GUERRA NAVARRO-CASTELLANACuando el Reino de Navarra se atrevió a tomar de manos del califato el feudo de Belmonte, cercano a Cuenca, no advirtió que estaba dando a Castilla un mezquino casus belli pues Belmonte perteneció a Castilla hace años, antes de perderlo tras la humillante derrota en Alarcos. Ahora, sabiéndose más fuerte que Navarra pero menos que el califato, traicionaba la confianza de los reinos cristianos atacando a uno en vez de unirse a la alianza contra el enemigo común. Eleazar no podía creer tanta mezquindad. Castilla asediaba Belmonte, recién conquistada, con una guarnición simbólica, y nadie podía acudir en socorro de Navarra, estando todos unidos contra los almohades. La única esperanza de alianza podía venir de manos de Aragón, pero al haber firmado recientemente la paz con Castilla no podría ayudar hasta que el plazo de la tregua se cumpliese. Navarra estaba sola contra un reino que la decuplicaba en tamaño, fuerza y armas.
Eleazar aún así no dudó en lanzar su mesnada, veterana de las guerras en Portugal, experimentada, aunque no demasiado grande. 81 infantes al mando de sus oficiales, Mando y Galcerán, Ramón y Wilhelm, Rui y Bakr-Bahig, al mando cada uno de ellos de 10 infantes. Del bienestar de la mesnada se encargaba el médico Tammum, la cocinera-avituayadora Juana, el encargado de los carros Nuño, que era también el aprendiz táctico y el encargado de los campamentos. Pero Soaeres de Moreira era el pagador y el negociador principal. Alí era el jefe de exploradores, experto en seguir rastros. Cuando la hueste alcanzó Belmonte no podían creer lo que estaban viendo. La hueste castellana podría fácilmente aplastar a los pocos defensores. Burlar el círculo de asedio e introducir la hueste era un suicidio así que Eleazar decidió introducirse él personalmente, reunir informes y viajar a donde se encontrase el ejército navarro.
Fortún Aritza había tenido la mala suerte de recibir Belmonte en feudo hacía pocos meses. Su pequeña hueste, de un infanzón aldeano, sin riqueza para pagar grandes guarniciones, no era rival para Castilla. Eleazar saltó el muro por la noche y dio su nombre al asustado cabo de guardia al que se presentó. Fortún Aritza le reconoció y le hizo llevar a sus aposentos.
- Todo está perdido, mi buen Eleazar, si tú has saltado el muro cualquiera podría hacerlo. No estamos muertos porque no quieren que alguno de sus hombres se resbale trepando por la noche y tengan así una baja.
- Vamos, vamos, Fortún, no seas cenizo. Puedes rendir la plaza y retirarte con tus hombres a Navarra.
- ¿Y qué dirían de mi? No, Eleazar, debo luchar. Belmonte caerá pero nadie dirá de mi que por fin gané un castillo y lo perdí en menos de un mes sin luchar. Si tengo suerte y sobrevivo, mi hermana pagará rescate por mi, si no al menos moriré señor de una fortaleza arrebatada de las manos del moro. ¿Me ayudarás? ¿De cuántos hombres dispones?
- Fortún, ya sabes que he vuelto de Portugal, apenas tengo 80 hombres conmigo, y no saben defender un asedio de fuerzas 10 veces superiores. No. No te acompañaré en tu dolor, lo siento. Pero puedo llevarle noticias tuyas a casa y pedir ayuda al Rey. Dame cartas, yo te las llevaré.
- Me desangro y tú me quitas una mota del ojo, pero no puedo pedirte más, me alegro de haberte visto al menos. Sí. Lleva estas cartas al rey y a mi familia. Tal vez pase una temporada en las mazmorras de Granada o quizás abone las coles de Belmonte pero mis palabras se oirán gracias a ti en Pamplona. Diles que son unos cabrones por dejarme solo. Diles que no dejen que Castilla abuse de sus vecinos cuando están luchando contra el moro. Diles que te he pedido personalmente que mates a todos los castellanos que puedas en defensa de nuestro reino. En fin. Dame un abrazo, llévate las cartas y corre lejos de aquí antes de que amanezca o decida dispararte una flecha en la nuca por dejarme en este pozo de mierda.
