Capítulo 1.
Nací en el mismo lugar donde nacieron mis padres, sus padres y los padres de ellos. Toda mi familia se había contentado con la granja en la que vivíamos en Fisdnar, aldea del Reino Vaegir.
No me podía quejar de que me faltase nada. En mis 15 años de vida mis padres siempre habían podido darme todo aquello que necesitara.
Mis padres esperaban que en un futuro me hiciese cargo de la granja familiar mientras que mi hermano, de 12 años, aprendiese el oficio del algún artesano que le aceptase como pupilo y que Clarisse, mi hermana, se casaba con el heredero del algún prominente mercader. Sin embargo, una vida en el campo no me fascinaba ni me atraía pues mi mente estaba llena de sangre, espadas y batallas.
Cada noche soñaba ser el lider de unos valientes hombres que me seguían a la batalla, gritando y alzando sus espadas y lanzas. Soñaba que mi nombre era conocido en toda Calradia y que mi Rey me recompensaba otorgandome un castillo desde donde dirigir la vida de mis subditos con justicia e igualdad.
Solo dos personas conocían esos sueños: mis mejores amigos Kile y Lena. Kile era el hijo de nuestros vecinos, sus padres se dedicaban a la ganadería. Lena era la hija del anciano del pueblo y, pese a contar solo con 13 años ya tenía pretendientes por todas las aldeas de la zona por el gran patrimonio que significaba unirse en matrimonio con ella, ya que no tenía hermanos varones.
El paso de los días aplastaba lentamente mis sueños. Poco a poco me resignaba a trabajar en el campo durante toda mi vida.
Sin embargo eso cambió un día como otro cualquiera, con un amanecer tan hermoso como cualquier otro, cuando nos levantamos para iniciar un día normal en la granja, vimos en el horizonte una polvareda que se acercaba hacia nosotros a paso lento pero firme. Tardaron varias horas en llegar los viajeros.
Me sorprendí al verles pasar en dirección al centro de la aldea: serían unas 20 personas, todas armadas. Sus armaduras brillaban bajo el sol, sus espadas esperaban desafiantes a que fuesen desenvainadas. Al frente iba el que parecía ser el lider: su cara parcialmente escondida debajo de un casco de metal, su armadura relucía más que el resto y una gran espada descansaba en su espada. Su aspecto era imponente y resaltaba más ya que iba montado en un enorme caballo negro.
El lider desmontó y se reunió con el padre de Lena. Entrarnos en su casa y poco despues salieron. No había pasado ni una hora cuando todo el pueblo sabía que es lo que querían: comprarían suministros y reclutarían a todo joven capaz que quisiese unirse a ellos. Estarían hasta un poco antes del amanecer del día siguiente, despues se irían. Ese era el tiempo limite para todo aquel joven en busca de gloría y fortuna, un joven como yo.
Durante toda la tarde cogí el valor necesario para decirle a mi padre que quería unirme a ellos. Sin embargo, en la cena comprendí que tendría que irme sin avisar.
-Mañana se verá quienes han educado bien a sus hijos o, por el contrario, han abusado de ellos -Dijo mi padre- Pues un hijo solo abandona el hogar paterno cuando siente que no le quieren.
Miré a otro lado. Incapaz de mirar a mi padre a los ojos. Sabía perfectamente que irme sería un golpe muy duro para él. Pero estaba decidido a ello. Me despedí de mis padres y mis hermanos y me fuí a la cama. Esperé ansioso durante varias horas hasta que la penumbra y el silencio dominaron la casa. Me puse mis ropas y me acerqué a la cocina y me hice con un cuchillo de que mi madre usaba para cortar las carnes.
En ese momento me dí cuenta de que mi hermano me miraba desde la puerta de la cocina:
-¿Qué haces? -Me preguntó.
-No podía dormir. Voy a afilar los cuchillos, eso siempre me relaja. Anda, vuelve a la cama que ya es tarde.
Me miro fijamente unos segundos. Se acercó a mi y me abrazó fuertemente.
-Alex -Le llamé. El se dió la vuelta- Te quiero y quiero a nuestros padres. Recuerdalo.
-Lo sé. Hasta mañana.
Cuando Alex se marchó de la cocina esperé unos minutos y me escabullí por la puerta. Avancé unos pasos y me dí la vuelta para mirar por última vez la casa que, durante 15 años, había llamado hogar. Me dirigí rapidamente hasta donde estaban los mercenarios. Estaban recogiendo y preparandose para marcharse, se sorprendieron al verme.
-Buenos días -Dije realmente nervioso- Vengo a unirme a vosotros.
Se miraron los unos a los otros y despues miraron a su lider. Me miró durante unos segundos y sonrió. Se acercó a mí y, tras ponerme una mano en el hombro dijo:
-Bienvenido al grupo, camarada. Toma 10 denares, es tú primer pago.
Acepté la bolsa que me tendía.
-Como puedes ver eres el único de tú aldea que se unirá a nosotros. Partiremos en unos minutos, ya te pondrán al día en el camino.
-Entendido.
Así comenzaba mi nueva vida.
