VII
La figura de Rasheed a la distancia, seguido por Oddvarr y precedidos por un número de hombres que superaban las dos docenas, lo revitalizaron a tal punto de que el día de espera había resultado satisfactorio. Pero, repentinamente se quedó anonadado cuando levantó la vista. Sobre un fondo azul marino, tres cisnes en vertical reposaban. Era, tal como había dicho Osbourne durante su camino, la bandera que representaba al lord de Yalen.
Achilleus volvía a mirar detenidamente a los hombres que seguían a Rasheed. Todos, sin excepción, llevaban atuendo mitad café oscuro mitad verde claro, puestos sobre unas largas y relucientes cotas de mallas, además de cascos, guanteletes y botas que parecían recién pulidas, a pesar de la suciedad tras su recorrido. La lanza que llevaban era una guja, que se caracterizaba por su hoja, que podía medir alrededor de veinte centímetros, era curva como un sable. La forma en el cual los hombres se movían, con los pesados escudos y lanzas sobre sus espaldas, denotaba la disciplina de un soldado.
Esperando con el corazón en la boca, cuando la comitiva estuvo lo suficientemente cerca, los soldados se abrieron y, desde el centro, un hombre de edad avanzada surgió. Con la parte superior de su cabeza completamente calva, el cabello a sus lados, al igual que su barba, estaba pintado completamente y sin excepción de blanco; y combinado con todas las arrugas, era imposible hacerse pasar por alguien que todavía podía luchar. Llevaba una armadura parecida a la de los hombres que lo servían, solo que su túnica era azul y con los cisnes estampados; y, todavía así, podía notarse su delgadez.
Ymira fue la primera en realizar una marcada reverencia junto a Rahseed, seguidos por Matheld y al final Achilleus; para Oddvarr no parecía haber diferencia entre un lord y un campesino.
—Oh, no es necesario que sean tan formales. — dijo sonriendo —Como ya sabrán, soy el conde Gutlans, ¿puedo conocer sus nombres?
—Permítame presentar a mis seguidores. — Achilleus prefirió tomar la palabra antes de que alguien dijera algo que no debía —Estas encantadoras señoritas son Matheld e Ymira. — las señaló respectivamente y luego al sarranés y el mercenario —Este joven es Rasheed, y él Oddvarr. Pido que lo excuse si cometió alguna afrenta contra usted, no es muy bueno hablando, y menos con una figura tan distinguida. Ah, ¿dónde están mis modales? Soy Achilleus Solveigsson. No soy de Calradia, como mi lord habrá notado.
—Un extranjero, ya veo. Hablas muy bien el calrano, y también con gran educación, ¿quién te enseño?
—Un hombre de Calradia que visitó mi tierra madre cuando era un niño. Me habló maravillas de Rhodok, especialmente de su dulce vino. Lástima que no tuve tiempo para probarlo por mi cuenta.
—Debería sentirme halagado. — el hombre sonreía, pero su expresión se volvió un poco más seria —El joven Rasheed me informó lo que estaba sucediendo. ¿Cómo puedo hacerme llamar lord de Yalen y vasallo del rey Graveth si no protejo Rhodok de pillos sinvergüenzas? Y debo estarles agradecidos por su esfuerzo. — miró a Ymira e inclinó con ligereza la cabeza, para luego decir: —Y permítame disculparme por lo que sucedió con su hermana. De haber mantenido segura la ciudad, nada de esto habría pasado.
—N-no es ne-necesario que se disculpe.
—Entonces permítame jurarle, en nombre del rey Graveth, que recuperaremos a su hermana sana y salva.
—Agradecemos su ayuda. — dijo Achilleus.
—¿Conoces su número?
—Los habitantes de Glunmar dicen que son alrededor de quince de ellos. Posiblemente sean más.
—¿Quince? — el conde se llevó la mano hacia la barbilla, dubitativo, para luego declarar con una sonrisa de confianza: —¿Ocho de nosotros seremos suficientes?
—¿Perdón? — Achilleus quedó casi boquiabierto, no parecía bromear.
—El joven Rasheed, Oddvarr, la señorita Matheld, tres de mis hombres, tú y yo. Pienso que es un buen numero, ¿no te parece?
—E-eh, no tengo deseos de contrariar a mi lord, pero, ¿no deberíamos disponer de todos los efectivos presentes?
Achilleus estaba seguro de que habría unas treinta personas solo con los hombres del lord, por lo cual podrían atacar y diezmarlos en cuestión de segundos, y ni siquiera habría riesgo de bajas.
—Tal vez, pero, ¿qué es la vida sin un poco de riesgo? No viviremos eternamente, debemos disfrutar el presente, especialmente ustedes, los jóvenes, el futuro de Calradia. Ustedes, — se giró a sus hombres —esperen aquí con las ballestas listas, se encargarán de proteger a la señorita Ymira. Quiero que tres vengan conmigo. — volviéndose hacia Achilleus, dijo: —¿A qué esperamos?
