Buenas noches a todos.
Soy aficionado a jugar con el método del roleplay, es decir, jugar simulando que soy el personaje que manejo: su historia de fondo, sus necesidades, el motivo por el que se ve envuelto en la aventura, su objetivo, etc. Además, desde que usé el mod "Take notes: journal of the dragonborn" en Skyrim Special Edition me gusta ir escribiendo lo que le va sucediendo al personaje. Si el juego permite hacerlo en el propio juego (vanilla o modificado) como Skyrim o Fallout 4 lo hago ahí, y si no pues abro un documento word y voy haciendo estas anotaciones.
Empecé a hacerlo en una partida en bannerlord y descubrí este gran apartado en el foro después de tantos años, un gran fallo por mi parte tardar tanto con lo que me gusta leer las diferentes historias. El caso es que he decidido compartir el diario de Ragnar "El Zeónico" con vosotros y espero que lo disfrutéis tanto como yo haciéndolo.
Recalcar varios puntos:
1. No soy escritor y no garantizo ser un Cervantes en esta aventura, pero hago lo posible.
2. Creo estar informado del lore del mundo de Mount and Blade, pero es posible que se me escape algo, si es así pido perdon y os invito a informarme de mi error amablemente.
3. Hay elementos inspirados en otras fuentes; por ejemplo el principio tiene similitudes con el inicio de Gladiator (en algunos nombres), y sigo el estilo de "Saxon´s Stories" ("Sajones, viquingos y Normandos" en español) de Bernard Conrwell, libros que me encantan y en los que se basa la serie de Netflix "The Last Kingdom". Las armas de mi protagonista tienen el mismo nombre que las de Uhtred en esta saga, al igual que puedo haber copiado o replicado otros nombres (soy muy malo para los nombres), lo mismo ocurre con algunas situaciones. Recordad que hice esto en principio para mi, no tenía planeado publicarlo ni que le gustara a otros. Tened eso en cuenta.
4. Es la primera vez que publico algo así, perdonar mis errores de noob.
5. El capítulo 1 y 2 ya los tengo escritos, son principalmente backstory, son extensos y apenas tienen imágenes. El resto los iré escribiendo según juegue y cierro los capítulos según termine un periodo importante de la vida de mi personaje. Iré añadiendo imágenes, pero también soy nuevo en esto de hacer capturas del juego; no suelo hacerlas y me cuesta estar pendiente de abrir el "modo foto" en un momento tenso, pero haré lo que pueda. También soy muy nuevo en esto de postearlas en el foro, pero lo intentaré porque creo que dan alegría el relato.
6. Si tiene esto cierto éxito haré otras AAR, ya que juego de este modo es posible que me anime a subir todos los relatos si le gustan a la gente.
7. Si gusta, hay permiso de compartirlo en otros medios, siempre que se me mencione como autor y se adjunte un link al hilo original.
8. Si gusta mucho (no espero llegar a tanto) recordar que tengo una vida fuera de la pantalla: trabajo, tengo amigos, estoy casado con una gran mujer que convive con mis frikadas de videojuegos y estoy esperando un hijo. Publicaré contenido nuevo cuando pueda pero sed pacientes.
9. Por último, si incumplo alguna de las normas del foro sin darme cuenta, pido perdón a los moderadores y les invito a que me corrijan.
10. Sin más, empezamos. Muchas gracias a todos. Estoy hasta nervioso...
¡MURO DE ESCUDOS!
Ave Calradia
Mi vida se me escurre entre los dedos, ya pocas batallas me quedan, sólo lamento no morir en batalla, pero espero morir con alguna de las armas que me han acompañado durante toda mi vida en las manos para que Odín me reciba en el salón de los héroes, espero que todas las batallas vividas me avalen y que los espíritus que allí mandé me reciban con los brazos abiertos.
Y aquí estoy, gobernando a un montón de cristianos, con responsabilidad en mis manos y gente siguiéndome, ni si quiera piensan como yo y muchos me consideran un extraño norteño, aunque soy parte de ellos, pero mato a sus enemigos como nadie y al final han aceptado que los guíe. No quería nada de esto, sólo quería venganza y sangre.
Y es que no siempre viví como ahora, ni me consideraron un pagano nórdico ni le recé a los verdaderos dioses. Nací en la preciosa ciudad de Zeónica, entre las colinas iltráricas y el mar Perassic, soportando los calores de los cientos zeónicos, bañándome en el mar, mirando con curiosidad a los marineros que llegaban para comerciar en sus barcos mercantes y temiendo la ira del Dios cristiano por mis pecados.