- Hasta muy pronto, Fortún, te deseo fortuna.
- Vete ya, payaso de pelo colorado, vete ya y déjame morir en paz.
Eleazar saltó de nuevo el muro antes de que amaneciera y corrió entre setos y bosques bajos sin ser detectado por los asediantes. Sin embargo la tristeza le abatió al oír las trompas castellanas que en cuanto el sol asomó por el horizonte ordenaban el asalto. No podía hacer mas que ir a Navarra a dar la triste noticia: Belmonte había caído y nada se sabía de Fortún Aritza.
Sin perder tiempo, Eleazar se reunió con su hueste y al trote llegaron a Vitoria, donde Aritza sabía que las tropas se reunirían. No encontraron sin embargo ni al rey ni a la hueste, el informe del asediado Fortún estaba obsoleto. En Vitoria Eleazar fue informado que Navarra asediaba ahora mismo Reinosa ignorando el asedio de la menos jugosa Belmonte, sacrificando a sabiendas a Fortún Aritza y su mesnada. Pero al menos Eleazar aprovechó la visita a la segunda ciudad navarra y ordenó la apertura de una segunda delegación comercial, gastando otras 10.000 monedas de oro, a cuyo mando colocó a Ramón Guillem y a Wilhelm von Gunzburg, que a pesar de no ser buenos comerciantes, sabían mandar y obtener de un equipo una defensa firme en estos tiempos de guerra. Mientras Ramón supervisaba la construcción de las tinas de tintado Wilhelm cabalgó a la vecina Pamplona, a pedir ayuda a Bernardo Legionense y Aldonza, jefes de esa delegación, para que les ayudasen a levantar el negocio. Mientras tanto Eleazar y sus infantes ligeros llegaron a Reinosa, en donde la hueste navarra asediaba al enemigo.
Jakes Scors es el nuevo Alférez del Reino de Navarra. Eleazar acude a su tienda en el campamento de asedio de Reinosa y se presenta ante él para darle las tristes nuevas de la caída de Belmonte.
- Sí, ya contamos con la caída de Belmonte. ¿Y qué? Belmonte está más allá de tierras aragonesas y castellanas. La tomé en primer lugar para intercambiarla con castilla o Aragón cuando la cruzada comenzase. Ahora no tiene sentido estratégico conservarla. Que se la queden. El tiempo precioso que nos han dado alejando tropas de Reinosa nos beneficia.
- ¿Y qué pasa con Fortún Aritza, mi señor?
- Fortún es un muchacho joven y fuerte que seguramente sobreviva a un asedio tan desigual. Se rendirá, será capturado y lo intercambiaremos por otro Señor o, de ser barato, pagaremos un rescate por él. La guerra de hoy en día está regida por la caballerosidad y la inteligencia, uno no mata fuentes de beneficios, uno no captura si no puede esclavizar o pedir rescate por sus prisioneros. Nada malo le pasará a Fortún a parte de perder su nuevo feudo y su mesnada, que está perdida, pero no es una gran pérdida para Navarra.
- Eso es muy frío y deshumanizado.
- ¡ESO ES LA GUERRA! No puedo arriesgar a dejar Navarra indefensa por irme lejos a defender feudos arrebatados al Islam hace décadas. ¡Que se pudra Fortún Aritza! Tomaremos Reinosa, fronteriza con Navarra, aumentaremos nuestra frontera a las alturas de las fronteras gloriosas de nuestras mayores expansiones territoriales históricas. Sacrificaremos los feudos sureños tomados al Islam y saldremos al rescate de cualquier feudo navarro asediado por Castilla. Esa es la guerra y no perderé ni un instante en lamentarme por hacer lo que se debe hacer. Sois un caballero, Eleazar, y entiendo que os gustaría defender cada causa y cada batalla, pero las batallas a veces se deben perder por ganar una guerra, y Castilla nos ha dado una guerra en la que para ganar tendremos que perder muchas batallas. Haceos rápido a la idea o lo pasaréis peor aún de lo que lo deberíais pasar. Ahora idos. Mañana comenzará el asalto y debo planear los detalles. Acudid al rey, quizás él os consuele mejor de lo que yo puedo. Espero veros mañana en primera línea de asedio. He leído informes del anterior Alférez Ianol de que sois un magnífico arquero en asedios. Ea, idos.