Mientras Achilleus estaba anonadado, un soldado que llevaba sobre su espalda dos escudos, le entregó uno de ellos a su señor. El escudo pavés del conde llevaba su emblema también, y parecía un poco maltratado, posiblemente por los años de uso. Contra todo pronóstico, el delgado brazo del lord cargó aquel muro en miniatura como si se tratara de un bebé.
Mirando a sus acompañantes para buscar consejo, todos estaban, a excepción de Oddvarr, mirando con incredulidad al gobernante de Yalen, un hombre de edad avanzada que estaba a punto de meterse en una refriega con una desventaja de, al menos, dos a uno. No era lo que esperaba en ningún momento, pero, no podía escupir en la cara de quien le había brindado una mano, así que debía aceptar a esos tres valiosos hombres que le fueron ofrecidos.
Dando la orden de marchar, el primero en seguirlo en silencio fue Oddvarr, a quien nada le molestaba o inmutaba; agradecía que fuera así en esos momentos. Cuando Rasheed reaccionó, corrió para alcanzarlos y posicionarse a su lado, todavía dudando sobre sí hacerlo era lo correcto. La última en moverse fue Matheld, quien chasqueó la lengua, maldijo en voz alta y dio sus habituales zancadas. Ymira, quien contaba con cero habilidades marciales, se quedaría junto a los hombres de lord, encargados de velar por su seguridad.
El grupo se detuvo, a petición de Achilleus, en el lado derecho de la cueva, en un punto ciego gracias a un cumulo de rocas que allí residían. Dejando el equipaje sobre el suelo, comenzó a desempacar su nostálgico uniforme.
De un color grisáceo opaco, la armadura que le cubría el pecho se sentía fría al tacto, y pesada entre sus manos; contaba, en la parte inferior, con un tonelete negro con bordes dorados hasta las rodillas, como era habitual. La dejó a un lado y tomó el casco corintio, un poco abierto en la boca para no interrumpir su voz, al igual que las orejas para no dejar de escuchar y alrededor de los ojos para tener una visión panorámica; y contaba con el mismo color que la armadura, solo que tenía unos penachos negros, que luego caían libremente hasta la zona media de su espalda; parecía un casco confeccionado en Esparta, casi no se notaba la diferencia. Luego estaban los brazales, grebas y las sandalias, todo de color similar; y eso era lo único que defendía su cuerpo, lo único que separaba a la muerte de su lado.
Soltar las cintas de cuero de las hebillas le traía, nuevamente, el recuerdo de su primera batalla. No estaba particularmente nervioso de salir al campo, pero, todavía le resultó un poco difícil ponerse su peto. Se le había resbalado de las manos, tal vez gracias a la emoción, pero todos sus demás hermanos de armas pensaron lo contrario y le dieron palmadas en la espalda; había sido de lo más humillante.
Sacudiendo la cabeza, se apresuró y, tras haberse puesto la armadura con rapidez, pero todavía casi hipnotizado por el pasado, llegó la hora de su equipo. Su escudo color ceniza era el único que contaba con una lechuza dorada que fue pintada por un famoso artista de Dhirim, quien también se encargaría de su estandarte; había elegido aquel animal ya que este era el mensajero de la diosa Atenea. Agarrando la lanza, se acomodó el hacha en su cintura y sostenía el casco con la mano izquierda, donde tenía el escudo.
—Qué indumentaria tan interesante. — comentó el lord, mirando de arriba a abajo.
No era el único intrigado, ya que también Matheld lo observaba con evidente curiosidad, pero no le dijo nada al respecto. Achilleus sonrió y contestó:
—Esto usan los soldados en mi tierra madre. ¿Puedo pedirle a mi lord que me permita intentar hablar con ellos?
—¿Hablar?
—Sí. Desearía rescatar a la hermana de Ymira sin que esta esté en peligro. Además, existe un pasaje para escapar que conecta con el este.
—Conozco el pasaje. Tengo hombres apostados allí en caso de que logren escapar. Pero está bien. Tienes permitido hablar.
Achilleus le agradeció con un asentimiento y comenzó a caminar luego de haberse puesto el casco; si era atacado, no tendría tiempo de hacerlo. Estaba nervioso, más que por sus oponentes, por tener una vida en sus manos, pero prefería resolver el primer asunto charlando que arriesgando a la mujer.
Mientras se acercaba con las manos levantadas, pero sin soltar su arma, el guardia apostado en la entrada dio la voz de alarma y, como si hubiera dicho que había denares regados en el suelo, una multitud se congregó. Los contó tan rápido como pudo, descubriendo que los pueblerinos se habían equivocado a la hora de contar, había veintidós a los que sus ojos podían ver.
—¡Vengo a hablar con su líder!