Mi madre, Aurelia Aventus, tenía una granja de su propiedad a pocos pasos de la ciudad, lugar en el que me crio y educó. El modo de obtener aquella propiedad fue la causa de mi nacimiento: en algún momento se dio un revolcón con el Arconte Garios Comnos, señor de Zeónica, revolcón que me dio la vida. Evidentemente un gran Arconte del Imperio no iba a casarse con una don nadie, pero Garios se molestó en comprar unas tierras cerca de la ciudad para que su momentánea amante cuidara con estabilidad a su hijo bastardo.
Me crie en la granja ayudando cuanto podía, pero un chico del oeste de Calradia tan solo sueña con servir al Imperio en la Legión. Muchos buscan servir los cinco años reglamentarios para obtener tierras por sus servicios, política que siempre defendió Garios en contraposición con muchos miembros del Senado que solo quieren tierras para la aristocracia. Yo en cambio sólo quería salir de la monotonía de la granja y ser mejor visto por mi padre. El Arconte Garios de los Comnos siempre fue un militarista de tomo y lomo, gran líder militar era uno de los principales Generales del Imperio que solía liderar los grandes ejércitos en las diferentes campañas.
Me alisté con 15 años y desde entonces serví, principalmente contra los bárbaros de las tribus de Battania, aunque ocasionalmente fui desplazado al Este a contener las hordas Khuzait. Siempre sospechamos que podría estallar una guerra contra los Sturgianos, pero estos se mantuvieron al margen de cualquier conflicto un tiempo.
Tras un año de servicio, fui trasladado por mis superiores a las Legiones Fénix, una unidad de élite de la XIII Legión, encargada de la peor mierda que se pudiera dar en combate: siempre infantes y primeros en la línea de las escuadras y los muros de escudos, asaltadores por escalas en los asedios para liberar presión en la puerta principal y en el apoyo de la torres de asedio (así como para sabotear lo antes posible las máquinas de asedio defensiva) e incursiones en territorio enemigo en grupos de escasas unidades (sin refuerzos, apoyo ni apenas suministros) para sabotear los refuerzos y la intendencia enemiga.
Sobreviví lo suficiente para ir ascendiendo en las Legiones Fénix, de mero infante pasé a sargento, de ahí a Capitán y posteriormente me nombraron el Comandante de las Legiones Fénix tras un Triunfo que celebramos en Lycaron con un gran desfile en el que mi padre Garios me condecoró en persona y me susurró al oído “Estoy orgulloso de ti, hijo”.
No es decoroso elogiarse a uno mismo, pero sobrevivir ocho años en la Legión Imperial, como infante de las Legiones Fénix, es un raro acontecimiento que habla bien de mi habilidad marcial. He aguantado la línea mucho, he visto muchas veces una muerte que nunca terminaba llegar, he pasado hambre y sed en las incursiones, me han herido varias veces (buenas marcas tengo en la cara dando fe de ello) y he enterrado a muchos compañeros y amigos queridos. Pero yo sobreviví lo suficiente.
Ocho años de guerra en guerra adecuado a la disciplina de la Legión. A los cinco podría haberme retirado con una nueva tierra para mí, pero nunca me retiré. Mi madre Aurelia había muerto por fiebres y tras enterrarla malvendí la granja a su trabajador de confianza más veterano. Me gustaba la vida castrense y, he de reconocer, que me gustaba marchar a la batalla. Echando la vista atrás tengo que admitir que buscaba la aprobación de mi padre, la cual conseguí con ese Triunfo en Lycaron y mi ascenso a Comandante.
Mi vida cambió hace siete años, en lo que hoy día se conoce como la “Batalla de Pendriac” o “La Locura de Neretzes”. La desafiante Sturgia había decidido aliarse con la siempre beligerante Battania para declarar la guerra al Imperio Calrádico, formando un Gran Ejército Pagano que amenazaba con incursiones desde el Noroeste. Por si fuera poco, Neretzes insultó a los vlandianos volviendo a nuestros fuertes aliados en nuestra contra, los cuales se unieron a la coalición sturgiana y battaniana. Oh si, consiguió que algunos clanes Khuzait y Aserai se nos unieran a la causa, pero sólo eran unos pocos clanes que participaron a cambio de la promesa de un oro que no teníamos.