Sancho VII abrazó a Eleazar y miró su nueva armadura.
- Factura portuguesa, no me cabe duda. Habéis prosperado allá al Oeste. Decidme, ¿quién os dio permiso para duplicar vuestra hueste? Mis hombres me cuentan que mandáis casi 80 hombres.
- Mi señor... La guerra contra el Califa...
- Nononono, yo lo que quiero saber es cuánto me cuestan esos otros 40 portugueses adicionales.
- Pero señor, cuando me enviasteis no me disteis paga ni peculio en prenda por tomar prestadas vuestras seis mil monedas y esa mesnada me la he pagado yo de mi bolsillo todos estos meses, tanto los 40 castellanos como los 30 portugueses.
- ¿Qué me dices, sin feudo ni renta?
- Pagado de mis ingresos comerciales.
- Dios nos libre, que aberración para un caballero. Eso hay que ponerle remedio, pardiez. Estoy contento con vos, hermano, y os diré que, en esta guerra, si os comportáis como debe un auténtico Jimena de sangre real, os otorgaré señorío, renta y vasallos. Ea, a dormir, que mañana empieza el asedio. Tal vez mañana mismo os ganéis una tierra que llamar propia y en donde poder enterrar los propios huesos, ¿eh?
Justo en ese instante desde Reinosa empezaron a llover rocas sobre el campamento navarro. El Alférez Real salió de su tienda muy flemoso y adusto, miró hacia Reinosa y con voz tonante dijo: "Esos cabrones han montado una gran catapulta. No esperaremos a mañana. ¡ASALTAD LOS MUROS!"
Eleazar tomó su arco y se rodeó de sus fieles compañeros. Alí y Bakr-Bahig, Mendo y Galcerán, organizaron a sus 80 infantes ligeros navarros y portugueses y se lanzaron ordenadamente a las escalas que el maestre de asedio les asigno. Allí estaba el rey, un gigante entre sus escoltas, bramando con su mandoble a dos manos que le dejasen paso, que voy, dejádmelos todos. Allí estaba el Alférez real subiendo con flema y sin prisas por su escala como si pasease por sus jardines golpeando a izquierda y derecha con su maza de mando con desprecio. Allí estaba la nobleza navarra con sus mesnadas, tomando una fortaleza de un reino sin honor ni vergüenza que impedía que todos estos guerreros recuperasen España en vez de estar aquí matándose entre ellos. Eleazar vio como el Alferez recibía una flecha en el cuello y, sin perder su flema, levantaba la mano y su abanderado corría a ponerse junto al rey. Jakes Scors se retiraba herido y cedía el mando al Rey gigante. Entonces la catapulta de asedio de Reinosa disparó alto y una enorme piedra reventó junto al rey. Eleazar saltó de su escala y, en contra de las órdenes, corrió junto a su hermano seguido de sus hombres que hicieron un muro de escudos sobre Sancho Jimena. "¡Qué coño haces, estúpido, estoy bien, sólo han aplastado el abanderado". Bajo la piedra, en un charco de sangre, un puño enguantado sostenía un estandarte navarro. Eleazar lo tomó al advertir que el rey mentía, su tobillo izquierdo giraba en un sentido erróneo. Con el estandarte en la zurda y el alfanje que el Califa le regaló en la diestra Eleazar gritó: "¡a los muros!" y trepó la escala abriendo una cabeza de puente en las almenas, dejando paso a la tropa navarra para tomar torre a torre, patio a patio, hasta prender fuego a la misma torre del homenaje.