Silencio. Medio centenar de ojos estaban posados sobre él irradiando malicia. Eran ojos de asesinos, saqueadores y violadores, capaces de hacer encoger a hombres comunes. Pero cuando se estaba habituado a la guerra, un puñado de rufianes no resultaba una amenaza real. Y, aun así, se encontraba agradecido por el respaldo que estaba recibiendo en aquel momento, por los hombres dispuestos a saltar para protegerlo cuando las cosas se pusieran sangrientas.
Desde allí, con la arena bajo sus sandalias, que era humedecida por los residuos del mar que se arrastraban hasta la orilla, veía cómo algunos hombres estaban tensando sus arcos o preparando las hachas. Se sentía como un juicio en el cual no había cabida a la defensa.
De pronto, una mano, gruesa y quemada por los rayos del sol, se levantó para hacer que las cuerdas de los arcos se relajaran. Abriéndose paso, un hombre tan alto como Achilleus, tal como deberían ser los nórdicos, se acercó mientras sostenía un par de hachas cortas.
—Yo mando aquí. Habla rápido Extranjero, o te arrojaré al mar atado a una tabla.
—He venido por una mujer… — Achilleus enmudeció por unos segundos, había sido tan estúpido de no preguntar el nombre de la secuestrada, pero, para que nadie sospechara nada, prosiguió tan rápido como pudo: —estoy pensando en montar mi propio burdel en Jelkala. Sé que ustedes tienen una que secuestraron recientemente, así que he venido a negociar. Puedo ofrecerles un jugoso precio para que la entreguen sana y salva, me gustó su rostro cuando la vi.
Era, tal como se esperaba, una mentira. No tenía tantos denares y estaba seguro de que, ni rogándole a Osbourne cuando estuviera borracho, le ofrecería un préstamo de tal magnitud. Lo único importante era que la liberaran de inmediato.
—¡¿Escucharon eso muchachos?! — el líder de los piratas soltó una carcajada —¡Quiere negociar! ¿Qué nos impide matarte, arrojar tus restos al mar y luego buscar los denares por nuestra cuenta?
—¿Crees que traería los denares conmigo? Están enterrados en los alrededores de Yalen.
El líder dio un par de pasos al frente, relajando la postura con la cual sostenía sus armas. Lo había enganchado la conversación tan simple, al igual que a Matheld, demostrando que los nórdicos no eran las velas más brillantes del candelabro llamado Calradia.
—¿Y cómo sabremos que no es una trampa? ¿Crees que somos idiotas?
—Pueden tomarme a mí como rehén luego de dibujarles un mapa. También pueden venderme a mí, pero, ¿cuánto sacaran por alguien como yo? ¿No les resultaría más rentable ser mis proveedores de mercancía? Piénsenlo. Y, como extra, pueden tener un descuento especial en mi negocio.
El silencio regresó. El pirata lo estaba escrutando con la mirada de tal forma que podía corroerle la armadura. En su interior rezaba a Atenea para que fuesen lo suficientemente tontos de caer en la mentira.
—¡Ya escucharon, tenemos otro comprador! ¡Traigan a las chicas!
«¿Chicas? No, esto no era parte del plan, —no había previsto que se trataba de más de una— ¿qué se supone que haga ahora? —a lo mucho sería capaz de salvar a una sola de ellas, y no había garantía— Piensa, piensa»
Mientras se quedaba como una estatua, con su cerebro a toda potencia para tratar de averiguar qué debía hacerse a continuación, las rehenes comenzaron a abandonar la cueva una por una. Todas iban desnudas del torso para arriba, con sogas atándole las muñecas, pero sin limitarle la movilidad de sus pies, obviamente no esperaban que huyeran. Los ligeros hematomas y las miradas muertas demostraban que los actos salvajes se habían llevado a cabo mucho antes de que ellos llegaran. Maldiciéndose a sí mismo, el pirata dijo:
—Aquí están todas, elige a la que quieres comprar. En lo personal, disfruté más con esta. — agarrando a una mujer de cabello castaño, la arrastró del brazo media docena de pasos y la arrojó a la arena. —Sabe cómo mover las caderas a pesar de que al principio se negaba.
Mientras recorría las marcadas curvas de la sollozante mujer, Achilleus apartó la vista en dirección de sus aliados. Uno de los hombres del lord, asomándose ligeramente desde atrás de la roca, apuntaba con la ballesta hacia el líder.
—Tráela más cerca, quiero verla. Me gusta inspeccionar la mercancía por mí mismo.
—¿No te han dicho que eres exigente?
A pesar de haber replicado, detuvo el manoseo y, halando desde la pierna izquierda, la arrastró hasta quedar a unas ocho zancadas. Mientras fingía mirarle detenidamente el rostro, también echaba ojos a las que estaban detrás.
—Me gusta, me gusta. Me la llevo. ¿Qué hay de las otras? ¿Pueden andar? Ponlas a caminar un poco y luego que se acerquen.
—Qué fastidio. Pero, oye, ¿alguna otra? — preguntó mientras caminaron hacia la derecha.