Fuimos al encuentro de la coalición Noroccidental en un gran ejército que podría haber dominado el oeste del continente si hubiera sido guiado con sabiduría, pero el Emperador en persona se empeñó en liderar la expedición. En un momento dado decidió la insensatez de enviar a Garios Comnos con una Legión de novatos a capturar el Castillo de Pendriac para facilitar el paso de nuestras fuerzas, los exploradores indicaron que la fortaleza se encontraba poco defendida, pero el Emperador debió prever la trampa que se cernía sobre nosotros. No solo eso, dejó a la Legión XIII y a las Legiones Fénix en vanguardia de la fuerza principal. No le bastaba con mandar a su mejor General a tomar una pequeña fortaleza, si no que le despojó de los hombres que siempre había guiado y que confiaban en él para darle una fuerza poco eficiente y disciplinada.
Por si eso fuera poco, Garios solicitó llevar una centuria de arqueros, para protegerles de posibles emboscadas, lo cual Neretzes negó argumentando que aumentar el tamaño de la hueste solo le haría más lento y llamar más la atención.
Primero vimos el humo que salía del bosque, después notamos la falta de mensajeros que nos avisaran del curso de la acción y, al final del día, recibimos a Garios herido junto a unos pocos hombres que nos hablaban de emboscadas y de la “completa aniquilación” de la Legión a manos de arqueros y guerreros con grandes espadas battanianos. Entonces supimos que algo había ido completamente mal. En vez de retirarnos a una posición defensiva el Emperador ordenó formar y avanzar al encuentro del enemigo, era su campaña y quería que fuera gloriosa y exitosa a cualquier precio.
No tardamos en encontrarnos con un enorme muro de escudos cerca de la linde del bosque. Era enorme, sus brocales protegían la parte frontal y la superior casi sin aperturas mientras amenazantes lanzas salían de la compacta estructura de escudos. Eran guerreros de Sturgia listos para la batalla, y parecía que no iban a ceder terreno ante nosotros.
Teníamos el plan de acosarles con los escaramuzadores aserai y los arqueros a caballo khuzait, así como de mandar a nuestros catafractos para romper sus líneas antes del choque entre muro y muro de escudos, pero los escaramuzadores estaban intentando moverse a la retaguardia del enemigo para poder lanzar su lluvia de jabalinas. Un guerrero sturgiano, embutido en cota de malla y brazaletes, salió del muro y alzó su hacha para después señalarnos con ella a nosotros, nos estaba desafiando. Las Legiones prohíben aceptar este tipo de duelos ya que, aunque la victoria puede suponer una gran inyección moral de las tropas, la derrota puede hacer que los soldados se pongan a temblar. La disciplina militar no permite apostar en un juego tan arriesgado; pero necesitábamos tiempo para que los escaramuzadores se colocaran en posición y dos ejércitos pendientes del resultado de un combate singular era la mejor manera de retrasar la batalla. Así que salí de la formación y apunté al guerrero con mi spatha. El duelo fue aceptado.
Nos colocamos en posición, él con su broquel y yo con mi escudo de lágrima, hacha contra espada. Después de tantearnos, moviéndonos hacia los lados y lanzándonos ataques simples, comenzó la encarnizada lucha. Ambos escudos acabaron destrozados y acabamos luchando, deteniendo los ataques con las propias armas o esquivándolos. Me hizo un buen tajo en la cara (paralelo al que ya tenía) y creo que me partió de nuevo la nariz, pero al final pude atravesarle las tripas con una certera estocada.
Fue una gran lucha, de esas que te hace respetar al contrario en vez de odiarlo, de esas que sabes que el enemigo piensa lo mismo de ti, y cuando alzó su mano para tomar su hacha y me miró con ojos suplicantes supe que no tenía intención de hincármela en la cabeza antes de morir (estaba preparado para eso). Le hice caso y le acerqué el hacha, y él tan solo se la llevó al pecho y respiró con cara de alivio. Miré hacia el muro de sus hombres y vi que algunos de ellos me miraron con respeto mientras se llevaban la mano al pecho. Fue el primer contacto que tuve con los auténticos Dioses.
Mis hombres me vitoreaban y volví a mi posición mientras los sturgianos golpeaban sus escudos con rabia. Pude ver algunos Aserai detrás del muro enemigo y aguardé el bombarde de jabalinas, los disparos khuzaits y la carga de los catafractos antes de hacer avanzar a los míos; pero en ese gran plan había un factor con el que no habíamos contado: los vlandianos.