Reinosa había caído, aunque el precio no había sido barato en sangre navarra. Atando a los últimos prisioneros, Eleazar se vio rodeado del Rey, que avanzaba con una muleta, y del Alférez real, que tenía un rojizo vendaje en el cuello, junto otros maduros lores navarros.
- No me gusta, Eleazar, que cuando le digo a un joven prometedor para animarle a hacer heroicidades a lo largo de toda una guerra que le otorgaré tierras y honores cuando se haga merecedor de ello que al cabo de unos minutos me venga y me diga: "toma, rey, aquí tienes TODAS las heroicidades que me pediste". -Eleazar se sonrojó sin querer, cosa que por su tono de piel era muy evidente.- Vamos, joder, me duele la pierna, no me lo tengas en cuenta. Estoy muy contento contigo. Y aunque Reinosa será para un noble más experimentado y poderoso, que pueda pagar por defenderlo, tú vas a ser correctamente recompensado por lo que has hecho, no ha pasado desapercibido. Has actuado como un Rey de las montañas de antaño. Un héroe guerrero, un loco, en definitiva, así nuestros antepasados ganaron sus feudos, no te quepa duda. Levántate y dame un abrazo, Don Eleazar Jimena, Señor vasallo de Navarra, dame un abrazo porque yo te otorgo hoy honor y tierras, el feudo de Azpeita, con sus vasallos y rentas. Sigue así y tendré que darte hasta un castillo, hermano.
Y Eleazar abrazó a su hermano y rey y luego se arrodilló y juró ante los nobles de Navarra reunidos, ante su rey y ante Dios solemne vasallaje. Y el rey le besó en la boca y las mejillas y volvió a abrazarle, y le acompañó a la tienda real en donde celebraron y bebieron y comentaron las heroicidades de esa jornada.
"¿Qué colores lucirás?" Dijo el Rey. "Ya sabes, ¿tienes pensado un estandarte? ¿No? ¿Qué pendón usabas en la guerra portuguesa, el de Navarra? Vaya... Bueno, sé que en tus aventuras de torneo y torneo te llamaban Al Ahmar, el león rojo, pero eres un Jimena y sangre de mi sangre, así que no puedes tener un estandarte que no luzca el dorado de los Jimena, que para eso nos lo otorgó un viejo Papa. En campo de oro, lucirás un león rampante negro, como negro es nuestro águila Jimena, el Arrano Beltza. ¿Qué te parece?"
Eleazar, bastante borracho, asintió complacido. "León negro sobre oro. Me gusta". Y sonrió como un bobo mientras se escurría borracho de su silla de tijera al suelo y caía dormido.
Lleno de ilusión, confiado, dispuesto a comerse el mundo, Eleazar decidió patrullar con sus casi 80 hombres, pues había sufrido algunas bajas en el asedio de Reinosa, dado que el Alférez había ordenado la disolución del ejército real tras la toma del castillo para que los lores volvieran a sus feudos y reorganizasen sus tropas... Y él pudiera curar un poco el flechazo del cuello. Eleazar se internó en territorio castellano en busca de mesnadas enemigas que vencer cuando Alí, que estaba de avanzada, galopó al encuentro de Eleazar: "¡Emir, en el valle luchan las tropas de un lord navarro contra la mesnada principal de la corona castellana, les duplican en número!" Eleazar se irguió en su caballo. "¡Al rescate, camaradas, al rescate!"