—Bueno, esa rubia tiene un cuerpo excelente, — señaló a una al azar —así que tal vez sea esa. Bien, ahora que caminen hacia el otro lado.
Haciéndoles señas, obedecieron la orden y caminaron hacia la izquierda mientras que, la castaña todavía en el suelo, se veía asustada ante la posibilidad de ser vendida. El grupo de mujeres se alejó de los piratas, quienes disfrutaban viendo sus cuerpos desnudos. Era el momento. Emitiendo un grito a modo de señal, el rhodiano disparó. El pirata mostró una cara de desconcierto segundos antes de que sus ojos se apagaran y el grito de las esclavas, quienes se dispersaron hacia izquierda y derecha, opacaba el susurro de las leves olas.
Achilleus cerró con un salto la distancia con la mujer que apenas se estaba levantando y, regresándola al suelo, la protegió con el escudo, poniéndose en cuclillas. Una flecha rozó su baluarte protector, a lo que solo pudo agradecer no haber entrado únicamente con el hacha y unas tablas unidas inapropiadamente, tal como había hecho antes.
—¿Puedes andar? — la mujer asintió con vigor —¡Entonces corre!
Luego de gritarle la orden, se levantó y corrió hacia el frente. Las flechas silbaban a su alrededor, golpeaban el casco, se rompían contra el escudo, le rozaban la piel. A pesar de ello, continuó, solo echando una leve mirada a su lado.
El lord, quien se movía como un caballo en galope a pesar de todo el peso que llevaba encima, era capaz de cubrir perfectamente a las mujeres con su escudo mientras que, dos de los tres hombres que había traído, los habían plantado en tierra a modo de muralla, tras la cual se refugiaban las mujeres antes de seguir corriendo, todo al tiempo que ellos disparaban sus ballestas y Rahseed su arco.
Oddvarr, como un hombre cuya vida había perdido valor, iba al frente sin utilizar escudo alguno, pero las flechas solo pasaban a su lado, era como si tuviera alguna especie de bendición. Con una que le rozó el rostro, ni siquiera parpadeo o mermó su marcha, siempre con el hacha en ristre. La nórdica, por el contrario, se escondía detrás del conde, una acción sensata ya que era un muro con piernas.
Regresando su atención al frente, un pirata, con el torso desnudo y tatuajes azulados, gritaba mientras blandía sus dos hachas como un completo demente. Achilleus, aprovechando el impulso, lo golpeó con el borde del escudo y rápidamente volvió a cubrirse tras escuchar el sonido de su cráneo roto.
A su derecha, uno con escudo y espada se acercaba lentamente, por lo cual, tras escuchar cómo una de las flechas golpeaba su defensa, aprovechó para girar en sentido del reloj y, con la punta al nivel de los pies, realizó un corte que lo derribó. Rápidamente se agachó para bloquear otra de las flechas que se dirigía hacia sus muslos; ya habían aprendido donde apuntar. Utilizando el reverso del doru, también afilado, y con el impulso al agacharse, terminó con la vida del hombre que había derribado.
La arena levantada le generaba picor en la nariz, por lo cual sacudió su cabeza y, mientras tanto, el conde golpeó a uno de los piratas con el escudo, que zarandeaba como si nada y era capaz de moverse como alguien que se encontraba completamente desnudo. Sus cortes eran tan precisos, fuertes y rápidos, que hacía palidecer la capacidad de Oddvarr para cercenar miembros.
Cubriendo al lord de Yalen, Matheld parecía tener una predilección por cortar los rostros, pues unos cadáveres a sus pies habían perdido la nariz o los labios. Tampoco perdía en una competencia de fuerza con un hombre, ya que había recibido un puñetazo y simplemente se lo regresó como si nada, para luego derribarlo de una embestida.
Escuchando pasos delante de él, se levantó bruscamente, golpeó con el escudo para hacer retroceder al agresor, lanzó una rápida estocada y luego volvió a agacharse, escuchándose el sonido del escudo siendo impactado.
Su corazón estaba comenzando a esprintar tal como hacía a menudo, pero, cuando llevaba su uniforme, cuando empuñaba su lanza, cuando veía el reverso del escudo, sentía que podía tal vez no contener, pero si retrasar en gran medida, la naturaleza de su sangre, la maldición de su antepasada, la llamada de los berserker desde el Valhalla. Se sentía como un hechizo protector.
Golpeando su casco contra el borde del escudo, se tranquilizó y, cuando no escuchó más flechas, confiando en los tiradores rhodianos que tanto fueron alabados, se irguió para cargar nuevamente. Ante él, al menos una decena quedaba todavía de pie, al borde de la cueva, claramente discutiendo en su interior el valor y la cobardía. Se entendía el sentimiento. Detrás del lord, una decena de cadáveres mutilados estaban reposando sobre la arena, todos muertos de un solo golpe.