Del bosque salieron cientos, tal vez miles, de caballeros en sus veloces caballos y manteniendo su lanza firme hacia sus enemigos. Era una marea gris que se propagaba por todo el campo de batalla dejando un festín para los cuervos a su paso. Los escaramuzadores fueron aniquilados en primer lugar, los khuzaits se centraron en no ser alcanzados por los caballeros mientras les disparaban con sus arcos (cierto es que derribaron a algunos, pero no tardaron en quedarse sin munición y no les quedó otra que mantener la distancia si no querían ser empalados en las lanzas de caballería) y los catafractos cambiaron su objetivo prioritario, centrándose en perseguir a los caballeros, alos cuales no conseguían alcanzar al llevar estos menos blindaje que nuestra caballería acorazada.
Fueron los sturgianos los que se acercaron a nosotros y el choque de escudos fue brutal. A partir de ahí comenzó la carnicería del muro de escudos donde los hombres pelean como si fueran amantes abrazados. Aguantamos lo que pudimos y lo hicimos bien, empujábamos y apuñalábamos, bajábamos los escudos enemigos y una lanza trasera les atravesaba la cara, y si no bajaban el escudo un buen corte en las piernas abría brecha para dar el tajo o estocada que les diera muerte. Cuando calculaba que habíamos matado a unos cuantos ordenaba retroceder a la formación para que el enemigo tuviera que luchar pisando los cadáveres de sus hombres, con la dificultad que ello aporta a la moral y a la lucha.
Lo hicimos muy bien, pero ya no dependía de nosotros. La caballería vlandiana había acabado con los escaramuzadores, había diezmado a los khuzait y mantenía entretenidos a los catafractos; pronto esos caballeros se vieron libres para cargar contra nuestra infantería, intentando romper nuestro muro. Para combatir a los caballeros ordené la formación de varios cuadrados, y así estos se atascarían y serían alcanzados por nuestras lanzas cuando cargasen.
Pero esta formación no es apta para luchar contra la infantería, pues en seguida se ve rodeada y es atacada por todos los flancos. Conseguimos mantener a los caballeros a raya, pero los guerreros de Sturgia nos estaban aniquilando. Por fin Neretzes se dio cuenta del desastre y ordenó la retirada al campamento, algo que no hicimos huyendo a lo loco, si no formando de nuevo el muro de escudos y retrocediendo poco a poco manteniendo a los sturgianos a raya mientras nuestra gente se refugiaba tras la empalizada del campamento. Todo ello mientras los caballeros volvían a la carga.
En el campamento intentamos mantener a raya al enemigo, pero tal ejército podía haber tomado los muros de una ciudad, no digamos de una pequeña empalizada. Cuando el enemigo escaló los muros alcanzó a Neretzes matándole, el Emperador había muerto y el mando de nuestras restantes tropas recaía en el General Arenicos Pethros, mucho más hábil en la estrategia bélica que el Emperador, pero con unos recursos limitados tras haber perdido a tantos hombres que no le dejaban muchas opciones.
Arenicos instó a la retirada total para regresar al territorio del Imperio, ordenando una salida por la puerta trasera que aún no había tomado el enemigo, pero los invasores ya habían escalado a las murallas y Arenicos iba a necesitar tiempo para rescatar al resto de hombres. Me ofrecí voluntario para liderar a las Legiones Fénix para cubrir la retirada del resto y me encargué de tan letal tarea, di permiso a mis hombres para retirarse con Arenicos si así lo deseaban, pero ninguno se movió de su posición, entregándose a la muerte. Luchamos lo mejor que pudimos y dimos el tiempo suficiente para que las tropas restantes huyeran, pero los efectivos se perdían a gran velocidad y las Legiones Fénix fueron aniquiladas. No las reemplazaron en mucho tiempo. La batalla de Pendriac había terminado.
Tiempo después me enteré de que Arenicos condujo al ejército hasta Lycaron con éxito, aunque pasaron mucnas penalidades en forma de hambre, sed y falta de sueño. Los Catafractos escoltaban a la comitiva para evitar el ataque de caballeros sedientos de sangre que persiguiesen al ejército que huía. Esta acción le valió a Arenicos el ascenso a Emperador de Calradia por designación senatorial, saltándose a Penthos Neretzes en la línea de sucesión.
En cuanto a mí, no tardé en verme rodeado de enemigos luchando a la desesperada, al final recibí un golpe con un objeto contundente en la espalda que me dejó sin respiración, lo cual aprovecharon mis enemigos para desarmarme y atarme las manos a la espalda.
Ahí fui licenciado de las Legiones. Dejé de ser un guerrero y comenzaba mi vida de esclavo.