Formando en 10 apretadas filas de 8 infantes, encabezada cada una por uno de los compañeros de Eleazar, armados con escudos y armas de mano, la tropa del recién nombrado Señor de Azpeita chocó con un flanco de la infantería castellana sorprendiéndolos, pero cuando el Rey advirtió su presencia ordenó a la caballería ligera que atacase a Eleazar por la retaguardia. El mismo rey acto seguido tomó una reducida unidad de caballeros e infanzones y cargó contra el flanco de Eleazar diezmando la mesnada. La superioridad era brutal, los gritos, la sangre, la unidad se desbandó y el mismo Rey de Castilla bajó de su caballo y clavó la lanza en el hombro de Eleazar al grito de "¡Yo a ti te conozco, montañés, yo a ti te voy a enseñar lo que valen las lanzas de Castilla!" Eleazar sintió un dolor tremendo, caído en tierra, el dolor le sumió en la insconsciencia y no despertó hasta una o dos horas después en una camilla improvisada hecha de ramas en mitad de un bosque de altos pinos. "¿Dónde estoy?" Tammum cambiaba su vendaje cuidadosamente. "Mi señor, tus hombres te apartaron de la lucha y nos retiramos hasta estos bosques en donde la caballería castellana no nos persiguió". ¿Cuántos... cuántos somos?" Eleazar buscaba rostros conocidos entre los heridos que le rodeaban. "Perdimos a más de 40 de los nuestros, aunque ninguno de los oficiales, muchos de ellos tienen heridas menores. Tenemos 16 heridos pero conseguimos retirarnos con algo parecido a una formación en cuadro del campo mientras se entretenían arrasando al lord navarro. Nos han dado una buena paliza". Eleazar dejó caer la cabeza. Intentó mover el brazo pero Tammum le abofeteó con cariño. "Nada de mover el brazo. Nos iremos a lamernos las heridas, a tu nuevo y flamante feudo de Azpeitia, si quieres, pero no estamos en condiciones de luchas como tampoco lo estás tú de luchar al menos en una o dos semanas". Se miraron a los ojos. "¿Entonces podré volver a luchar?" Tammum sonrió. "Como un jabato, si quieres, pero ha sido una locura enfrentarnos a tropas de élite. No tenemos caballería, ni infantería pesada, ni siquiera una tropa numerosa de ballesteros o arqueros. Tenemos que huir del frente, hijo mio, y rápido".
El Rey de Castilla vence personalmente a EleazarLlegada al pobre feudo de Azpeita, cerca de AlsasuMaltrechos, diezmados, los hombres de Eleazar toman la ruta de Pamplona y se alejan del frente a la mayor velocidad posible. Su destino es el nuevo feudo de Eleazar, Azpeita, en el valle bajo los montes de Alzania, al norte de Alsasu, noroeste de Pamplona, cerca del Cantábrico. Aldea pobre, pescadores, pastores, de recios e independientes vascones que fueron antaño castellanos, antaño independientes. Sangre de los pueblos celtas y vascos que nunca fueron totalmente conquistados por romanos ni visigodos. Eleazar recibe una fría bienvenida cuando proclama con el documento real ser el nuevo Señor de Azpeita y sus tierras colindantes hasta el mar. Las autoridades, casi tribales, del feudo aceptan a regañadientes a su nuevo señor, y éste se dirige a ellos: "Vivimos en un tiempo en que el cristiano lucha contra el cristiano, en que tropas castellanas hacen algaradas en aldeas cristianas como la nuestra. Pero yo os digo que vengo aquí a defenderos y a ayudaros a construir prosperidad y paz, para que podáis recoger vuestros campos y lanzar vuestras redes, criar vuestras cabras y talar vuestros bosques de alisos, debéis ayudarme con vuestros brazos, con vuestras armas, a defendernos del enemigo, sea cual sea, venga cuando venga". Las autoridades no parecen muy convencidos, pero en los siguientes días tras correrse la voz por la comarca van llegando jóvenes vasco navarros dispuestos a enrolarse en la maltrecha unidad de Eleazar. Y pasan las siguientes semanas entrenándoles. Eleazar ordena construir una estructura de madera de aliso y cimiento de piedra que sirva de cuartel. Una Casa Solariega donde asentar la mesnada y servirle de centro de operaciones. Allí Eleazar podrá descansar y recuperar la fuerza de su mesnada, y él mismo personalmente entrena en el uso de la lanza, la espada y el arco a sus futuros peones de Azpeita una vez que se recupera de su herida y Tammum le da permiso.