Quien se acercó de frente con escudo en alto, pero manteniendo las piernas alejadas y listas, quería llamar su atención para que su compañero flanqueara lo flanqueara. En respuesta al que tenía delante, arrojó una patada que lo hizo tropezar y, antes de acabarlo, bloqueó el golpe de un hacha que venía desde su izquierda. Embistiendo, por poco tropezó cuando el contrincante se hizo a un lado, evitando caerse al usar la lanza como apoyo tras enterrarla en el suelo y, antes de recibir un golpe letal, la soltó, tomó el hacha y se la enterró en el vientre.
Con la espalda descubierta, el pirata que había derribado se levantó para apuñalarlo a traición, solo que pudo evitarlo al poner su defensa en su espalda, patearle la espinilla y girar para hundirle el hacha en la mejilla, arrancarle y guardarla en su cintura, agarrando otra vez su lanza.
Mientras recuperaba la postura, escuchó un alarido a su lado derecho, que resultaba ser otro de los bandidos cargando con espada en mano. Antes de que pudiera reaccionar para defenderse, el cuerpo se desplomó con un virote que había pasado cerca de su oreja. Definitivamente no quería enfrentarse en ningún momento contra los rhodianos, esa puntería era digna incluso de Artemisa.
Sin tiempo para descansar, uno de los piratas, delgado y con un casco que le cubría completamente el rostro, fue el primero en reunir las agallas suficientes para lanzarse contra Achilleus. Debido a que el golpe venía desde arriba, subió el escudo para defenderse e inmediatamente después arrojó una patada a su pecho para ganar algo de distancia.
El casco del agresor se resbaló debido a que le quedaba grande, y cuando iba a recibir el golpe de gracia, Achilleus se quedó paralizado, con el reverso de la lanza apuntándole al cuello. Un chico que estaba rondando los quince o quizás menos, lo miraba aterrado.
Los ojos de los jóvenes swadianos todavía se le clavaban en su conciencia, cómo seguían juzgándolo incluso luego de que la luz de sus vidas se hubiera extinguido de forma tan abrupta. No habían aceptado morir en aquella tierra lejos de su hogar, a manos de un extranjero que salvaba a un esclavo. Y ahora se repetía. Un niño casi estuvo a punto de morir bajo su mano.
Un dolor en su muslo lo sacó del ensueño en el cual había sido conducido por sus recuerdos. El acero frio, la hoja de una daga, se había abierto paso en su carne mientras jadeaba por el nauseabundo aire que apestaba a sangre. Era capaz de sentir las pocas raciones que había comido intentando escapar de su estómago.
Incapaz de mantener el equilibrio mientras retrocedía, cayó sobre su trasero al tiempo que se levantaba el joven pirata, habiendo recuperado su espada del suelo. Tratando de defenderse con el escudo, la persona frente a él perdió la cabeza de pronto, y detrás, cuando el cuerpo fue llamado por la tierra, estaba el mercenario taciturno con el mandoble ensangrentado, del cual se había olvidado.
Oddvarr, luciendo flechas incrustadas en sus hombres, se hizo a un lado, pero permaneció cerca de Achilleus, quien todavía tenía la vista desenfocada, sintiendo que podría vomitar si hacía algún movimiento brusco.
Los piratas restantes, que eran unos cinco, habían decido rodear al lord para, en un intento de preservar algo de su miserable orgullo, derribar al anciano que los había humillado. Mientras se acercaban, Gutlans soltó su espada larga y dejó el escudo enterrado en el suelo, lo que parecía símbolo de una rendición, ya que Matheld estaba encargándose de su propio grupo.
Deseosos de clamar venganza sobre un enemigo que había depuesto todas sus armas, el grupo, sin excepción, se apresuró hacia él. De un movimiento que solo podía ser descrito como rápido e increíble, el conde retomó el escudo que había enterrado y giró con él extendido. El sonido de cuatro cuellos rotos enmudeció el ambiente. El último de ellos, quien había quedado vivo solo porque estaba un paso atrás del resto, soltó inmediatamente su hacha y cayó de rodillas. Achilleus también habría tomado aquella decisión si se hubiera encontrado en el bando enemigo.
El número que había contado no se acercaba a la realidad, claramente habían superado los treinta e, incluso, podía arriesgarse a decir que pudo tratarse de unas cuarenta personas muertas; en ningún momento pensó en quienes pudieron retirarse.
Oddvarr lo ayudó a ponerse de pie y, con él como apoyo, comenzó a andar. Rasheed se acercó como un vendaval preguntando por su seguridad, pero lo relajó con un ademan, para luego entregarle la lanza, el escudo y el casco, quería sentirse lo más ligero posible. El mareo y la pierna herida disminuían la poca fuerza que le quedaba, había perdido la costumbre de usar armadura gracias a los años de relativa paz que había vivido.