Nací en el mismo lugar donde nacieron mis padres, sus padres y los padres de ellos. Toda mi familia se había contentado con la granja en la que vivíamos en Fisdnar, aldea del Reino Vaegir.
No me podía quejar de que me faltase nada. En mis 15 años de vida mis padres siempre habían podido darme todo aquello que necesitara.
Mis padres esperaban que en un futuro me hiciese cargo de la granja familiar mientras que mi hermano, de 12 años, aprendiese el oficio del algún artesano que le aceptase como pupilo y que Clarisse, mi hermana, se casaba con el heredero del algún prominente mercader. Sin embargo, una vida en el campo no me fascinaba ni me atraía pues mi mente estaba llena de sangre, espadas y batallas.
Cada noche soñaba ser el lider de unos valientes hombres que me seguían a la batalla, gritando y alzando sus espadas y lanzas. Soñaba que mi nombre era conocido en toda Calradia y que mi Rey me recompensaba otorgandome un castillo desde donde dirigir la vida de mis subditos con justicia e igualdad.
Solo dos personas conocían esos sueños: mis mejores amigos Kile y Lena. Kile era el hijo de nuestros vecinos, sus padres se dedicaban a la ganadería. Lena era la hija del anciano del pueblo y, pese a contar solo con 13 años ya tenía pretendientes por todas las aldeas de la zona por el gran patrimonio que significaba unirse en matrimonio con ella, ya que no tenía hermanos varones.
El paso de los días aplastaba lentamente mis sueños. Poco a poco me resignaba a trabajar en el campo durante toda mi vida.
Sin embargo eso cambió un día como otro cualquiera, con un amanecer tan hermoso como cualquier otro, cuando nos levantamos para iniciar un día normal en la granja, vimos en el horizonte una polvareda que se acercaba hacia nosotros a paso lento pero firme. Tardaron varias horas en llegar los viajeros.
Me sorprendí al verles pasar en dirección al centro de la aldea: serían unas 20 personas, todas armadas. Sus armaduras brillaban bajo el sol, sus espadas esperaban desafiantes a que fuesen desenvainadas. Al frente iba el que parecía ser el lider: su cara parcialmente escondida debajo de un casco de metal, su armadura relucía más que el resto y una gran espada descansaba en su espada. Su aspecto era imponente y resaltaba más ya que iba montado en un enorme caballo negro.
El lider desmontó y se reunió con el padre de Lena. Entrarnos en su casa y poco despues salieron. No había pasado ni una hora cuando todo el pueblo sabía que es lo que querían: comprarían suministros y reclutarían a todo joven capaz que quisiese unirse a ellos. Estarían hasta un poco antes del amanecer del día siguiente, despues se irían. Ese era el tiempo limite para todo aquel joven en busca de gloría y fortuna, un joven como yo.
Durante toda la tarde cogí el valor necesario para decirle a mi padre que quería unirme a ellos. Sin embargo, en la cena comprendí que tendría que irme sin avisar.
-Mañana se verá quienes han educado bien a sus hijos o, por el contrario, han abusado de ellos -Dijo mi padre- Pues un hijo solo abandona el hogar paterno cuando siente que no le quieren.
Miré a otro lado. Incapaz de mirar a mi padre a los ojos. Sabía perfectamente que irme sería un golpe muy duro para él. Pero estaba decidido a ello. Me despedí de mis padres y mis hermanos y me fuí a la cama. Esperé ansioso durante varias horas hasta que la penumbra y el silencio dominaron la casa. Me puse mis ropas y me acerqué a la cocina y me hice con un cuchillo de que mi madre usaba para cortar las carnes.
En ese momento me dí cuenta de que mi hermano me miraba desde la puerta de la cocina:
-¿Qué haces? -Me preguntó.
-No podía dormir. Voy a afilar los cuchillos, eso siempre me relaja. Anda, vuelve a la cama que ya es tarde.
Me miro fijamente unos segundos. Se acercó a mi y me abrazó fuertemente.
-Alex -Le llamé. El se dió la vuelta- Te quiero y quiero a nuestros padres. Recuerdalo.
-Lo sé. Hasta mañana.
Cuando Alex se marchó de la cocina esperé unos minutos y me escabullí por la puerta. Avancé unos pasos y me dí la vuelta para mirar por última vez la casa que, durante 15 años, había llamado hogar. Me dirigí rapidamente hasta donde estaban los mercenarios. Estaban recogiendo y preparandose para marcharse, se sorprendieron al verme.
-Buenos días -Dije realmente nervioso- Vengo a unirme a vosotros.
Se miraron los unos a los otros y despues miraron a su lider. Me miró durante unos segundos y sonrió. Se acercó a mí y, tras ponerme una mano en el hombro dijo:
-Bienvenido al grupo, camarada. Toma 10 denares, es tú primer pago.
Acepté la bolsa que me tendía.
-Como puedes ver eres el único de tú aldea que se unirá a nosotros. Partiremos en unos minutos, ya te pondrán al día en el camino.
-Entendido.
Así comenzaba mi nueva vida.