Soy aficionado a jugar con el método del roleplay, es decir, jugar simulando que soy el personaje que manejo: su historia de fondo, sus necesidades, el motivo por el que se ve envuelto en la aventura, su objetivo, etc. Además, desde que usé el mod "Take notes: journal of the dragonborn" en Skyrim Special Edition me gusta ir escribiendo lo que le va sucediendo al personaje. Si el juego permite hacerlo en el propio juego (vanilla o modificado) como Skyrim o Fallout 4 lo hago ahí, y si no pues abro un documento word y voy haciendo estas anotaciones.
Empecé a hacerlo en una partida en bannerlord y descubrí este gran apartado en el foro después de tantos años, un gran fallo por mi parte tardar tanto con lo que me gusta leer las diferentes historias. El caso es que he decidido compartir el diario de Ragnar "El Zeónico" con vosotros y espero que lo disfrutéis tanto como yo haciéndolo.
Recalcar varios puntos:
1. No soy escritor y no garantizo ser un Cervantes en esta aventura, pero hago lo posible.
2. Creo estar informado del lore del mundo de Mount and Blade, pero es posible que se me escape algo, si es así pido perdon y os invito a informarme de mi error amablemente.
3. Hay elementos inspirados en otras fuentes; por ejemplo el principio tiene similitudes con el inicio de Gladiator (en algunos nombres), y sigo el estilo de "Saxon´s Stories" ("Sajones, viquingos y Normandos" en español) de Bernard Conrwell, libros que me encantan y en los que se basa la serie de Netflix "The Last Kingdom". Las armas de mi protagonista tienen el mismo nombre que las de Uhtred en esta saga, al igual que puedo haber copiado o replicado otros nombres (soy muy malo para los nombres), lo mismo ocurre con algunas situaciones. Recordad que hice esto en principio para mi, no tenía planeado publicarlo ni que le gustara a otros. Tened eso en cuenta.
4. Es la primera vez que publico algo así, perdonar mis errores de noob.
5. El capítulo 1 y 2 ya los tengo escritos, son principalmente backstory, son extensos y apenas tienen imágenes. El resto los iré escribiendo según juegue y cierro los capítulos según termine un periodo importante de la vida de mi personaje. Iré añadiendo imágenes, pero también soy nuevo en esto de hacer capturas del juego; no suelo hacerlas y me cuesta estar pendiente de abrir el "modo foto" en un momento tenso, pero haré lo que pueda. También soy muy nuevo en esto de postearlas en el foro, pero lo intentaré porque creo que dan alegría el relato.
6. Si tiene esto cierto éxito haré otras AAR, ya que juego de este modo es posible que me anime a subir todos los relatos si le gustan a la gente.
7. Si gusta, hay permiso de compartirlo en otros medios, siempre que se me mencione como autor y se adjunte un link al hilo original.
8. Si gusta mucho (no espero llegar a tanto) recordar que tengo una vida fuera de la pantalla: trabajo, tengo amigos, estoy casado con una gran mujer que convive con mis frikadas de videojuegos y estoy esperando un hijo. Publicaré contenido nuevo cuando pueda pero sed pacientes.
9. Por último, si incumplo alguna de las normas del foro sin darme cuenta, pido perdón a los moderadores y les invito a que me corrijan.
10. Sin más, empezamos. Muchas gracias a todos. Estoy hasta nervioso...
¡MURO DE ESCUDOS!
MEMORIAS DE RAGNAR AVENTUS
Capítulo 1Ave Calradia
Mi vida se me escurre entre los dedos, ya pocas batallas me quedan, sólo lamento no morir en batalla, pero espero morir con alguna de las armas que me han acompañado durante toda mi vida en las manos para que Odín me reciba en el salón de los héroes, espero que todas las batallas vividas me avalen y que los espíritus que allí mandé me reciban con los brazos abiertos.
Y aquí estoy, gobernando a un montón de cristianos, con responsabilidad en mis manos y gente siguiéndome, ni si quiera piensan como yo y muchos me consideran un extraño norteño, aunque soy parte de ellos, pero mato a sus enemigos como nadie y al final han aceptado que los guíe. No quería nada de esto, sólo quería venganza y sangre.
Y es que no siempre viví como ahora, ni me consideraron un pagano nórdico ni le recé a los verdaderos dioses. Nací en la preciosa ciudad de Zeónica, entre las colinas iltráricas y el mar Perassic, soportando los calores de los cientos zeónicos, bañándome en el mar, mirando con curiosidad a los marineros que llegaban para comerciar en sus barcos mercantes y temiendo la ira del Dios cristiano por mis pecados.