Matheld caminó tan rápido como siempre lo hacía y, al ponerse junto a él, fue la primera vez que le vio una sonrisa; era tan radiante y segadora que no parecía la misma persona e, incluso, si su vida no corriera peligro, se arriesgaría a decirle que se veía hermosa, a pesar de resultar perturbador que pudiera sonreír en esa situación, con el rostro bañado en sangre. De todas formas, el espectáculo no duró mucho, ya que regresó a su rostro de piedra cuando se percató de cómo estaba siendo observada tan fijamente.
El grupo se dirigió al interior de la cueva luego de haberle preguntado al pirata rendido el lugar donde estaban los objetos robados, el botín de la victoria, la segunda motivación de aquel largo y agotador viaje. Una pequeña abertura a la derecha, luego de unos diez pasos tras entrar, se encontraba metido un cofre de madera desgastado por la humedad y los años. Había un olor a rancio en el ambiente, junto a distintos aromas que prefería ignorar por lo desagradable que resultaban.
La primera en dirigirse al premio, emocionada y como una niña que recibía un regalo, fue la nórdica a la cual se le había prometido un tesoro. Así que, luego de abrir el cofre y estar Achilleus a punto de preguntar sobre el contenido, esta lo patea tan bruscamente que voló junto a su contenido, un puñado de denares con herrumbre sobre los bordes.
Envuelta en furia, salió de la cueva con la mano en la empuñadura de la espada, así que, lo más rápido que su cojera le permitía, la siguió. Llegó justo en el momento en el cual el pirata estaba comiendo arena y con una hoja reposándole en la espalda. No sentía especial lastima por el pirata, pero igual iba a intervenir ya que era un enemigo que se había rendido.
—¡¿Me quieres tratar como a una idiota?! ¡¿Dónde está el botín, maldito marinero de agua dulce?! ¡Dime dónde está antes de que te corte la verga y se la dé de comer a los peces, cerdo asqueroso!
«Por Atenea, qué mujer tan… poco refinada, por decir lo menos».
—E-e-es to-todo lo que te-te-enemos.
Del miedo a ser ejecutado cuando ya se había rendido, ni siquiera podía articular bien las palabras. Nadie estaba haciendo nada, ni siquiera el conde, quien solo disfrutaba la vista con una sonrisa en su rostro.
—¡¿Así que si crees que soy una idiota?! ¡Bien, si así quieres jugar, comenzaré cortándote los putos dedos antes de ir por tu v…
—Cálmate Matheld, no creo que esté mintiendo, de nada le sirve. Además, míralo, está…
Con aquellos ojos en llamas, incluso el extranjero habituado a la guerra enmudeció y sintió la necesidad de retroceder, pero ella fue mucho más rápida y cambió el objetivo de su ira hacia él. Oddvarr lo arrojó hacia Rasheed quien, soltando nervioso los objetos que Achilleus le había dado, lo atrapó con esfuerzo ya que la diferencia de peso se notaba de sobra. Se aseguraría, luego, de meterle un poco de sentido común al viejo taciturno en la cabeza.
Deteniéndose gracias al muro que se había puesto en su camino, un repelente perfecto de salvajes, eso no le impidió que le gritara desde allí:
—¡Me debes un tesoro, ¿escuchaste?! ¡Me lo debes! ¡No te dejaré ir de Calradia hasta que me pagues aquello que me debes! ¡Te perseguiré por el resto de tu vida, ¿estuchaste?! ¡Jamás te desharás de mí!
«¿Otra deuda? —soltó un suspiro— ¿Es que podré, en algún momento, pagar? Y eso de nunca deshacerme de ti… por Atenea».
Una carcajada del conde Gutlans le recordó a la salvaje nórdica, ahora con el ánimo enfriado, que seguía en presencia del lord de Yalen. Pareció haber disfrutado el espectáculo que se montó, pero ahora, con algo que decir, habló:
—Qué grupo tan divertido, me recuerda mis tiempos de juventud, cuando cazaba bandidos junto a los demás lores. Era un tiempo en el cual podía relajarme, sin preocuparnos en lo más mínimo de nada. Oh, pero supongo que no quieren escuchar los desvaríos de este viejo. Achillues, ¿te parece si hablamos en privado?
Incapaz de rechazar una petición directa del lord, que fue incluso tan amable de ayudarlo a caminar hasta la cueva, comenzó la conversación:
—No pensé que mi lord sería un luchador tan esplendido a su edad. La forma en la cual se movía era la de un hombre que no sentía el peso de su armadura y luchaba como solo podía hacerlo un veterano.
—Oh, me adulas. No es nada sorprendente.
—Su modestia también es digna de una figura tan ilustre. Y también permítame agradecer su ayuda, jamás habríamos logrado el sometimiento de los piratas solo nosotros.
—Oh, no hay nada de qué preocuparse. — le ofreció la mano y Achilleus se apresuró a responder; su agarre era fuerte, tal como se esperaba de un hombre capaz de cargar el escudo pavés como si de una rodela se tratase. —Fue un placer ayudar, — pero sus siguientes palabras lo dejaron helado: —especialmente a nuestros vecinos de swadia, ¿no es así, mercenario swadiano?