Día y noche, los campesinos, pastores y pescadores de Azpeita entrenan y Eleazar les asigna equipo y armas y recupera poco a poco las fuerzas de la mesnada. Ya sólo quedan 12 peones ligeros portugueses y 28 peones de la escolta original navarra. Ahora con sus nuevos refuerzos Eleazar vuelve a comandar una mesnada de 83 infantes al mando de sus compañeros. No es mucho, no es ni de lejos una tropa de élite, pero es una tropa de la que sentirse orgulloso. Mientras, mesnadas castellanas recorren Navarra casi impunemente desde que el Alférez real ordenó la disolución del ejército tras caer herido en el cuello. Han llegado rumores de los buhoneros de que han asaltado las cercanas Agoitz, Leitza y Zarauz... Todo parece indicar que Azpeita podría ser la siguiente, Eleazar monta puestos de vigía en altozanos alrededor del feudo y asigna mensajeros para que dé tiempo a formar la defensa cuando el enemigo llegue. Y muy pronto la hueste castellana hizo su aparición.
Una vez que el mensajero del puesto norte avisa de la proximidad de banderas castellanas, Eleazar ordena formar su mesnada y equipados y listos, salen al encuentro del invasor.
El señor de la mesnada avanza con su abanderado y su heraldo por delante de su hueste y en son de paz parlamenta con Eleazar. "Yo soy Diego Bosón, Señor de Atienza, y mi rey me ha ordenado que lleve la guerra a sangre y fuego a las tierras vascas de Navarra. ¿Quién sois vos que os atrevéis con vuestra chusma montañera a enfrentarme? Hablad rápido antes de que os arranque la lengua".
Eleazar no tiene ganas de parlamentar. Ve tropas experimentadas, duras y con el brillo del saqueo y la violación en los ojos. Se presenta como nuevo señor de Azpeita y clama que no dejará que el feudo sea saqueado. "Como vos queráis, "Señor de Azpeita". ¿Sabéis acaso que estas aldeas las fundaron reyes de Castilla? En fin, espero que no me guardéis rencor, esto es la guerra, y mi hueste necesita el dinero y los alimentos que tomaremos de vuestras manos muertas". Diego Bosón ríe y se retira a su hueste sin decir más. Su heraldo ha ordenado atacar y Eleazar regresa a la relativa seguridad de Azpeita esperando el asalto. No habrá cuartel.
Bosón y los suyos, enarbolando antorchas, asaltan Azpeita y luchan con la avidez del saqueador, como vikingos de antaño, como salvajes, se enfrentan a las tropas vasco navarras de Eleazar como animales. Eleazar ordena un muro de escudos, sus ligeros peones, inexpertos pero bien entrenados, presentan una defensa férrea, usando las casas aldeanas para proteger sus flancos, con una nube de arqueros cazadores de las montañas y un grupo de vascos montañeros lanzando venablos y piedras, poco a poco la aldea resiste el primer asalto. Entonces Eleazar ordena a sus jefes de escuadras que monten y persiguen a Bosón mientras se retira, y golpeándole en persona con un hacha a dos manos desde el caballo el lord castellano muerde el polvo. Sus hombres lo recogen y se retiran. Los vigías de Eleazar informan que los restos de su mesnada ponen rumbo a Castilla. Ya no habrá más saqueos en las aldeas navarras por el momento.
La victoria hizo que otros jóvenes de la comarca se decidieran a unirse a la hueste de Eleazar, y un pastor le informó que había otra hueste castellana saqueando y quemando campos y aldeas por tierras vascas. Eleazar reunió a sus oficiales y juntos decidieron salir en busca de este enemigo por las montañas. Formaron a pie, y por senderos de caza y pasos ocultos Eleazar buscó durante días las pistas del lord castellano.
Cerca de Bilbao un cazador informó a Eleazar que una gran concentración de saqueadores se había reunido en los montes cercanos. Animados por los saqueos castellanos, se habían reunido y estaban asaltando caseríos y granjas por todas las montañas. Eleazar no dudó en lanzar su hueste a eliminar el nido de bandidos.
Vencidos, la infantería ligera de Eleazar rodeó a los supervivientes y se les ofreció una oportunidad: "Uníos a mi y medrad en mi hueste o morid. Decidid rápido". Así una tropa de vascones, salvajes, montañeses, incluso algunos almogavers del otro lado de los Pirineos se unieron a Eleazar sustituyendo sus bajas y dando a la mesnada un apoyo de tropas ligeras de proyectiles.