Mi madre, Aurelia Aventus, tenía una granja de su propiedad a pocos pasos de la ciudad, lugar en el que me crio y educó. El modo de obtener aquella propiedad fue la causa de mi nacimiento: en algún momento se dio un revolcón con el Arconte Garios Comnos, señor de Zeónica, revolcón que me dio la vida. Evidentemente un gran Arconte del Imperio no iba a casarse con una don nadie, pero Garios se molestó en comprar unas tierras cerca de la ciudad para que su momentánea amante cuidara con estabilidad a su hijo bastardo.
Me crie en la granja ayudando cuanto podía, pero un chico del oeste de Calradia tan solo sueña con servir al Imperio en la Legión. Muchos buscan servir los cinco años reglamentarios para obtener tierras por sus servicios, política que siempre defendió Garios en contraposición con muchos miembros del Senado que solo quieren tierras para la aristocracia. Yo en cambio sólo quería salir de la monotonía de la granja y ser mejor visto por mi padre. El Arconte Garios de los Comnos siempre fue un militarista de tomo y lomo, gran líder militar era uno de los principales Generales del Imperio que solía liderar los grandes ejércitos en las diferentes campañas.
Me alisté con 15 años y desde entonces serví, principalmente contra los bárbaros de las tribus de Battania, aunque ocasionalmente fui desplazado al Este a contener las hordas Khuzait. Siempre sospechamos que podría estallar una guerra contra los Sturgianos, pero estos se mantuvieron al margen de cualquier conflicto un tiempo.
Tras un año de servicio, fui trasladado por mis superiores a las Legiones Fénix, una unidad de élite de la XIII Legión, encargada de la peor mierda que se pudiera dar en combate: siempre infantes y primeros en la línea de las escuadras y los muros de escudos, asaltadores por escalas en los asedios para liberar presión en la puerta principal y en el apoyo de la torres de asedio (así como para sabotear lo antes posible las máquinas de asedio defensiva) e incursiones en territorio enemigo en grupos de escasas unidades (sin refuerzos, apoyo ni apenas suministros) para sabotear los refuerzos y la intendencia enemiga.
Sobreviví lo suficiente para ir ascendiendo en las Legiones Fénix, de mero infante pasé a sargento, de ahí a Capitán y posteriormente me nombraron el Comandante de las Legiones Fénix tras un Triunfo que celebramos en Lycaron con un gran desfile en el que mi padre Garios me condecoró en persona y me susurró al oído “Estoy orgulloso de ti, hijo”.
No es decoroso elogiarse a uno mismo, pero sobrevivir ocho años en la Legión Imperial, como infante de las Legiones Fénix, es un raro acontecimiento que habla bien de mi habilidad marcial. He aguantado la línea mucho, he visto muchas veces una muerte que nunca terminaba llegar, he pasado hambre y sed en las incursiones, me han herido varias veces (buenas marcas tengo en la cara dando fe de ello) y he enterrado a muchos compañeros y amigos queridos. Pero yo sobreviví lo suficiente.
Ocho años de guerra en guerra adecuado a la disciplina de la Legión. A los cinco podría haberme retirado con una nueva tierra para mí, pero nunca me retiré. Mi madre Aurelia había muerto por fiebres y tras enterrarla malvendí la granja a su trabajador de confianza más veterano. Me gustaba la vida castrense y, he de reconocer, que me gustaba marchar a la batalla. Echando la vista atrás tengo que admitir que buscaba la aprobación de mi padre, la cual conseguí con ese Triunfo en Lycaron y mi ascenso a Comandante.
Mi vida cambió hace siete años, en lo que hoy día se conoce como la “Batalla de Pendriac” o “La Locura de Neretzes”. La desafiante Sturgia había decidido aliarse con la siempre beligerante Battania para declarar la guerra al Imperio Calrádico, formando un Gran Ejército Pagano que amenazaba con incursiones desde el Noroeste. Por si fuera poco, Neretzes insultó a los vlandianos volviendo a nuestros fuertes aliados en nuestra contra, los cuales se unieron a la coalición sturgiana y battaniana. Oh si, consiguió que algunos clanes Khuzait y Aserai se nos unieran a la causa, pero sólo eran unos pocos clanes que participaron a cambio de la promesa de un oro que no teníamos.