—¿Eh?
A pesar de intentar librar su mano, la diferencia entre sus fuerzas era como querer comparar el cielo y la tierra, por lo cual permaneció en su posición, esperando su dictamen.
—Oh, por favor, no hagas esa cara. Lo supe desde un principio. ¿Crees que un swadiano fingiendo ser un khergita, un mercenario extranjero, un nórdico y un sarranés pueden entrar a Yalen, respaldados por la Cofradía de Dhirim, y no lo notaría? Puedo estar viejo, pero mis ojos y oídos todavía funcionan en Calradia. Aunque… — lucía pensativo, diciendo: —tal vez esta es la razón por la cual he vivido tanto. Sinceramente, todo se debe a tu nueva y adquirida fama, es imposible que el hombre que derrotó a los Mutilados pueda pasar desapercibido.
—Permítame solicitar la libertad de Rasheed, Oddvarr y Matheld, ellos no tienen nada que ver ni conmigo ni con swadia, y ya mi lord debería saber que Ymira nació en Yalen.
—Virtuoso hasta el final, ya veo. Eres un hombre digno, ¿nunca te lo han dicho? No te preocupes, no pienso hacer nada con ustedes. Participaron en la subyugación de un grupo de piratas y salvaron a la hija de un viejo amigo. El padre de la señorita Ymira ha sido un amigo desde que lo conocía cuando él todavía no sabía cómo comerciar, así que, ¿qué clase de hombre sería si arresto y ejecuto al benefactor de un amigo?
—Se lo agradezco. — suspiró aliviado, sintiendo que sus piernas estuvieron a punto de ceder.
—Yo soy quien debería agradecerte. Si en algún momento sientes que tu trabajo en la Cofradía de Dhirim no es bien remunerado, o si necesitas la ayuda de este viejo, puedes acudir a Yalen en cualquier momento. — Achilleus se inclinó lo mejor que pudo con su muslo lastimado y, para no molestar al lord, se apoyó en la pared para moverse, solo que el conde Gutlans dijo repentinamente: —Oh, permíteme darte un consejo antes de separar nuestros caminos. — Achilleus se giró para escuchar —No llamas mucho la atención, mantén tus hazañas siempre al mínimo, ¿sí? Si quieres vivir en Calradia, pasa desapercibido, nunca debes llamar la atención de un lord, tal como hizo Come-Orejas, ese fue su error. Nunca, por ningún motivo, hagas que tu nombre esté en boca de todos, sería una lástima perder a un hombre tan virtuoso como tú. Especialmente si soy yo quien debe acabar con tu vida.
Queriéndole preguntar a qué se refería, el lord se despidió y él, como plebeyo, no le correspondía hablar con una figura de sangre azul.
«¿No llamar la atención? ¿No es muy tarde para eso? ¿Y qué tiene que ver conmigo ese bandido? Yo no soy un bandido, por lo cual no debo preocuparme de ser un poco famoso. ¿Y qué quería decir con acabar con mi vida por ser famoso?».
Todo eran preguntas, preguntas y más preguntas. Achilleus nunca había conocido a nadie que hubiera muerto por el único motivo de ser famoso. Faltándole un paso para salir, la figura de Matheld lo interceptó, lo que casi lo hizo tropezar de la sorpresa de no ser porque ella lo agarró antes; todavía seguía algo alterado tras el combate y su cuerpo reaccionaba solo.
—Lo diré de forma directa: me uniré a ti.
—¿Perdón? Si es por los denares, encontraré la manera de pagarte, pero no es necesario que me persigas por toda Calradia para cobrarme.
—En parte es por eso, pero hablé con ese tal Oddvarr. — «¿Estamos hablando del mismo Oddvarr, que no habla con su capitán?». —Me dijo que pagas tus deudas. — «Si tan solo supieras que debo hasta mi nombre» —Y que, como nórdica, encontraré una muerte gloriosa si decido seguirte.
—Puedo entender lo primero, pero escucha con atención: yo no busco morir, me gusta la vida. No busco que mis homb- seguidores mueran, así que creo que esta compañía es el lugar equivocado para ti.
—¿Qué clase de tonto o lunático quiere que sus seguidores mueran? Si quisiera suicidarme puedo hacerlo yo sola, no necesito la ayuda de un intento de nórdico. — negó con la cabeza —Busco morir en una batalla gloriosa, es todo. — «¿No es lo mismo?» —Así que no tienes derecho a negarte.
—¿Te…
—¡Gracias!
La repentina voz de Ymira lo hizo saltar y, de no ser nuevamente por Matheld, estaría en el suelo comiendo arena. Parecía que todos estaban conspirando para dejarlo arrastrándose.
—No hay nada por agradecer.
Mirando en derredor, solo una de las esclavas liberadas estaba hablando con el conde en persona. No había duda alguna de que se trataba de la rumoreada hermana de Ymira, no todas cruzarían palabras con el lord y lo demostraban las otras, quienes estaban, primeramente, celebrando su libertad; además, la mayor característica que las hacía similares era su cabello rubio.