Uno de los vascones salvajes que se unieron al Señor de Azpeita se quitó la gorra e informó del paradero del campamento castellano. Eleazar ordenó sin más demora asaltarles. Guiados por los vascones, avanzando de noche por las laderas de montes boscosos y húmedos, la tropa de Eleazar asaltó el campamento castellano y pasó a cuchillo al enemigo. Salvajemente, como luchaban los montañeses, como luchaban los vascos y navarros desde la noche de los tiempos contra el invasor castellano, sólo la vida del infanzón que los mandaba fue respetada, el resto fue muerto rápida y eficientemente y arrojados sus cadáveres a una fosa natural no sin antes saquear sus armas y equipo aún utilizables.
Resultó ser Fernando Ansúrez, descendiente de antiguos condes de Castilla y señores de Burgos. Eleazar obtendría por él un buen rescate y los montes vascos estaban desde ahora libres de presencia castellana.
Antes de emprender viaje a Pamplona, Eleazar dejó Azpeita con los víveres y el ganado recuperados de los saqueos de los bandidos y la hueste de Ansúrez. Azpeita podría prosperar de nuevo, libre de lo peor de esta guerra. La Casa Solar de Eleazar de Azpeita se terminó con un tejado de fuertes tejas de pizarra preparado para la nieve y la lluvia y Eleazar en persona colocó sobre el portón una reproducción de su león negro en fondo dorado. Aún no tenía lema, pero esperaba encontrar pronto uno que le representase. Lo primero que ordenaría al llegar a Pamplona sería que Bernardo Legionense abandonase la delegación comercial y se encargase en persona de representar a Eleazar en Azpeita y levantar una serie de construcciones, una torre vigía, una escuela, una serie de fortificaciones, lo que poco a poco los beneficios comerciales de Eleazar le permitieran.
Pamplona estaba rodeada por un mar de tiendas y estandartes luciendo los colores de la nobleza navarra. El Alférez real, Jakes Escors, había convocado al ejército para un sorprendente golpe de mano: Tomar al asalto la vieja capital castellana antes de ser trasladada a Toledo: Burgos. Sede tradicional del reino. Al rey Sancho no le satisfacía el plan, como le dijo a su hermano, pero entendía que de salir bien podría ser un buen feudo que intercambiar para conseguir una tregua. El ejército navarro estaba preparada para partir. Eleazar envió a Pero Soares a tramitar los rescates de los prisioneros con el comisionista. Sumando los rescates de los soldados de Diego Bosón y el rescate del mismo Fernando Ansúrez, obtuvo un capital que le permitió mejorar el equipo de su mesnada ascendiendo a casi la mitad de sus peones ligeros a pesados dándoles excelentes armaduras, escudos de roble y yelmos firmes de factura pamplonica. Mientras ideó un sistema de entrenamiento dirigido por Fradrique y Galcerán para entrenar a sus vascuences y montañeses en ballesteros ligeros. En esa nueva equipación se fueron los beneficios obtenidos de los primeros impuestos de Azpeita.