Fuimos al encuentro de la coalición Noroccidental en un gran ejército que podría haber dominado el oeste del continente si hubiera sido guiado con sabiduría, pero el Emperador en persona se empeñó en liderar la expedición. En un momento dado decidió la insensatez de enviar a Garios Comnos con una Legión de novatos a capturar el Castillo de Pendriac para facilitar el paso de nuestras fuerzas, los exploradores indicaron que la fortaleza se encontraba poco defendida, pero el Emperador debió prever la trampa que se cernía sobre nosotros. No solo eso, dejó a la Legión XIII y a las Legiones Fénix en vanguardia de la fuerza principal. No le bastaba con mandar a su mejor General a tomar una pequeña fortaleza, si no que le despojó de los hombres que siempre había guiado y que confiaban en él para darle una fuerza poco eficiente y disciplinada.
Por si eso fuera poco, Garios solicitó llevar una centuria de arqueros, para protegerles de posibles emboscadas, lo cual Neretzes negó argumentando que aumentar el tamaño de la hueste solo le haría más lento y llamar más la atención.
Primero vimos el humo que salía del bosque, después notamos la falta de mensajeros que nos avisaran del curso de la acción y, al final del día, recibimos a Garios herido junto a unos pocos hombres que nos hablaban de emboscadas y de la “completa aniquilación” de la Legión a manos de arqueros y guerreros con grandes espadas battanianos. Entonces supimos que algo había ido completamente mal. En vez de retirarnos a una posición defensiva el Emperador ordenó formar y avanzar al encuentro del enemigo, era su campaña y quería que fuera gloriosa y exitosa a cualquier precio.
No tardamos en encontrarnos con un enorme muro de escudos cerca de la linde del bosque. Era enorme, sus brocales protegían la parte frontal y la superior casi sin aperturas mientras amenazantes lanzas salían de la compacta estructura de escudos. Eran guerreros de Sturgia listos para la batalla, y parecía que no iban a ceder terreno ante nosotros.
Teníamos el plan de acosarles con los escaramuzadores aserai y los arqueros a caballo khuzait, así como de mandar a nuestros catafractos para romper sus líneas antes del choque entre muro y muro de escudos, pero los escaramuzadores estaban intentando moverse a la retaguardia del enemigo para poder lanzar su lluvia de jabalinas. Un guerrero sturgiano, embutido en cota de malla y brazaletes, salió del muro y alzó su hacha para después señalarnos con ella a nosotros, nos estaba desafiando. Las Legiones prohíben aceptar este tipo de duelos ya que, aunque la victoria puede suponer una gran inyección moral de las tropas, la derrota puede hacer que los soldados se pongan a temblar. La disciplina militar no permite apostar en un juego tan arriesgado; pero necesitábamos tiempo para que los escaramuzadores se colocaran en posición y dos ejércitos pendientes del resultado de un combate singular era la mejor manera de retrasar la batalla. Así que salí de la formación y apunté al guerrero con mi spatha. El duelo fue aceptado.
Nos colocamos en posición, él con su broquel y yo con mi escudo de lágrima, hacha contra espada. Después de tantearnos, moviéndonos hacia los lados y lanzándonos ataques simples, comenzó la encarnizada lucha. Ambos escudos acabaron destrozados y acabamos luchando, deteniendo los ataques con las propias armas o esquivándolos. Me hizo un buen tajo en la cara (paralelo al que ya tenía) y creo que me partió de nuevo la nariz, pero al final pude atravesarle las tripas con una certera estocada.
Fue una gran lucha, de esas que te hace respetar al contrario en vez de odiarlo, de esas que sabes que el enemigo piensa lo mismo de ti, y cuando alzó su mano para tomar su hacha y me miró con ojos suplicantes supe que no tenía intención de hincármela en la cabeza antes de morir (estaba preparado para eso). Le hice caso y le acerqué el hacha, y él tan solo se la llevó al pecho y respiró con cara de alivio. Miré hacia el muro de sus hombres y vi que algunos de ellos me miraron con respeto mientras se llevaban la mano al pecho. Fue el primer contacto que tuve con los auténticos Dioses.
Mis hombres me vitoreaban y volví a mi posición mientras los sturgianos golpeaban sus escudos con rabia. Pude ver algunos Aserai detrás del muro enemigo y aguardé el bombarde de jabalinas, los disparos khuzaits y la carga de los catafractos antes de hacer avanzar a los míos; pero en ese gran plan había un factor con el que no habíamos contado: los vlandianos.