—Salvaste la vida de mi hermana. — dijo mientras se acercaba Rasheed.
—Hice lo que cualquiera haría.
El joven sarranés, con todo el equipo que Achilleus le había dado, venía con la cara como la de un hombre hipnotizado al tiempo que se rascaba la mejilla. No había que ser un genio para saber lo que había pasado.
—No todos hubieran hecho eso por una desconocida y su egoísmo.
—Tal vez tengas razón. Lo importante es que ahora puedes volver a casa con tu familia. Trata de reconciliarte con tu padre, estoy seguro de que sabrá perdonarte. A veces los padres pueden ser autoritarios, pero siempre quieren lo mejor para sus hijas.
—Sobre eso… — miró hacia todos los lados, para luego centrar sus ojos en la persona con la que estaba hablando —¿puedo acompañarlos? — al notar la forma en la cual todos la miraban, se apresuró a agregar: —Prometo no ser una carga, puedo lavar la ropa, cocinar, limpiar, pulir las armaduras, afilar las armas, cualquier cosa que necesiten tus hombres.
—Me niego. — contestó inmediatamente Achilleus. Rasheed, quien estaba esperanzado segundos atrás, ahora parecía un hombre arrojado a las fauces de la desesperación, como si la mayor oportunidad de su vida se hubiera esfumado. —Una compañía de mercenarios no es un lugar en que las mujeres puedan jugar. Además, los soldados deben encargarse de lavar su propia ropa o del mantenimiento de su equipo, es parte de la disciplina.
—Pe-pero, Matheld…
—Matheld es diferente. Ella puede cuidarse por sí sola, lo acaba de demostrar perfectamente. ¿Qué hay de ti? ¿Crees tener alguna habilidad que resulte útil?
Estaba siendo demasiado rudo con ella, pero no podía permitirse ceder en ese asunto solo porque Rasheed se encontraba embelesado por la rhodiana. Si se unía a su compañía, pasaría a ser su responsabilidad.
—Y-yo a-aprendí un poco de primeros auxilios.
—¿Es verdad? ¿Y cuáles son tus verdaderas razones para unirte? — preguntó, ya que antes había ocultado información.
—S-sí. Padre a veces llevaba algunos libros a casa, así que los leía a escondidas. Y mis razones… — quiso callar, pero prosiguió: —mi padre descubrió que engañaba a mis parientes en Veluca, así que tengo que buscar un nuevo lugar en el cual quedarme, y algún trabajo para vivir.
—Puede ser útil, — se apresuró a agregar Rasheed —¿no necesitas tratar tu pierna ahora?
—¡Puedo hacerlo por ti!
Realmente no quería permitirle a una pequeña y poco hábil mentirosa quedarse entre ellos, especialmente porque era mujer. No tenía nada en contra de que una mujer luchara, incluso Matheld sería bienvenida entre ellos, pero con Ymira era diferente, estaba seguro de que haría que los hombres se comportaran de manera extraña. Con una repentina idea, anunció:
—Bien, te permitiré venir con nosotros. — antes de que pudiera celebrar y que Matheld lo fulminara con la mirada, dijo: —Pero habrá dos condiciones. La primera es que debes aprender a utilizar un arco para poder defender, Rasheed puede enseñarte eso; tienes que presentarme progreso semanalmente. Y lo segundo es que vas a fingir ser su esposa. Si una mujer como tú se une a un grupo de mercenarios, la disciplina no tardará en romperse. Y por si todavía no te ha quedado claro, le resultas atractiva la mayoría. Así que, si alguna de las dos condiciones es quebrantada, especialmente si tu presencia causa alguna clase de problema, personalmente te llevaré a Yalen, ¿te quedó claro?
Un poco abrumada por aquellas condiciones y la forma autoritaria en la cual le habló, solamente asintió en silencio. Rasheed volvió a estar contento con la decisión y agradeció con los ojos, ahora brillando nuevamente. La nórdica no tenía queja, parecía que la condición de obligarla a aprender a luchar había logrado convencerla.
Recordando que todavía tenía una herida, le hizo señales a la nueva integrante para que se acercara y lo tratara, por lo cual se sentó en la roca más cercana. No sería algo hecho por un profesional, pero luego le sacaría algunos denares a Osbourne para pagar un médico.
Imaginando la forma en la cual le iba a decir a Osbourne que había adquirido una nueva deuda de estimaciones desconocidas, una sonrisa le afloró al rostro. Estaba seguro de que el comerciante le gritaría hasta quedarse completamente ronco, y ya ni hablar de su reacción con los nuevos miembros.
Dejando la reacción de su amigo a un lado, se centró en el viaje por delante, ya que todavía faltaba dirigirse a Jelkala para hacer el trato y, si algo había aprendido, era que con Osbourne ningún trato era realmente fácil.