Prólogo.
"Mierda" pensé. Tuve que parar, apoyándome en un árbol para coger aire. Me palpé el hombro izquierdo con la mano y note la sangre que, imparable, salía del mismo. Me arranqué parte de la camisa y ayudado con los dientes me hize un precario vendaje que parase la hemorragia.
Contemple el libro que llevaba en la mano izqueirda, ese maldito libro que tantas desgracias nos habia causado: una docena de hombres buenos muertos para que yo pudiese huir, poniéndolo a salvo, por ahora.
No recuerdo el ataque con claridad, se que fue hace un par de horas, entraron en el monasterio haciendo que la pesada puerta saltase por los aires con una gran cantidad de explosivos. Eramos pocos y fuimos pillados por sorpresa, no hubo un combate propiamente dicho: la mitad habían muerto con la primera ráfaga de disparos lanzados desde unos fusiles de asalto. El resto huímos hacia el altar principal, donde estaba el libro.
-¡Huye con el!¡Ponlo a salvo! -Me apremió Felister, el jefe de la guarnición y antiguo amigo mío.
Me dió el libro y, tras tirar de un candelabro de la pared que abrió un pasaje, me metió a empujones por el mismo. Tras de mí se cerro el pasadizo y enseguida volvieron a escucharse disparos. Tras un par de explosiones el ruido cesó.
El pasadizo avanzaba un buen trecho y desembocaba en una cueva. Tuve la suerte de decidir pararme justo al final del mismo. Dos hombres armados vigilaban la cueva, no en vano las antiguas historias decían que un antiguo túnel conectaba el monasterio con la cueva.
Sabía que no podría escapar sin luchar, sin matar. Apoyé el libro en el suelo y me acerqué, agachado, al guardia mas cercano. En apenas unos segundos le rompí el cuello y le desarmé, giré sobre mi mismo y apunté al otro guardia con la pistola del que acababa de matar. Ambos disparamos a la vez: mi bala le entró por la boca y salió por su nuca, con un ruido sordo que hizo que el hombre cayese hacia atrás, muerto. Mi alegría no duró nada, pues su disparo me acertó en el hombro, provocando un impacto que me hizo caer de culo.
Haciendo uso de toda la fuerza que pude me levanté y toque el hombro, del que empezaba a emanar la sangre.
"Mierda" -Pensé- "Seguramente habrán oido los disparos"
Cogí el libro y salí corriendo de la cueva. Durante dos horas andé y andé, cada vez más cansado y dolorido. Las piernas empezaban a fallarme cuando divisé a lo lejos una granja, sonreí para mis adentros y corrí hacia ella.
En apenas unos minutos recorrí corriendo el espacio que me separaba de la granja. Sabía perfectamente a quien pertenecía y, desde que yo había vuelto a Serindiar la había mantenido vigilada.
Sabía sin lugar a dudas que el matrimonio de los Carester no estaba en casa, estaban de segunda luna de miel. Su hija, Sandra, se había quedado al cuidado de la granja, ayudada por los empleados de su padre. Sandra fue, durante muchos años, mi mejor amiga. Sin embargo, por cosas de la vida hace cuatro años que no la veo ni hablo con ella.
Conseguí llegar a la puerta y, con mis últimas fuerzas, golpee la puerta. Unos segundos más tarde la puerta se abrió y una morena deslumbrante se dejó ver tras ella. La chica abrió mucho los ojos al reconocerme, en una expresión de sorpresa al verme allí, delante suya despues de cuatro años. Dicha expresión pasó a una de pavor cuando vió mi estado.
-¡Toba! -Dijo ella- ¿¡Qué coño te ha...!? -No la dejé terminar.
-No... llames... a... la... policia... -Dije yo con mis últimas fuerzas para despues desplomarme en sus brazos.
"Mierda" pensé. Tuve que parar, apoyándome en un árbol para coger aire. Me palpé el hombro izquierdo con la mano y note la sangre que, imparable, salía del mismo. Me arranqué parte de la camisa y ayudado con los dientes me hize un precario vendaje que parase la hemorragia.
Contemple el libro que llevaba en la mano izqueirda, ese maldito libro que tantas desgracias nos habia causado: una docena de hombres buenos muertos para que yo pudiese huir, poniéndolo a salvo, por ahora.
No recuerdo el ataque con claridad, se que fue hace un par de horas, entraron en el monasterio haciendo que la pesada puerta saltase por los aires con una gran cantidad de explosivos. Eramos pocos y fuimos pillados por sorpresa, no hubo un combate propiamente dicho: la mitad habían muerto con la primera ráfaga de disparos lanzados desde unos fusiles de asalto. El resto huímos hacia el altar principal, donde estaba el libro.
-¡Huye con el!¡Ponlo a salvo! -Me apremió Felister, el jefe de la guarnición y antiguo amigo mío.
Me dió el libro y, tras tirar de un candelabro de la pared que abrió un pasaje, me metió a empujones por el mismo. Tras de mí se cerro el pasadizo y enseguida volvieron a escucharse disparos. Tras un par de explosiones el ruido cesó.
El pasadizo avanzaba un buen trecho y desembocaba en una cueva. Tuve la suerte de decidir pararme justo al final del mismo. Dos hombres armados vigilaban la cueva, no en vano las antiguas historias decían que un antiguo túnel conectaba el monasterio con la cueva.
Sabía que no podría escapar sin luchar, sin matar. Apoyé el libro en el suelo y me acerqué, agachado, al guardia mas cercano. En apenas unos segundos le rompí el cuello y le desarmé, giré sobre mi mismo y apunté al otro guardia con la pistola del que acababa de matar. Ambos disparamos a la vez: mi bala le entró por la boca y salió por su nuca, con un ruido sordo que hizo que el hombre cayese hacia atrás, muerto. Mi alegría no duró nada, pues su disparo me acertó en el hombro, provocando un impacto que me hizo caer de culo.
Haciendo uso de toda la fuerza que pude me levanté y toque el hombro, del que empezaba a emanar la sangre.
"Mierda" -Pensé- "Seguramente habrán oido los disparos"
Cogí el libro y salí corriendo de la cueva. Durante dos horas andé y andé, cada vez más cansado y dolorido. Las piernas empezaban a fallarme cuando divisé a lo lejos una granja, sonreí para mis adentros y corrí hacia ella.
En apenas unos minutos recorrí corriendo el espacio que me separaba de la granja. Sabía perfectamente a quien pertenecía y, desde que yo había vuelto a Serindiar la había mantenido vigilada.
Sabía sin lugar a dudas que el matrimonio de los Carester no estaba en casa, estaban de segunda luna de miel. Su hija, Sandra, se había quedado al cuidado de la granja, ayudada por los empleados de su padre. Sandra fue, durante muchos años, mi mejor amiga. Sin embargo, por cosas de la vida hace cuatro años que no la veo ni hablo con ella.
Conseguí llegar a la puerta y, con mis últimas fuerzas, golpee la puerta. Unos segundos más tarde la puerta se abrió y una morena deslumbrante se dejó ver tras ella. La chica abrió mucho los ojos al reconocerme, en una expresión de sorpresa al verme allí, delante suya despues de cuatro años. Dicha expresión pasó a una de pavor cuando vió mi estado.
-¡Toba! -Dijo ella- ¿¡Qué coño te ha...!? -No la dejé terminar.
-No... llames... a... la... policia... -Dije yo con mis últimas fuerzas para despues desplomarme en sus brazos.