La noche ya había conseguido su máxima oscuridad, en los caminos no había nadie, y la poca gente que viajaba en esas tierras de guerra estaban apostados en los bosques, durmiendo para al día siguiente reemprender su marcha hasta Praven, donde irían en busca de refugio.
Ahí me encontraba yo, frente a esa pequeña posada en una encrucijada de caminos, decidido, entré en aquella casucha desvalijada que servia de alojamiento para algunos indecentes.
Al entrar, el calor de la chimenea inundó mi cuerpo, la sala estaba relativamente llena, había gente charlando, jugando al Waynet o simplemente bebiendo y riendo.
Escudriñe la sala viendo a los huéspedes del local, un grupo de ancianos jugaban a las cartas, 3 grupos de hombres borrachos riéndose, y lo que más me sorprendió, un grupo de soldados Swadianos estaban apostados en una de las mesas más cercanas a la chimenea.
-¿Le puedo ayudar en algo?
La voz bronca del tabernero me despertó de mis pensamientos.
-Tráigame una pinta de cerveza y una rebanada de pan con queso.
-Desde luego
Cuando el tabernero se fue, volví a sumergirme en mis pensamientos, sabía que los soldados podían ser un problema, también sabía que un trozo de pan con queso no iba a saciar su hambre, no, su hambre necesitaba otra cosa para ser saciada.
-Aquí tiene, son 10 denares
Le dí sus 10 denares y me dispuse a comer, envuelto otra vez en mis pensamientos, no sabía como librarme de los guardias, eran un verdadero problema.
Pero, como si los planetas se hubieran alineado, los soldados empezaron a levantarse para irse del local.
-Guardias de caravanas- Pensé
Cuando los guardias se hubieran ido me levanté de la mesa tirando la silla y creando un gran estruendo, provocando que toda la sala se quedara en silencio y prestándome atención, me gusta oír los últimos gritos de mis víctimas.
Salí del desvalijado local, ya no se oían las voces de los hombres de la taberna, ya no se oía nada, solo el susurro de las hojas de los arboles al ser empujadas por el escaso viento de una noche de primavera y el cantar de los grillos, que me acompañarían hasta Suno.
Ahí me encontraba yo, frente a esa pequeña posada en una encrucijada de caminos, decidido, entré en aquella casucha desvalijada que servia de alojamiento para algunos indecentes.
Al entrar, el calor de la chimenea inundó mi cuerpo, la sala estaba relativamente llena, había gente charlando, jugando al Waynet o simplemente bebiendo y riendo.
Escudriñe la sala viendo a los huéspedes del local, un grupo de ancianos jugaban a las cartas, 3 grupos de hombres borrachos riéndose, y lo que más me sorprendió, un grupo de soldados Swadianos estaban apostados en una de las mesas más cercanas a la chimenea.
-¿Le puedo ayudar en algo?
La voz bronca del tabernero me despertó de mis pensamientos.
-Tráigame una pinta de cerveza y una rebanada de pan con queso.
-Desde luego
Cuando el tabernero se fue, volví a sumergirme en mis pensamientos, sabía que los soldados podían ser un problema, también sabía que un trozo de pan con queso no iba a saciar su hambre, no, su hambre necesitaba otra cosa para ser saciada.
-Aquí tiene, son 10 denares
Le dí sus 10 denares y me dispuse a comer, envuelto otra vez en mis pensamientos, no sabía como librarme de los guardias, eran un verdadero problema.
Pero, como si los planetas se hubieran alineado, los soldados empezaron a levantarse para irse del local.
-Guardias de caravanas- Pensé
Cuando los guardias se hubieran ido me levanté de la mesa tirando la silla y creando un gran estruendo, provocando que toda la sala se quedara en silencio y prestándome atención, me gusta oír los últimos gritos de mis víctimas.
Salí del desvalijado local, ya no se oían las voces de los hombres de la taberna, ya no se oía nada, solo el susurro de las hojas de los arboles al ser empujadas por el escaso viento de una noche de primavera y el cantar de los grillos, que me acompañarían hasta Suno.