. Fuera había una batalla: un grupo de personas, probablemente bandidos, estaban atacando la aldea. Los pocos campesinos que había intentaban plantar cara, pero estaban siendo derrotados y asesinados uno a uno.
Aqueo registró rápidamente la casa y cogió un arpon y una red de pesca que había en un cuarto y deslizandose con cuidado, salió de la casa sin ser visto, seguido por la niña. Doblaron la esquina y se encontraron de frente a otro bandido, pero Aqueo, con más reflejos, le clavó el arpón en la garganta.
Siguieron avanzando y entraron en otra casa. Allí dentro Aqueo se encontró una imagen despreciable: un bandido estaba encima de una mujer que lloraba, forzándola. Aqueo atacó al bandido y ayudó a la mujer a incorporarse. Entre lagrimas le dió las gracias.
—Cuida de la niña —Dijo Aqueo—Voy a ver si puedo salvar a alguien más. Escondete en…
No pudo terminar. La puerta se abrió y un bandido, probablemente en busca del que Aqueo acababa de matar, entró en la casa. Al ver a su compañero muerto lanzó un grito y se lanzó contra Aqueo blandiendo un pequeño machete de caza.
Aqueo saltó hacia atrás esquivando el primer golpe y lanzo la red sobre el bandido, quien no acertó a apartarse y se encontró rodeado por la red. Antes de poder desembarazarse de ella, Aqueo le clavo el arpón en el estomago.
Aqueo se acercó a la ventana y vió como los bandidos se marchaban. Para su desgracia vió como se llevaban varios prisioneros, entre ellos a Hur. Aqueo, la niña y la mujer salieron de la casa y fueron a la plaza. Donde se habían congregado ya los pocos supervivientes que quedaban.
—Quieren un rescate —Dijo uno de los supervivientes—Si no tienen 3000 denares antes de una semana los mataran.
—¿Tenéis el dinero? —Preguntó Aqueo.
Los habitantes del pueblo negaron con la cabeza, apesadumbrados.
—¿Y pedírselo al Sultan?
—Imposible. Cuando no necesita el dinero para sus guerras se lo gasta en sus banquetes. No dará ni un solo denar para salvar a unos campesinos como nosotros.
—Entonces tendremos que hacer algo nosotros. Hur me salvó la vida, debo pagar la deuda.
—¿Que pretendes que hagamos?¿Que les ataquemos? Ya has visto lo que ha pasado, nos han pasado por encima.
—Si les atacamos de noche, cuando estén con la guardia baja, podremos encargarnos de ellos. Pero os necesito, no puedo hacerlo solo.
La gente dudaba, eran pocos, cansados y con la moral por los suelos.
—Si no hacéis algo seguirán volviendo. Que aprendan que en Tubilis no tienen nada que ganar y todo que perder.
Aqueo siguió arengando a los vecinos hasta que cuatro de ellos aceptaron seguirle. “Mejor morir luchando que esperar como si fuesemos cerdos en el matadero” dijeron.
Desempolvaron viejas lanzas y endebles escudos y, con Aqueo a la cabeza, salieron de la aldea. Aqueo, que había sido cazador en su tierra natal, no tardó en encontrar el rastro de los bandidos. En las dunas del desierto era fácil distinguir los pasos.
Siguieron el rastro con paciencia durante unas horas, les llevó al pie de las montañas. Donde las dunas dieron paso a las faldas pedregosas de las montañas pero Aqueo no perdió el rastro y, cuando caía la noche, encontraron el refugio de los bandidos: unas cuevas en las montañas.
—Descansad —Dijo Aqueo—Reponed fuerzas y mentalizaros. Sera una noche larga.
Descansaron durante una hora. Aqueo aprovechó para adelantarse y otear el escondrijo bandido. Dicho escondrijo eran tres cuevas, probablemente con varias ramificaciones, entre las distintas entradas había una pequeña explanada con varias cajas, esteras y una hoguera, dos bandidos montaban guardia al lado de la hoguera. Aqueo volvió con sus nuevos compañeros.
—Hay dos guardias fuera. El resto estarán dentro de las cuevas, donde estarán también los prisioneros y el botín que esos indeseables han reunido con sus fechorías. Lo primero es deshacernos de esos guardias, aprovechando la oscuridad podremos acercarnos bastante, luego con cuidado tomamos su espalda y les matamos en silencio y con rapidez. Después, todos juntos, despejamos las cuevas una por una. Con suerte les pillamos durmiendo o borrachos y será rápido.
Los cinco se pusieron en marcha, arrastrándose con cuidado avanzaron por la explanada hasta la primera fila de cajas. Las voces de los guardias les llegaban, estaban relajados y un poco borrachos.
Aqueo avanzó el primero, seguido por el más joven de sus acompañantes. Con cuidado rodearon la hoguera y se pusieron detrás de los guardias, que seguían sentados mirando la hoguera. Aqueo miró a su compañero y le tendió el cuchillo y se señalo el cuello y luego señalo al guardia de la izquierda, el joven asintió y ambos avanzaron lentamente, de cuclillas.