Casi todas las fuerzas navarras rodearon de cadenas y trincheras las viejas y poderosas murallas de Burgos. ¡Burgos! Sede de los reyes de Castilla de antaño. ¡Qué golpe para Castilla perder su antigua capital! Sin embargo el asedio no avanzaba. Jakes Escors, sin voz, aún ronco por la herida sufrida, parecía indeciso. Las catapultas no avanzaban, las torres de asedio no se elevaban, las escalas dormían en las trincheras. El rey se impacientaba pues temía lo inevitable: Al cabo de pocos días de asedio el ejército castellano casi íntegro se vio en el horizonte. Las tropas formaron, los ballesteros tomaron posiciones, desde los muros de Burgos se oían vítores al ver sus rescatadores. El rey confió a Eleazar: "Les comanda Gonzalo Gómez de Roa, alférez de Castilla. Un general hábil y experimentado. Medirá nuestras fuerzas y veremos que decide. Estamos entre la espada y la pared". Pero el ejército castellano se retiró más allá del alcance de ballestas y catapultas navarras y acampó. Esa noche El Rey gigante confió a Eleazar lo que iba a pasar: "Esperan a que asaltemos la muralla. Espera a que nos distraigamos y empecemos a tener bajas y entonces atacarán con todo. Escors nos ha metido en un pozo de mierda y esta va a ser la última vez que arriesgue mi reino en sus manos. ¡Eleazar! Darás a Jakes Escors de viva voz este mensaje: "El rey ya no confía en vos como alférez real por vuestras acciones que han puesto en peligro el Reino. Vuestra última orden como general de los ejércitos será romper el cerco de Burgos y retirar el ejército hasta Pamplona". Después, Eleazar, volarás al campamento castellano y hablarás con Gómez de Roa. Negocia con él, usa tus propios términos, confío en tus dotes como enviado, ea, corre, ¡vuela!"
Gonzalo Gómez, señor de Roa y Aza, Alférez Real de Castilla, Abanderado del Rey, Mayordomo del reino y un sin fin de títulos más. Poderoso. Rico. Experimentado. Inteligente. Rico en ardidez. Gonzalo Gómez miró con sus penetrantes ojos al joven Eleazar. "Vienes a parlamentar, cachorro. Habla".
Eleazar conversó con el noble, le habló de generalidades y particularidades, de obviedades como que el Rey de Navarra estaba presente en el asedio, intentó marear a Gómez de Roa, intentó hablar del baño de sangre, de la guerra entre cristianos, del error castellano de dejar Burgos indefenso, de la incapacidad de Castilla para tomar feudos navarros y la caída de castillos de la cornisa cantábrica en manos navarras. Habló de ganancias y pérdidas, de vida y muerte, de murallas y mesnadas, toreó y esquivó, fintó y negoció mientras Gonzalo Gómez de Roa le miraba inexpresivo. Cuando Eleazar se quedó mirando al maduro lord durante unos instantes éste al fin intervino. "¿Has terminado, joven? Bien. Te diré lo que vamos a hacer. Cojerás tú y tu rey, tu ejército y tus máquinas de asedio y os volveréis a Navarra. Dejaréis Burgos tranquila y no desenvainará nadie su espada. Yo me quedaré quietecito mirando como os marcháis, y tú y yo nos llevaremos a nuestros reyes un pergamino como este que tengo en la mano: La tregua de esta guerra absurda de cristiano contra cristiano. ¿Me he expresado con claridad? Bien. Llévale el legajo a tu rey, que lo firme, dos copias, me traes una a mi y a cambio te daré esta firmada por mi rey y nos podremos ir todos tranquilos a casa. Ten por cierto, eso sí, que esto es una tregua. Quizá dentro de un año a mi señor y rey se levante con el pié izquierdo y vuelva a por más sangre en su sueño de unir España toda, pero hoy tú y yo dormiremos en paz esta noche. Ea, Eleazar, corre".
Eleazar empezaba a cansarse de esa manía de los lores de ir siempre diciéndole "ea, ea, corre, vuela, obedece". Era una feísima costumbre, pero aún así obedeció y regresó ante el Alférez con el permiso real navarro para firmar una tregua. Eleazar firmó como testigo navarro en la copia firmada por el rey de castilla. Gómez de Roa como testigo castellano en la copia navarra. Eleazar se sentía extrañamente aliviado. Regresó al campamento mientras ya comenzaban los preparativos para marcharse. La guerra había terminado. Al menos había una tregua. Burgos se había salvado con unas pocas firmas. Quizás ahora, con suerte, los reinos hispanos podrían al fin unirse y derrotar al almohade, quizás Castilla volvería a recuperar las plazas de su noreste conquistadas por Navarra o las plazas navarras del sur conquistadas por Castilla, pero Eleazar confiaba en que todo podría salir bien. Por lo pronto ahora Navarra estaba en paz de nuevo. ¡En paz!