Del bosque salieron cientos, tal vez miles, de caballeros en sus veloces caballos y manteniendo su lanza firme hacia sus enemigos. Era una marea gris que se propagaba por todo el campo de batalla dejando un festín para los cuervos a su paso. Los escaramuzadores fueron aniquilados en primer lugar, los khuzaits se centraron en no ser alcanzados por los caballeros mientras les disparaban con sus arcos (cierto es que derribaron a algunos, pero no tardaron en quedarse sin munición y no les quedó otra que mantener la distancia si no querían ser empalados en las lanzas de caballería) y los catafractos cambiaron su objetivo prioritario, centrándose en perseguir a los caballeros, alos cuales no conseguían alcanzar al llevar estos menos blindaje que nuestra caballería acorazada.
Fueron los sturgianos los que se acercaron a nosotros y el choque de escudos fue brutal. A partir de ahí comenzó la carnicería del muro de escudos donde los hombres pelean como si fueran amantes abrazados. Aguantamos lo que pudimos y lo hicimos bien, empujábamos y apuñalábamos, bajábamos los escudos enemigos y una lanza trasera les atravesaba la cara, y si no bajaban el escudo un buen corte en las piernas abría brecha para dar el tajo o estocada que les diera muerte. Cuando calculaba que habíamos matado a unos cuantos ordenaba retroceder a la formación para que el enemigo tuviera que luchar pisando los cadáveres de sus hombres, con la dificultad que ello aporta a la moral y a la lucha.
Lo hicimos muy bien, pero ya no dependía de nosotros. La caballería vlandiana había acabado con los escaramuzadores, había diezmado a los khuzait y mantenía entretenidos a los catafractos; pronto esos caballeros se vieron libres para cargar contra nuestra infantería, intentando romper nuestro muro. Para combatir a los caballeros ordené la formación de varios cuadrados, y así estos se atascarían y serían alcanzados por nuestras lanzas cuando cargasen.
Pero esta formación no es apta para luchar contra la infantería, pues en seguida se ve rodeada y es atacada por todos los flancos. Conseguimos mantener a los caballeros a raya, pero los guerreros de Sturgia nos estaban aniquilando. Por fin Neretzes se dio cuenta del desastre y ordenó la retirada al campamento, algo que no hicimos huyendo a lo loco, si no formando de nuevo el muro de escudos y retrocediendo poco a poco manteniendo a los sturgianos a raya mientras nuestra gente se refugiaba tras la empalizada del campamento. Todo ello mientras los caballeros volvían a la carga.
En el campamento intentamos mantener a raya al enemigo, pero tal ejército podía haber tomado los muros de una ciudad, no digamos de una pequeña empalizada. Cuando el enemigo escaló los muros alcanzó a Neretzes matándole, el Emperador había muerto y el mando de nuestras restantes tropas recaía en el General Arenicos Pethros, mucho más hábil en la estrategia bélica que el Emperador, pero con unos recursos limitados tras haber perdido a tantos hombres que no le dejaban muchas opciones.
Arenicos instó a la retirada total para regresar al territorio del Imperio, ordenando una salida por la puerta trasera que aún no había tomado el enemigo, pero los invasores ya habían escalado a las murallas y Arenicos iba a necesitar tiempo para rescatar al resto de hombres. Me ofrecí voluntario para liderar a las Legiones Fénix para cubrir la retirada del resto y me encargué de tan letal tarea, di permiso a mis hombres para retirarse con Arenicos si así lo deseaban, pero ninguno se movió de su posición, entregándose a la muerte. Luchamos lo mejor que pudimos y dimos el tiempo suficiente para que las tropas restantes huyeran, pero los efectivos se perdían a gran velocidad y las Legiones Fénix fueron aniquiladas. No las reemplazaron en mucho tiempo. La batalla de Pendriac había terminado.
Tiempo después me enteré de que Arenicos condujo al ejército hasta Lycaron con éxito, aunque pasaron mucnas penalidades en forma de hambre, sed y falta de sueño. Los Catafractos escoltaban a la comitiva para evitar el ataque de caballeros sedientos de sangre que persiguiesen al ejército que huía. Esta acción le valió a Arenicos el ascenso a Emperador de Calradia por designación senatorial, saltándose a Penthos Neretzes en la línea de sucesión.
En cuanto a mí, no tardé en verme rodeado de enemigos luchando a la desesperada, al final recibí un golpe con un objeto contundente en la espalda que me dejó sin respiración, lo cual aprovecharon mis enemigos para desarmarme y atarme las manos a la espalda.
Ahí fui licenciado de las Legiones. Dejé de ser un guerrero y comenzaba mi vida de esclavo.