Cuando estaban solo a un metro Aqueo se levantó y de una zancada termino de cubrir el terreno y cortó el cuello a uno de los guardias, a su izquierda, el joven había hecho lo propio con el otro. El resto de acompañantes se acercaron.
—Ocultad los cadáveres en las cajas.
Unos minutos más tarde los cinco entraron en la primera cueva, cuatro bandidos dormían a pierna suelta. No tuvieron piedad: no llegaron ni a despertarse. En la segunda cueva habia cinco bandidos, tres dormían y dos estaban tan borrachos que no los vieron venir. Todos murieron rápidamente. En la tercera había otros tres bandidos, que rápidamente mataron. Allí además encontraron a los prisioneros. Tanto de Tubilis como de otras aldeas. Entre ellos encontró a Hur, quien estaba herido, pero entero.
—¿Que hacéis aquí? —Preguntó el anciano con gran emoción.
—Salvaros —Respondió Aqueo—Tengo una deuda que salvar.
Cortaron las sogas que maniataban a los prisioneros y salieron de la cueva. Allí se dieron de bruces con un grupo de bandidos que volvían de fuera. Estaban cansados y tardaron en reaccionar. El tiempo justo para que Aqueo atacase al primero, que resulto ser su lider y lo matase.
Hur y los demás atacaron al resto de bandidos, que sorprendidos y con la muerte súbita de su líder, no pudieron oponer resistencia. En apenas diez minutos, quince bandidos estaban muertos, seis heridos y otros tres huyeron despavoridos.
Aqueo y los demás saquearon el escondite de los bandidos: doce mil denares, armas, joyas, trigo… lo repartieron entre todos y cada cual se fue a su aldea. Como lider del ataque, a Aqueo le otorgaron el mayor botin: dos mil denares, unas botas de cuero y una bonita espada ornamentada. Asi como trigo y fruta.
Hur se acercó al lider de los bandidos.
—Reconozco a este hombre —Dijo con desprecio—Es Tazur, fue capitán de la guardia en la capital, Quyaz. Antes de ser acusado de corrupción y despedido. Hay una recompensa por su cabeza.
Dicho esto cogió un hacha y de un golpe limpio, le decapitó. La metió en una pequeña bolsa y se la dió a Aqueo.
—Llevadla a la capital, os recompensarán e incluso puede que el actual capitan os de un trabajo a la altura de vuestras habilidades.
Volvieron a Tubilis donde fueron recibidos como héroes. Aqueo descansó ese día en casa de Hur y a la mañana siguiente fue hasta la capital.
El camino fue bastante aburrido: desierto por todos lados, algún oasis y algunos campesinos que volvían a sus pueblos después de vender sus productos. Tuvo que pernoctar en un oasis y a la mañana siguiente volvió a ponerse en marcha. Llego a Quyaz al mediodia.
Las grandes puertas estaban vigiladas por varios guardias. Aqueo se acercó a uno de ellos.
—¿Donde puedo cobrar la recompensa por dar caza a un bandido buscado?
—En el cuartel. Hable con Thul.
Aqueo dio las gracias al soldado y entró en la ciudad. Era una ciudad inmensa y preciosa, digna de ser la capital de un reino. Aqueo pensó que no tenía nada que envidiar a su hogar, Nekarim, capital de Nelkazar.
No tardo en encontrar el inmensio edificio fortificado que hacia de fortaleza-cuartel. Tras presentarse a los guardias y enseñar la cabeza de Tazur, le dejaron pasar y le llevaron ante Thul.
—Me han dicho que has terminado con la vida de mi malogrado predecesor —Dijo Thul. Un hombre fornido con espesa barba— Me alegro, nos has quitado un dolor de cabeza. Toma la recompensa.
Thul dejó en la mesa una bolsa con quinientos denares.
—Muchas gracias, capitán —Dijo Aqueo cogiendo el dinero—Hur, jefe de la aldea de Tubilis, me ha dicho que podría conseguir trabajo de usted.
Thul se recostó en la silla y se acarició la barba.
—Como comprenderás no puedo ofrecer trabajo al primer forastero que llegua a la ciudad con la cabeza de un bandido. Podrías haber tenido suerte e incluso encontrarlo muerto por cualquier razón en el desierto. Tendrás que probar tu valía sin que haya lugar a dudas.
El hombre se levantó y se acercó a una pizarra donde había clavados varios carteles de búsqueda, cogió tres de ellos y se los dió a Aqueo.
—Tayla, la contrabandista. Una joven pero talentosa y prolífica contrabandista de alcohol. Asafu, el pirómano, un delincuente con predilección por el fuego. Y, por último pero no menos importante, Asul, el lider de una banda de matones callejeros que es un autentico dolor de cabeza para la guardia de la ciudad. Encargate de ellos y podremos hablar de un trabajo a largo plazo.
—¿Los quieres vivos o muertos?
—Asafu y Asul me dan igual. Pero a Tayla la quiero viva, quiero saber cuales son sus contactos y de donde saca el alcohol.
—Entendido.
Aqueo salió del cuartel y el aire le dió en la cara.
Su nueva vida había comenzado.